23 de noviembre de 2021

Los objetos del conocimiento humano

Berkeley comienza su famoso libro Principios del conocimiento humano cuestionándose qué es lo que conocemos cuando conocemos. Su pensamiento ha venido rodeado a menudo de cierta oscuridad, incluso de cierta incongruencia, cuando, a mi modo de ver, e independientemente de que se esté más o menos de acuerdo con él, esta valoración no es justa. Hay que entender bien lo que dice, en qué marco se sitúa, fuera del cual evidentemente sus afirmaciones pierden solidez; y esto no es sencillo, pues en ocasiones sus afirmaciones son sutiles, matizables, y depende mucho del contexto general de la obra y del autor para comprenderlas, y no hacer decir a Berkeley cosas que no ha querido decir. Ciertamente esta tarea es imposible llevarla hasta el fin (¿quién puede arrogarse tal pretensión?), pero quizá ayude aproximarse a este autor con cierta actitud crítica.

En mi opinión, la clave principal de su lectura está en que entremezcla de alguna manera la dimensión gnoseológica con la metafísica; es decir, cuando habla de existencia o de no existencia, de ser o de no ser, el asunto es primariamente la presencia de las cosas en un espíritu y, secundariamente, su existencia en cuanto tales. Esto da lugar a cierta confusión ¬―en mi opinión― ya que juega no únicamente con espíritus humanos, creados, sino también con el espíritu divino, cuyo pensamiento posee unas connotaciones muy diferentes al nuestro, por lo pronto es capaz de crear cosas reales, como se verá.

De lo primero que se preocupa Berkeley es de concretar cuáles son los objetos del conocimiento humano, y en su opinión son tres, a saber (§1): a) ideas impresas en nuestros sentidos; b) ideas percibidas mediante atención a nuestras pasiones u operaciones de la mente; y, finalmente, c) ideas formadas con ayuda de la imaginación o de la memoria, bien porque las traemos al presente mediante el recuerdo, bien porque las construimos a base de las que ya poseemos por haber sido percibidas según los dos primeros casos. Y ya está. El ser humano conoce gracias a las ideas que posee por noticia sensible (bien de las cosas externas, bien de sus estados internos), y por el modo que tiene de elaborarlas; y cualquier idea debe tener su origen en uno de estos tres casos. Démonos cuenta de que aquello con lo que juega el conocimiento no es tanto con las cosas consideradas en sí mismas, sino con las ideas que obtenemos gracias a la noticia que recibimos de ellas, que es algo muy diferente. Y a estas realidades percibidas por los sentidos las denomina tanto ideas como objetos del conocimiento, cosas sensibles, cosas reales o cosas no pensantes.

Si nos damos cuenta —tal y como explica Berkeley— en nuestro conocimiento no están las cosas (¿cómo podrían estarlo?) sino las ideas que nos suscitan, asunto ciertamente complejo y que sigue estando presente en los contemporáneos debates sobre la verdad.

Se puede distinguir entre ‘ideas del sentido’ e ‘ideas de la reflexión’. Entre las primeras cabría establecer claramente a las del apartado a), y creo que de alguna manera también a las del b), pues de también las sentimos de alguna manera; entre las segundas estarían las del apartado c). Las ideas del sentido son externas respecto a su origen, es decir, no son generadas desde dentro, desde la conciencia misma; las ideas de la reflexión, por el contrario, sí que son generadas por la propia actividad mental. Si las ideas del sentido no son generadas por la conciencia, ello implica que su origen es extramental, motivo por el cual son ordenadas y coherentes, y más consistentes, como que tienen más ‘realidad en sí’, lo que le permite aseverar que «hay algo ‘real’ que no depende de la voluntad del perceptor, es decir, que hay algo externo al espíritu (un entorno o mundo) que permanece estable pese a las posibles contingencias de los seres finitos», dice López. Asunto complicado en el que nos detendremos extensamente más adelante, porque habrá que dar razón de ese mundo estable. Pero bueno, lo que va delante, va delante.

En su explicación de las ideas ocasionadas por la impresión en nuestros sentidos, Berkeley es muy agudo. Es consciente de que cada sentido nos ofrece distintos caracteres de las cosas: la vista su color, su figura; el tacto su rugosidad, su dureza; etc. Y, ocurre frecuentemente que varias de estas impresiones se presentan de modo simultáneo; cuando esto ocurre «se viene a significar su conjunto con un nombre y ese conjunto se considera como una cosa» (§1). Así, cualquier cosa (manzana, piedra…) es el resultado de un conjunto de ideas sensibles que denominamos así, de modo que cada cosa tiene su combinación específica de ideas sensibles. Otra cosa distinta es que estas cosas nos sean agradables o desagradables, y despierten en nosotros diferentes pasiones, como la alegría o la tristeza, el enfado o la simpatía, o cualquier otra. Estas serían las correspondientes al segundo grupo.

Cuando Berkeley se pregunta por las del tercer grupo, se plantea qué o quién es exactamente el responsable de manejar las ideas mediante la imaginación o la memoria; o, lo que es lo mismo, ante qué o ante quién se hacen presentes estas ideas, pues en definitiva será el agente que las mantenga en el recuerdo o pueda manejarlas. En su opinión debe existir un ‘ser activo’, un principio activo que «es lo que llamamos mente, alma, espíritu, yo» (§2; algo que se ha denominado tópicamente como conciencia, aunque él no emplee aquí este término). Cuando habla de ‘mente’ Berkeley es consciente de que es algo ‘enteramente distinto’ a las ideas, ya que éstas existen en el seno de aquélla. Y dice a continuación una reflexión muy importante: con estas palabras (mente, espíritu, etc.), «no denoto ninguna de mis ideas, sino algo que es enteramente distinto a ellas, dentro de lo cual existen; o lo que es lo mismo, algo por lo cual son percibidas, pues la existencia de una idea consiste simplemente en ser percibida» (§2). La existencia de ‘una idea’ consiste simplemente en ser percibida. La existencia de ‘una idea’ consiste simplemente en ser percibida. Una idea no tiene existencia en sí misma, es pasiva por sí misma, existiendo únicamente en cuanto está presente en un espíritu activo.

2 comentarios:

  1. Toda Idea proviene de una impronta percibida por la conciencia sensible.Depende de la habilidad mental mantenerla en la memoria a largo plazo.

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  2. También, en eso que dices, habría que pensarlo. ¿Hasta qué punto es así, hasta qué punto toda idea deriva de la impresión sensible? Kant, por ejemplo, diría que, si bien todo conocimiento proviene de la sensibilidad, no todo conocimiento es originado únicamente por ella, si no que hay otros elementos humanos a considerar, que en su caso engloba bajo lo apriórico. Para pensar. Un saludo.

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