17 de enero de 2023

Existencia real vs. existencia mental en el pensamiento de Berkeley

Qué duda cabe que esta cuestión es una de las más presentes entre los estudiosos de Berkeley. En el imaginario de la época, tanto para Berkeley como para tantos otros (desde Platón hasta Locke) la mente era una receptora de la información que pudieran reunir los sentidos, limitándose a ser reflejo, en este sentido, de la realidad exterior (nada que ver con lo que nos enseña la psicología fisiológica actual, con todo lo que el cerebro construye en el proceso perceptivo, con sus procesos abajo-arriba y arriba-abajo, etc.). Lo cierto es que hay que ser prudentes ante esta afirmación que acabo de hacer. Entonces se entendía que la realidad estaba formada a base de cosas, y esas cosas eran llevadas a la mente por los sentidos, los cuales imprimían en aquélla las imágenes. Lo que alberga la mente, pues, son ideas, ideas obtenidas a partir de la noticia sensible de las cosas, de modo que el conocimiento se realiza siempre de modo mediato, no inmediato: de modo mediato precisamente a través de las ideas. En aras de una gnoseología crítica, lo que se buscaba hallar era no lo mediato, sino lo inmediato; y, en este sentido, lo que se presenta de modo inmediato a la mente no son los objetos, sino las mismas ideas (como veíamos aquí); por eso dirá Berkeley que los objetos de conocimiento son las ideas, son las representaciones de las cosas, y no las cosas mismas: el objeto inmediato de conocimiento no es la cosa, sino la idea, la imagen mental. El asunto que dirige el discurso de Berkeley es precisamente la naturaleza de estas imágenes mentales; o mejor, su fundamento, su origen, algo que ―en su opinión― no está tan claro.

El punto de partida para Berkeley es que la existencia de las ideas no es posible sin la mente, algo que ―dice― todos admiten. Efectivamente, nadie puede dudar que pensamientos, productos de la imaginación, etc., pueden existir sin la mente. Pero no sólo esas, sino también las ideas que provienen de sensaciones que nos afectan, que se imprimen en nuestra mente. Dice: «Y, a mi parecer, no es menos evidente que las varias sensaciones o ideas impresas, por complejas y múltiples que sean las combinaciones en que se presenten (es decir, cualesquiera que sean los objetos que así formen), no pueden tener existencia si no es en una mente que las perciba» (§3).

A mi modo de ver, Berkeley realiza aquí una diferenciación que, si bien es implícita, es muy interesante. Distingue ―como ya vimos― las ideas resultado del juego de nuestra mente (pensamiento, imaginación, etc.) de las ideas resultado de impresiones externas, ideas sensibles o del sentido. Y en ningún caso pueden existir ambas sin una mente. Si no hay mente, si no hay espíritu activo, no pueden existir las ideas pues estas se hacen actuales precisamente en una mente. Y continúa con una idea sutil, que es a donde quería llegar, y es que podemos hacernos eco de este tipo de existencia, de carácter ideal, si observamos «lo que significa el término existir cuando se aplica a las cosas sensibles» (§3). Es decir, si lo interpreto bien, no es la misma existencia la de las cosas sensibles que la de las ideas: éstas dependen de su presencia en un espíritu activo, de su actualidad en una mente; aquéllas, pues habrá que verlo. Pero por lo pronto, el carácter de su existencia es muy distinto al de las ideas, y parece que no depende de su presencia en un espíritu. O no del todo.

El asunto pasa por indagar cómo nos hacemos eco de las cosas materiales. La opinión más común, la opinión ‘del vulgo’ ―como él la denomina― es como sigue. Pensemos en un objeto cualquiera, por ejemplo, en una mesa. ¿Qué queremos decir cuando decimos que una mesa, que ‘esta’ mesa, existe? Decimos que esta mesa en la que estamos leyendo o escribiendo existe, porque la vemos y la sentimos; o, cuanto menos, porque la hemos visto y la hemos sentido. Y no dudamos de que, cuando salgamos de la habitación la mesa seguirá estando allí, de modo que cuando volvamos a entrar nos volveremos a encontrar con ella, la podremos volver a percibir; y, del mismo modo que nosotros, cualquier otra mente que estuviera allí presente la podría percibir realmente. Cuando percibimos esa mesa, lo que hacemos es verla, tocarla, olerla.

Ahora bien: cuando afirmamos que existe un olor, es porque lo hemos olido; o un sonido, porque lo hemos oído. Es decir, que el olor, o el sonido, o la imagen, etc., fueron percibidos por el olfato, el oído, la vista, etc. Tenemos noticia de las cosas en tanto que son percibidas por nuestros sentidos, y damos por sentado que, cuando no las percibimos, siguen existiendo. Si saliésemos fuera de la habitación, diríamos que la mesa sigue existiendo, queriendo decir con ello que si volviésemos a entrar la percibiríamos de nuevo, o que cualquier otra persona podría hacerlo también.

