24 de octubre de 2017

¿Se mantiene Dilthey en el historicismo, o es fiel a la hermenéutica? (y iv)

Bueno, acabo hoy este pequeño ciclo de cuatro posts dedicados a Dilthey. Dejábamos el anterior preguntándonos cómo poder dar solución al problema planteado a la luz de la reflexión de Dilthey, a saber: si el ser humano vive inmerso en la historia, ¿cómo puede elevarse sobre ella para poder alcanzar una comprensión global y ‘objetiva’? Como nos podemos imaginar, éste ha sido un punto de reflexión capital en Dilthey. Una primera solución podría pasar por un primer paso consistente en la comprensión de nexos históricos más reducidos, más a mano, para de ahí ir extendiendo la tarea hacia nexos más amplios (relación análoga a la comprensión de los textos: palabra, frase, párrafo, obra,…). Pero esta sería una propuesta metodológica que para nada daría solución a los principales problemas hermenéuticos: como por ejemplo, el hecho de estar ya situado en una situación histórica determinada de partida, concreta, y no ‘pura’; consecuentemente, habría que añadir todo el conjunto de prejuicios, condicionamientos, etc., que le acompañan. ¿Cómo salvar estas complicaciones, cómo sobrevolarlas?

Según Gadamer, para Dilthey esta tarea no es un imposible (del todo). Él entendía posible una especie de razón histórica ilustrada capaz de sobrevolarse a sí misma en aras de la comprensión de la historia universal. ¿Y cómo puede ser esto posible, cómo un individuo puede comprender la historia de todos los tiempos, como —por ejemplo— un individuo occidental del siglo XX podría comprender objetivamente lo acaecido en una cultura extranjera en la Edad Media, por ejemplo? La respuesta de Dilthey pasa por el reconocimiento de una semejanza natural en todo el género humano, un nexo de unión que antropológicamente poseen todos los hombres, y que posibilitaría dicha comprensión: es algo que él denomina simpatía. De hecho, llega a afirmar que «sólo la simpatía hace posible una verdadera comprensión». ¿Qué es exactamente esta simpatía? Pues el «ideal de la conciencia histórica acabada que supera por principio los límites que impone a la comprensión la casualidad subjetiva de las preferencias y de las afinidades respecto a algún objeto». Es decir, la superación de las deficiencias intrínsecas al hecho de estar en una situación concreta y determinada. No se puede negar en esta idea reminiscencias románticas.

Como vemos, para Dilthey la contextualización concreta de la conciencia histórica no es un impedimento para alcanzar la comprensión universal; tan sólo tendría que superarse a sí misma, sobrevolando lo particular para alcanzar lo universal de modo que pudiera superar su relatividad intrínseca y así alcanzar el conocimiento espiritual-científico.

Pudiera parecer que aquí Dilthey se acercara a Hegel, pero entiendo que no es así del todo. Sí que es cierto que para él, igual que para Hegel, hay un nexo de significatividad que sobrevuela lo concreto y particular, y que puede llegar a ser comprendido; pero también es cierto, a diferencia de Hegel, que este nexo no está determinado teleológicamente por el devenir del espíritu absoluto sino que está identificado (comprendido) por la conciencia histórica, que es totalmente distinto. ¿Y dónde está la diferencia?

Vemos que en Dilthey este conocimiento de la historia no es identificable con el saber absoluto hegeliano pero, ¿qué es entonces? Pues es un conocimiento que la conciencia histórica obtiene de la historia, siendo consciente a la vez de sus limitaciones (hermenéuticas) en tanto que histórica; comprende a la historia y a la vez comprende su carácter histórico. «La conciencia histórica es capaz de comprender históricamente su propia posibilidad de comportarse históricamente». La conciencia histórica se sabe inmersa en aquello que trata de comprender (la historia) desde el momento en que realiza su tarea desde un contexto histórico y cultural concreto. Lo que debe hacer la conciencia histórica es intentar tomar cierta distancia respecto de su propio hacer, distancia que es la que precisamente le capacita para poder comprender mejor el nexo de la historia. La conciencia histórica no es una conciencia pura al margen de la historia sino que se va haciendo a sí misma, no es ‘expresión’ de un absoluto. Ésta es la diferencia.

