19 de mayo de 2020

El principio de la historia efectual

Como continuación de la problemática asociada a la distancia en el tiempo (que veíamos en este post), llegamos a una de las categorías clave de la hermenéutica gadameriana: la historia efectual. ¿Qué significa esta categoría? Lo que nos quiere poner de manifiesto Gadamer es que el ‘efecto’ que tiene la historia en nosotros no sólo se da en el nivel lingüístico o literario, sino también en el pre-lingüístico; a ello apunta, como veremos, cuando hable por ejemplo del peso de la tradición, el cual se ve no tanto en aquello de lo que somos conscientes como en aquello de lo que a menudo no lo somos y nos cuesta traer a la consciencia. En el proceso comunicativo, tan importante es lo que se dice como lo que no se dice; y esto es válido tanto a nivel individual como social o histórico; consecuencia de lo cual es, por otra parte, el tránsito contemporáneo del mero discurso a la ‘acción comunicativa’ más amplia, a los actos del habla en lo que se consideran elementos más allá de los lingüísticos. Es, en definitiva, el diálogo entre razón pura y facticidad, y todo lo que ello conlleva.

Cuando uno posee un interés histórico por algo, ese interés no se apoya únicamente en el deseo de conocerlo, sino también en sus posibles efectos en la historia (en nuestra historia). Esta es una idea que nos puede ser más o menos común. Lo que ya no es tan común es la consideración hermenéutica de este planteamiento. La historia efectual es algo en lo que necesariamente nos encontramos, no podemos evadirnos de ella, emprendamos o no una tarea hermenéutica; y si la emprendemos, debemos hacerlo desde la consciencia de que nos encontramos en el ámbito de la historia efectual: «Ella es la que determina por adelantado lo que nos va a parecer cuestionable y objeto de investigación, y normalmente olvidamos la mitad de lo que es real, más aún, olvidamos toda la verdad de este fenómeno cada vez que tomamos el fenómeno inmediato como toda la verdad». Este es el error del objetivismo histórico, el cual rehúye por desconocimiento dicha situación de partida; pero el caso es que no por desconocimiento deja de ejercer su poder.

La implicación directa de la historia efectual no es tanto que se cree una disciplina nueva que realice mejor la tarea hermenéutica como el hecho de ser una herramienta a cuya luz se realice y se comprenda mejor la tarea hermenéutica. Ya que su influencia se ejerce siempre, se sea consciente de ella o no; y no únicamente en la disciplina histórica, sino también en otros ámbitos del conocimiento humano, como la investigación científica por ejemplo (tal y como se ha puesto de manifiesto desde la filosofía de la ciencia). También en la propia vida.

Es una utopía pensar que desde nuestra situación lo vemos todo claro. Todo lo contrario. El contexto histórico es precisamente condición de posibilidad de la existencia de una situación desde la que se puede ver, situación necesariamente contextualizada, contextualización que necesariamente se convierte en un horizonte. Cada situación proporciona un determinado horizonte de visión (de comprensión), un horizonte que si bien nos contextualiza (en él) a la vez nos permite ir más allá de nosotros mismos en tanto que nos ofrece un abanico de posibilidades ajenas a las que nosotros nos podamos dar a nosotros mismos.

«El que no tiene horizontes es un hombre que no ve suficiente y que en consecuencia supervalora lo que le cae más cerca. En cambio, tener horizontes significa no estar limitado a lo más cercano sino poder ver por encima de ello».

Es tarea de la hermenéutica, entonces, hacerse con el horizonte adecuado para poder realizar la tarea comprensiva del legado histórico. Un horizonte que históricamente se encuentra ligado al legado de la tradición, y que presenta una conexión con el horizonte de ésta. No se trata desde ‘mi’ horizonte conocer ‘aquel’ horizonte, sino de ‘saber’ que mi horizonte no es sino la continuidad de aquél. Ahora bien, podríamos preguntarnos si nuestro horizonte es ciertamente ‘otro’ respecto a aquel en que quiere situarse. «¿Existen realmente dos horizontes distintos, aquél en el que vive el que comprende y el horizonte histórico al que éste pretende desplazarse?». Igual que una persona no es únicamente una persona aislada, sino que siempre está en comunicación con otros, hablar de un horizonte propio desligado de cualquier otro horizonte es una abstracción: no hay horizontes totalmente cerrados. Nos movemos en nuestro horizonte, y a la vez nuestro horizonte se mueve con nosotros: el horizonte se desplaza como si estuviera encabalgado sobre las crestas de las olas.

En este sentido se puede afirmar la existencia de un gran horizonte que envuelve todos los horizontes localizados y concretos, más allá del nuestro actual. Si esto es así, desplazarnos de nuestro horizonte al del texto no supone sino ser capaz de tomar distancia de nuestro propio horizonte, de elevarnos hasta ese gran horizonte que se da históricamente encabalgándose en las distintas culturas y sociedades, y que nos posibilita esa panorámica más amplia que, sin desatender lo propio, nos permite atender lo lejano y distante porque nos movemos en un mismo horizonte de comprensión. «Ganar un horizonte quiere decir siempre aprender a ver más allá de lo cercano y de lo muy cercano, no desatenderlo, sino precisamente verlo mejor integrándolo en un todo más grande y en patrones más correctos». Ello sin desatender nuestro contexto inmediato, pues es esa atención adecuada a nuestro entorno inmediato lo que nos permite poder elevarnos al horizonte amplio de comprensión, al cual se pertenece.

Un esfuerzo dialógico intenso pero fecundo, que posee dos importantes consecuencias. La primera y la más evidente, que gracias al trabajo de alteridad podemos leer el pasado no desde nuestras expectativas de sentido, sino desde sí mismo (siempre en la medida de nuestras posibilidades). Y la segunda y menos evidente, que a causa de este diálogo vamos autocorrigiendo continuamente nuestros prejuicios hermenéuticos, modificando a su vez nuestro propio horizonte de comprensión, acercándonos al horizonte comprensivo histórico general: «En realidad el horizonte del presente está en un proceso de constante formación en la medida en que estamos obligados a poner a prueba constantemente todos nuestros prejuicios». Más que hablar de distintos horizontes, quizá habría que hablar de un único horizonte que posee ciertas agudizaciones modales según las connotaciones culturales y sociales de cada época. De este modo, la tensión entre el presente y la época del texto se aliviaría y encontraría cauces más fluidos, sin pretender con ello ni mucho menos caer en una homogeneidad anquilosada. La tensión existe, y no puede no existir; pero la consciencia de la existencia de dicha tensión contribuye a la superación de los propios prejuicios (que nos distancia ilegítimamente de ella). «En la realización de la comprensión tiene lugar una verdadera fusión horizóntica que con el proyecto del horizonte histórico lleva a cabo simultáneamente su superación». Para hacer auténticamente dicha fusión es preciso hacerlo desde la conciencia histórico-efectual. Una tarea que a su vez debe realizarse de modo crítico: si bien la hermenéutica es una crítica al conocimiento, la propia tarea hermenéutica debe realizarse a su vez críticamente para no desviarse del objetivo pretendido; la misma hermenéutica ha de ser crítica, empresa que han acometido no pocos autores contemporáneos (Apel y Habermas, Taylor,  Ricoeur…).

2 comentarios:

  1. ....se entiende como una aproximación a la prosa didáctica siglo XIX.
    saludos.(ich)

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