Y es así como podemos afirmar ‘la existencia absoluta de los seres que no piensan’, percibiéndolos; es incomprensible afirmar su existencia si prescindimos de que sean percibidos. Es decir: no tiene sentido afirmar que existan cosas de las que no tenemos noticia sensible, e incluso mientras no tengamos noticia sensible de ellas, aunque la hayamos tenido previamente. Y dice enseguida: «Su existir consiste en eso, en que se los perciba», de modo que «no se los concibe en modo alguno fuera de la mente o ser pensante que pueda tener percepción de los mismos»

Esta 
Esta frase tiene su meollo. ¿Qué quiere decir con esto Berkeley? ¿Quiere decir que es la mente con su percepción la que dota de existencia a las cosas, la que hace que las cosas existan en sí mismas, como si nuestra mente hiciera las veces de un demiurgo creador? ¿O quiere decir que es sólo en cuanto tenemos noticia sensible de ellas en nuestra mente que podemos afirmar su existencia, y sólo en tanto que la tenemos? Se trata de dos cosas muy diferentes: en un caso estaría hablando de las cosas materiales, y en el otro de las ideas en virtud de las cuales nos hacemos eco de las cosas materiales. Y lo cierto, por lo menos para un servidor, su discurso es confuso, por lo menos a estas alturas del libro, que no ha hecho más que comenzar. Que las ideas no existan más que en una mente pensante, parece evidente; decir lo mismo de las cosas materiales, es diferente. ¿Cuáles son las intenciones de Berkeley? Pues habrá que ir averiguándolo.

¿Qué está pasando aquí? En mi opinión Berkeley está tratando de ofrecer una nueva filosofía, faltándole aún el marco conceptual adecuado, ofreciendo por este motivo un mensaje en ocasiones contradictorio; además de que, esclavo de su propio sistema de marcado carácter dualista, en el seno del cual la relación entre la sustancia extensa y la sustancia espiritual es problemática, se ve en ocasiones abocado a un callejón sin salida. Todo lo cual no debe impedirnos percibir lo sugerente de su reflexión.

En el siguiente parágrafo afirma: «es ciertamente extraño que haya prevalecido entre los hombres la opinión de que casas, montes, ríos, en una palabra, cualesquiera objetos sensibles tengan existencia real o natural, distinta de la de ser percibidos por el entendimiento» (§4). ¿A qué se refiere aquí Berkeley? ¿Se refiere a la posibilidad de afirmar o no su existencia, o a la posibilidad de concebirlos, posibilidad que es patente cuanto tenemos noticia de las cosas en nuestra mente? ¿Qué quiere decir exactamente ‘existencia real o natural [de los objetos] distinta de la de ser percibidos por el entendimiento’?, ¿que no hay existencia real o natural de un objeto si no es percibido?, ¿el ser real o natural de un objeto es ser percibido por una mente activa? Para él hay una contradicción manifiesta en pensar que los objetos poseen una existencia real o natural distinta de la de su ser percibidos. ¿Qué quiere decir esto?, ¿qué quiere decir aquí ‘distinta’? Esta contradicción él la argumenta diciendo lo siguiente: «Pues ¿qué son los objetos mencionados sino las cosas que nosotros percibimos por nuestros sentidos, y qué otra cosa percibimos aparte de nuestras propias ideas o sensaciones?» (§4). Y continúa: «Y ¿no es una clara contradicción que cualquiera de éstas [ideas o sensaciones, entiendo] o cualquier combinación de ellos [objetos, entiendo], puedan existir sin ser percibidas?».

Ciertamente, no podemos afirmar la existencia de algo cuando no es percibido, pues no tenemos ninguna noticia suya; en realidad, no podemos afirmarla ni negarla, no podemos decir nada. Entiendo que tampoco podemos afirmar la existencia de algo que hemos percibido previamente, pero ahora no lo estamos percibiendo; podemos intuirlo, inferirlo, pero críticamente entiendo que no lo podemos afirmar de modo absoluto. Pero no sé si Berkeley se refiere a esto, creo que no. ¿Qué quiere decir? Si releemos la frase anterior completa, dice así: «Pues ¿qué son los objetos mencionados sino las cosas que nosotros percibimos por nuestros sentidos, y qué otra cosa percibimos aparte de nuestras propias ideas o sensaciones?». Creo ―como decía― que el modo de expresarse Berkeley es problemático, entremezclando el plano gnoseológico-ontológico con el metafísico. Efectivamente, de las cosas reales sólo podemos tener noticia en virtud de las ideas sensibles que despiertan en nuestra mente, pero nuestras ideas sensibles despertadas en nuestra mente no son las cosas reales, sino nuestra noticia de ellas en la mente. De qué está hablando: ¿de las ideas, o de las cosas reales? Efectivamente, inmediatamente conocemos ideas; el asunto pasa por identificar cuál es el fundamento, el origen de dichas ideas: ¿podemos afirmar críticamente, absolutamente, que son los objetos extramentales? Poco a poco iremos avanzando en su discurso.

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