¿Y qué es lo que se estudia cuando se estudia una sociedad histórica? Pues su objetivación. Es éste un proceso que se suele dar inicialmente de modo inconsciente —digamos—, natural. Antes de poder ser estudiado históricamente, en una sociedad se va produciendo como una especie de objetivación del contexto histórico (de la vida), que se expresa en sus distintas actividades culturales populares: la sabiduría popular, los refranes y las narraciones legendarias,… pero sobre todo en el arte. Y no será hasta después de todo ello que dicho contexto pasará a ser objeto de estudio desde disciplinas más científicas.

A juicio de Gadamer, el arte juega aquí un papel fundamental, en tanto que «es un órgano especial de la comprensión de la vida, porque en sus ‘confines entre el saber y la acción’ la vida se abre con una profundidad que no es asequible ni a la observación, ni a la meditación, ni a la teoría». Ello no quiere decir que en el arte no haya una cierta verdad, sino que la expresión de la misma es una expresión vivencial, que no por ser vivencial excluye un cierto saber. Expresión vivencial que se da también en otros modos de plasmarse el espíritu objetivo como las normas sociales, el cuerpo legislativo, el lenguaje, las costumbres,… y en segunda instancia mediante el conocimiento científico y la reflexión filosófica.

Del mismo modo que las ciencias naturales intentan ir más allá de lo dado empíricamente para dar con leyes de comportamiento universales, de esta manera también las ciencias del espíritu se elevan sobre la trama social de significados para acceder a aquello que colabora significativamente en el nexo de la historia. Porque que ese nexo exista no es discutible para Dilthey: es un dato originario; y ello no por un principio especulativo sino por el devenir mismo de la autorreflexión histórica.

El problema que Gadamer ve en Dilthey, y que por otro lado le confirma en su propia postura, es que éste no fue capaz de evadirse del planteamiento moderno en el que primaba la polarización sujeto-objeto. A pesar de que Dilthey no deja de considerar a la conciencia histórica desde esa circularidad que implica el encontrarse inmersa en una historia que es a la vez su objeto de estudio, según Gadamer Dilthey no llegó hasta el final de las consecuencias, permaneciendo en esa estructura moderna: «la necesidad de algo estable tiene en Dilthey el carácter de una extraordinaria necesidad de protección frente a las tremendas realidades de la vida. Pero espera la superación de la incertidumbre y de la inseguridad de la vida menos de esta estabilización que proporciona la experiencia de la vida que de la ciencia». Es decir, Dilthey no llevaría hasta el final la hermeneuticidad de la experiencia histórica, refugiándose en una visión científica de la misma, según la cual un sujeto (que está aquí) estudia a un objeto (que está ahí, frente al sujeto). De hecho, su apelación al romanticismo estético tenía esta finalidad de acercar el modo de conocimiento de la conciencia histórica a la metodología propia de las ciencias naturales, ya que la hermenéutica romántica prescindía de esa situación histórica que él tanto reivindicaba. Al enfocarlo como un objeto científico, podía conseguir identificar ese rastro histórico que proporcionaba el surgir del nexo significativo de un modo tan puro que lo que había que hacer era descifrarlo del mismo modo que se descifra el sentido de un texto. Pero claro, esto no es afín al planteamiento de la conciencia histórica, que de por sí es más impura. Y según Gadamer, al final el resultado es que «la historia quedó reducida a historia del espíritu». Y que de este modo, «Dilthey acaba pensando la investigación del pasado histórico como desciframiento y no como experiencia histórica». El cartesianismo en definitiva pudo con él.

La impresión que nos daba en el Seminario es que Gadamer arrimaba el ascua a su sardina para poner de manifiesto lo ‘adecuado’ de su propuesta. Pensamos que Dilthey está más cercano a él mismo que lo que el propio Gadamer reconoce, aunque bueno, también es cierto que nos falta un conocimiento más exhaustivo de las obras de Dilthey. No obstante, nos quedamos un poco escamados al respecto.

