10 de enero de 2023

La materia: estructura y proceso

Los individuos de a pie podemos tener una idea más o menos compartida de lo que sea la materia. La identificamos primariamente con las cosas que nos rodean, cosas de todo tipo. También tenemos asumido, por ejemplo, que se componen de partes más pequeñas, de átomos; y no sólo eso, sino además algunas ideas generalizadas, como que no sólo hay átomos sino también partículas subatómicas que los componen, o que hay unas fuerzas y energías que inundan ese microuniverso, o que la energía no es continua sino discreta… Asimismo, tenemos noticia de que se está investigando todo este ámbito empleando una tecnología que para cualquier investigador de tan sólo hace unas décadas sería propio de películas de ciencia ficción: aceleradores de partículas, energías medidas en gigaelectronvoltios, velocidades de las partículas próximas a las de la luz, así como también en sentido cósmico, midiendo distancias imposibles de imaginar, nacimientos y muertes de estrellas, y un montón de cosas más que para la mayoría de nosotros a menudo se nos escapan.

Efectivamente, esta imagen de las cosas que existen es más que reciente. Sin ir más lejos, los científicos de finales del siglo XIX tenían una visión muy diferente de la materia. Empezaba entonces a aceptarse ya generalizadamente que la materia estaba compuesta a base de átomos, pero fue una apuesta que no pocos científicos rechazaron, hasta que comenzaron a darse las primeras evidencias empíricas que dificultaba su no aceptación. Se empezó a generalizar la idea de que la materia estaba compuesta por átomos, los cuales formaban moléculas, y que se veían sometidas a acciones mecánicas, gravitatorias y electromagnéticas. Hasta entonces no eran sino especulaciones científicas, pues tampoco existía la tecnología necesaria para poder confirmar experimentalmente las predicciones teóricas.

Pero no podemos olvidar que, incluso esta idea decimonónica de materia que comenzó a entrar en crisis a partir del siglo XX, tampoco era ni mucho menos la que ha imperado durante tantos siglos de tradición científica (y filosófica); durante largo tiempo la idea que ha prevalecido es la de cuño aristotélico.

Curiosamente, los autores presocráticos ya tuvieron la intuición de la existencia de átomos y de elementos, pero el concepto de materia que se impuso fue el aristotélico, un concepto más metafísico y que junto con el de forma daba razón de las cosas. La materia se erigía así en un principio de la realidad. No sería a partir del Renacimiento y seguramente gracias a la alquimia, que comenzó a trabajarse la materia desde un punto de vista más ‘material’ (valga la expresión) y no tanto desde un punto de vista más metafísico o filosófico. La materia comenzó a ser objeto de estudio y de conocimiento empírico.

Lejos queda el planteamiento clásico, de modo que lo que hoy en día podamos entender por materia poco tiene que ver con el enfoque clásico, debido sobre todo al giro moderno. Ello tiene la repercusión positiva de que se ha avanzado mucho en su investigación, pero también la negativa de que la respuesta por las preguntas últimas a las que trataba de dar respuesta la filosofía se han desplazado. Prima conocer la materia según sea aquí y ahora, y la pregunta por su origen se trata de responder apelando a estados causales que se remontan cada vez más en la línea del tiempo, hacia aquel momento inicial que denominamos big bang, y del que hoy por hoy poco se puede decir.

Pero ―como digo― la agudización de la investigación que propició el giro moderno también ha tenido su parte positiva. Gracias al crecimiento de la ciencia y al desarrollo de la tecnología se puede ahondar cada vez más en el estudio de la materia, para alcanzar… ¿qué? Pues no lo sabemos muy bien. De hecho, cada vez se van encontrando más cosas, y las cosas que se van encontrando no dejan de sorprendernos cada vez más. ¿Tiene sentido decir que nuestra meta es la identificación de aquellos ladrillos indivisibles a partir de los cuales y de sus combinaciones adecuadas surge todo? ¿O lo tiene afirmar que la meta es identificar a ese ladrillo universal (aún desconocido) que compone a su vez estos ‘ladrillos indivisibles’? Quién sabe. Qué duda cabe de que ese telos estaba presente en el espíritu moderno, pero ¿es legítimo mantenerlo hoy en día? ¿Hay alguna meta en la investigación científica de la materia?

Esta atención prestada a la materia en sí misma también nos ha ayudado a comprenderla filosóficamente desde claves distintas, y ello en diálogo próximo con el conocimiento científico. En la actualidad, lejos ya de ese concepto de la materia como un continuum, se enfoca desde su carácter estructural, enfoque que permaneció inadvertido no sólo para el hombre clásico y medieval, sino también por los intelectuales y científicos de la época moderna; sí, de los creadores de la nuova scienza. Este carácter estructural cabe estudiarlo en sí mismo, es decir, en tanto que estructura, pero también en su aspecto deviniente, en su devenir a lo largo del tiempo: son el carácter sistémico de las estructuras, y su carácter procesual. Y ello nos lleva a consecuencias muy interesantes, también para hacer filosofía.

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