24 de enero de 2023

La presentación de la realidad por parte de los sentidos

William James explicaba hace ya más de cien años una idea que, apoyándose en un hecho que hoy en día nos es familiar, lo cierto es que nos abre un horizonte muy interesante. El hecho familiar al que me refería, y del que ya me he hecho eco en algún post, tiene que ver con el hecho de que lo que percibimos habitualmente de la realidad no es sino una pequeña porción de todo aquello que realmente existe, que la realidad es más rica de lo que podemos percibir de ella. Ciertamente esto es así, aunque la consideración de James va más allá; efectivamente, la realidad es como un vasto océano del que ni siquiera podemos imaginar su existencia, «cuyas olas se estrellan continuamente contra los arrecifes que ha erigido a modo de barreras nuestra percepción cotidiana… hasta que, espontáneamente, las rompen e inundan esa isla con el conocimiento de un nuevo mundo de conciencia, tan vasto como inexplorado, pero intensamente real». No recuerdo de dónde extraje la cita. Lo que me sugiere es que, efectivamente, no podemos percibirlo todo, pero sí que podemos ir más allá del uso acostumbrado de nuestros sentidos, lo que nos permite vislumbrar modos de realidad que hasta ese momento nos permanecían velados, y que nos sorprenden y enriquecen. Pero para eso, hay que caer en la cuenta, y educar a nuestra sensibilidad.

Porque los sentidos no sólo nos ofrecen distintos ámbitos de la realidad, sino que nos permiten aprehender la realidad en distintas modalizaciones; los sentidos no sólo nos permiten aprehender distintos ámbitos de realidad, cada uno el suyo, sino que proporcionan distintos modos de intelección, es decir, distintos modos de ejercer nuestra aprehensión de la realidad.

Con la vista no sólo percibimos cosas que no podemos percibir con el oído, sino que percibimos la realidad de otro modo, visualmente; lo propio cabe decir de otros sentidos, del tacto, por ejemplo: tocando las cosas tenemos una noticia sensible distinta a la que nos ofrece la vista o el oído, pero no sólo eso: la cosa queda ante nuestra sensibilidad de otro modo. Pensemos, por ejemplo, en una persona que es ciega de nacimiento. Su mundo no es como el nuestro, compuesto mayoritariamente de imágenes: esta persona vive en ‘otro mundo’, un mundo auditivo, olfativo… nada que ver con el nuestro. Esta persona, como cualquier otra, se relaciona con el entorno en virtud de lo que su sensibilidad le permite, mediante los sentidos fisiológicos de que disponga. Que viva en ‘otro mundo’ no quiere decir que viva en un mundo disfuncional, ni mucho menos, sino que se trata de un mundo diferente, un mundo diverso al de las personas que ven, en el seno del cual identifican las cosas no mediante imágenes, sino mediante perceptos táctiles, auditivos... ¿Qué hace una persona ciega para reconocer algo? Pues la toca, la acaricia, la huele, la sopesa… construye una imagen no-visual, dinámica. Evidentemente, está entre las mismas cosas que nosotros, vive en el mismo entorno, pero su concepción del espacio y del tiempo es muy distinta a la nuestra. ¿Cómo perciben ellos, por ejemplo, la profundidad de una habitación? Nosotros abrimos la puerta, y de un golpe de vista nos hacemos con ella; ellos necesitan recorrer la habitación, ‘midiendo’ la distancia a través del desplazamiento que han de realizar, de la sensación del tiempo que emplean en sus desplazamientos.

La maravilla de todo ello es que las personas que no pueden ver, como consecuencia de su falta de visión, desarrollan de modo sorprendente el resto de sentidos, algo que las personas que podemos ver tenemos, si no atrofiados, sí bastante infrautilizados. Las personas sin visión tienen también una ‘imagen’ del mundo que, no por no ser visual, deja de ser imagen; una imagen levantada gracias a los ecos sonoros, táctiles, olfativos, etc., que son capaces de percibir con una sensibilidad que para cualquiera de nosotros es desconocida, y seguramente inaccesible. Esto es algo que Helen Keller expresa fenomenalmente en El mundo en el que vivo: ««A veces parece como si la sustancia misma de mi cuerpo fueran muchísimos ojos mirando a voluntad un mundo recién creado cada día. El silencio y la oscuridad que, según dicen, me encierran dentro de mí abren mi puerta, de una manera mucho más hospitalaria, a una infinidad de sensaciones que me distraen, me informan, me amonestan y me divierten. Con mis tres guías fieles, el tacto, el olfato y el gusto, hago muchas excursiones a esa región limítrofe de la experiencia que se encuentra a las puertas de la ciudad de la luz».

Ciertamente, es difícil que las personas que vemos seamos capaces de ponernos en su lugar, y hacernos eco de su imagen del mundo. Lo que pone en evidencia cuánto más podríamos emplear nuestros sentidos, y que no lo hacemos, cuando si lo hiciéramos, seguramente obtendríamos no sólo una mayor noticia sensible suya, sino modos de presencia muy diferentes.

2 comentarios:

  1. Además, nuestra visión está limitada a un rango de frecuencias, así como también el resto de sentidos tienen límites que modulan nuestra percepción de la realidad.

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