17 de octubre de 2017

El salto ¿legítimo? de la vida a ‘la’ vida en Dilthey (iii)

Nos planteábamos con Dilthey el problema de cómo hacer para dar el salto de lo personal a lo social, de lo biográfico a lo histórico, de lo que uno ha vivido a lo que han vivido otros… ¿Cómo acceder al nexo de sentido cuando lo que hay que vincular significativamente no lo puedo conocer en primera persona, sino que es algo que conozco porque… otros me lo han contado? ¿Cómo puedo alcanzar ese nexo de sentido de lo histórico, cuando la mayoría de los acontecimientos históricos no los he vivenciado en primera persona? Gadamer llega incluso un poco más lejos: «no es cómo puede ser vivido y conocido el nexo general, sino cómo pueden ser cognoscibles también aquellos nexos que ningún individuo como tal ha podido vivir».

Para dar respuesta a este problema, Dilthey esbozó su segunda gran categoría: si la primera fue la de ‘vivencia’, ahora le toca el turno a la comprensión. Todo lo que es expresado, propicia una comprensión; y, de modo análogo a lo que ocurría con la vivencia, la relación entre lo expresado y la comprensión es diversa a la de la relación causa-efecto de las ciencias naturales: no es una relación ni mecánica ni necesaria. Éste es el gran esfuerzo de Dilthey: situarse ante las ciencias de la naturaleza y todas las relaciones causales analizadas entre sus objetos de conocimiento; y para ello, los conceptos de expresión y de comprensión (de dicha expresión) son fundamentales. Y el nexo que une estas dos categorías no es sino el significado.

Y aquí Dilthey es muy agudo cuando analiza el por qué una expresión cualquiera genera una comprensión concreta, sin apelar a la articulación causa-efecto. Partimos de que algo es dicho, de que algo es expresado; y de que de esa expresión, se tiene una determinada comprensión. Es lógico pensar que esa comprensión concreta estaba en el seno de todo el conjunto de posibles comprensiones de lo expresado (que seguramente serían muchas o incluso infinitas). Sabemos que el modo en que lo comprendido se encuentra presente en lo expresado no se encuentra de modo determinado ni necesario: ante cualquier expresión, caben diversas comprensiones. Ni siquiera es consecuencia —cómo en la época estaba de moda pensar— de los procesos neuro-fisiológicos de nuestro cerebro; o, como dice Gadamer, que la comprensión no «se construye simplemente como resultante de factores operativos sobre base del ‘mecanismo’ de la vida psíquica». Efectivamente, hay algo más que la mera conexión neurológica, que la mera determinación necesaria; y ese más se puede articular —a juicio de Dilthey— alrededor de esos nexos de significado entre los que se mueve la conciencia, nexos que sirven de mediadores entre quien experimenta la vivencia y la trata de comprender, y aquello que provoca dicha vivencia.

Son nexos no determinantes, no necesarios, pero son nexos; aunque gozan de cierta flexibilidad, o de cierta horquilla, no son totalmente aleatorios.

Todo ese ‘algo más’ lo articula Dilthey, pues, yendo más allá de una consideración eminentemente lógica del significado, para situarlo en un ámbito global más amplio, el ámbito de la vida; el individuo se encuentra en el seno de su vida, y desde ella en su continuo devenir aprehende la realidad y comprende lo que (le) acontece. Si nos fijamos, el sujeto y la vida poseen esa circularidad que comentábamos cuando hablábamos de la experiencia lúdica y la experiencia artística: la vida tiene estructura hermenéutica. Y esta estructura circular (hermenéutica) es fundamental en la filosofía de la vida de Dilthey, ya que es lo que le permitirá superar el panlogismo hegeliano. La vida es algo que se concreta en individualidades históricas bajo determinadas circunstancias (no podemos dejar de acordarnos de Ortega).

El individuo humano suele tomar consciencia de sí mismo por la resistencia que le ofrecen las realidades de su alrededor; por todo tipo de presiones, condicionamientos, barreras, limitaciones… y que hacen que sea consciente de su propia fuerza. Pero su facticidad no sólo se reduce a esto, sino que a su vez hay que añadir el ámbito en el que él se sitúa: ese conjunto de realidades históricas, políticas, sociales, culturales, económicas,… físicas también, que si bien por un lado le sustentan, por el otro permiten que él mismo como individuo histórico pueda vivir, pueda darse expresión a sí mismo, pueda desenvolverse como individuo en su vida desde la situación histórica que le haya tocado vivir. La vida es el estado constructo de dos elementos: el yo más el medio, un medio compuesto como digo de elementos biológicos, físicos, históricos, culturales,… el yo y mi circunstancia.

En esta situación histórica (vital) ‘lo dado’ no es similar a ‘lo dado’ en el ámbito natural, más fijo y determinado, sino que es un ‘lo dado’ producido por el mismo ser humano, y que además está en continua fluencia, en continuo devenir. Y extrapolando la vivencia personal a la comprensión histórica (de alguna manera también hay una dimensión personal de la comprensión histórica, la que tiene que ver con mi vida), se podría alcanzar una comprensión de lo histórico. Pues bien, como he comentado antes y según el pensamiento de Gadamer, Dilthey no acaba de realizar bien este salto. Lo que propondría éste último para acercarse desde el individuo humano a este ‘lo dado’ en continua fluencia y que le desborda en tanto que histórico y social, es acudir como a una facultad superior del ser humano que denominaba espíritu (al modo como también haría Scheler), diciendo espíritu donde antes decía vida. Como se puede apreciar, Dilthey iría acercándose a Hegel en este sentido, pero con una diferencia fundamental: si bien para éste lo que se realiza en la filosofía es el retorno del espíritu absoluto a sí mismo, para Dilthey el devenir histórico no sería consecuencia de este retorno del espíritu a sí mismo sino que sería únicamente su expresión en la historia, sin ningún proceso de carácter teleológico, que es totalmente distinto.

Aquí parece que Gadamer realiza una visión de Dilthey un tanto crítica (y cuanto menos cuestionable), pues en su opinión Dilthey renuncia a toda su elaboración reflexiva para acabar por morir en una especie de espíritu absoluto, que si bien es diferente al de Hegel, en definitiva no lo es tanto; la diferencia estaría en que ya no sería el correlato de lo racional (como en Hegel) sino el correlato de la conciencia histórica: la comprensión de la historia es patrimonio de la razón histórica, no de la razón especulativa (Hegel). «No es en el saber especulativo del concepto sino en la conciencia histórica donde se lleva a término el saber de sí mismo del espíritu», dirá Gadamer. La filosofía ya no será el máximo exponente del retorno del espíritu absoluto a sí mismo, sino que vale como expresión de ‘la’ vida, una ‘vida’ que sobrevuela a las vidas concretas e históricas de los individuos.

Ante esto caben algunos interrogantes. El primero que se me ocurre es el siguiente: ¿qué es exactamente la conciencia histórica? Y en segundo lugar: ¿es la conciencia histórica capaz de realizar ese papel? La propia conciencia está limitada o condicionada por su contextualización histórica: ¿cómo puede pretender comprender ese nexo superior del saber de la historia, cómo puede sobrevolar las vicisitudes concretas de la situación histórica correspondiente para alcanzar una comprensión global y ‘objetiva’? Porque una conciencia histórica se debe a su época; y las diferentes conciencias históricas se van sucediendo cronológicamente, y se van dando en distintos contextos: ¿cómo pretender poder conseguir esa tarea?, ¿cómo poder situarse ‘por encima’ de la historia?

3 de octubre de 2017

La articulación filosófica de la vida según Dilthey (ii)

El problema planteado en el anterior post, cómo conjugar lo que es ‘la’ historia que acontece y la ‘propia’ experiencia personal, supone introducir en la reflexión una serie de categorías que ya no son epistemológicas al uso, sino que han de ser unas categorías ‘vitales’ que nos permitan apresar y fundamentar el conocimiento de esos objetos en continuo devenir como son la historia y la vida. Pues bien, la categoría que por excelencia acuña Dilthey al respecto es la de vivencia.

La conceptuación que realiza Dilthey sobre lo que es la vivencia es muy interesante. Con ella se cuestiona la diferencia que media entre una experiencia personal de algo que he vivido, de los procesos causales propios del acontecer natural. Es decir, los procesos según los cuales acontece una experiencia personal de los procesos según los cuales acontece un hecho natural y yo lo pueda percibir. En el caso de un hecho natural, aquello que ocurre es diferente de mi percepción del mismo, y soy consciente de ello, y puedo distinguir una cosa de otra. Pero en la vivencia no ocurre así; la vivencia es un acto único que no se puede dividir en esas dos partes, a saber: aquello que estoy vivenciando y el hecho de estar vivenciándolo. Según el pensamiento de Dilthey, estos dos momentos (el hecho de hacerse cargo y aquello de lo que me estoy haciendo cargo) no son desglosables sino que son dos momentos de un único acto, y que es la vivencia.

Claro, esta perspectiva se distancia de ese enfoque idealista en el sentido de que ya no hay un protagonista de la historia supra-individual, trascendental, sino que lo que existen son individuos históricos. No existe algo así como ‘la’ historia, o un espíritu ‘objetivo’ de la historia. Y es en ellos —en los individuos históricos— en los que se genera, o se produce, o se da un acontecer en devenir en una doble dimensión, que en el individuo se unifican: la dimensión histórica y la dimensión vital. Es la vida en tanto que realidad histórica. ¿Y qué es esta realidad histórica de la vida? ¿Qué es la vida en tanto que aquello que vive un individuo concreto e histórico? Pues la vida es (y esto no puede sino recordarnos a Heidegger, bastante más posterior) ese nexo de sentido y de significados de aquel individuo que los comprende, en una unidad que los engloba, unidad que no es otra cosa que la propia vida.

La vida es un nexo en el que se unen determinadas vivencias que han sido significativas para el individuo, y a la luz de las cuales él mismo se comprende; a la luz de esas vivencias, «como a partir de un centro organizador, es como se constituye la unidad de un decurso vital». El nexo vital no es sino la significatividad otorgada a las sucesivas vivencias del individuo (no hace falta decir que Dilthey conocía de primera mano la psicología descriptiva y analítica). En la vida (como también en la comprensión de un texto), el todo y las partes se hallan en mutua interdependencia: si bien no hay todo sin las partes, no se pueden comprender bien las partes si no es a la luz del todo, «cada parte expresa algo del todo». La vida no es una unión de momentos sucesivos atomísticamente inconexos sino íntimamente entrelazados; tanto como para poder establecer esa unidad superior que engloba todas las vivencias concretas.

Y es aquí donde quería llegar Dilthey: el nexo de sentido es el sustituto de la causalidad (física, mecánica, necesaria).

Ahora bien, lo que hasta ahora está mostrando Dilthey es lo que es la vida en tanto que histórica, pero no acaba de enlazar lo vital (individual) con lo histórico social (colectivo). Una cosa es la experiencia histórica individual que posea cada uno en base a sus vivencias y que conforman su propia vida, y otra cosa es cómo dar el salto de esa experiencia personal a la experiencia histórica que, por su propia índole, es supra-individual, social, general, y por propia definición no es patrimonio de ningún individuo. ¿Cómo hacerlo? Es algo parecido al problema de si existe algo así como ‘la’ sociedad, o si lo que existe no son sino un grupo de individuos que viven juntos; que esto segundo es así es indudable, pero por otro lado tenemos la percepción de que ‘la’ sociedad tiene como cierta consistencia, cierto cuerpo, aunque no sepamos muy bien cómo definirlo. Pues algo similar ocurre con esto, y será la solución que adopte Dilthey: será una especie de sujeto lógico (‘la’ historia) o de realidad psíquica que hay que considerarla precisamente porque uno no puede obviarla en sus consideraciones. La cuestión es cómo articular todo esto epistemológicamente. Y según la opinión de Gadamer, Dilthey nunca acabó de dar adecuadamente este salto.