7 de enero de 2020

De la 'parte' familiar al extraño 'todo'

Hemos visto en el anterior post cómo no se puede obviar la relevancia de pertenecer a una tradición a la hora de realizar un esfuerzo hermenéutico, bien sobre un texto, bien sobre una vida, bien sobre la propia sociedad. Hay que ser conscientes de ello, además del hecho de que nuestra tradición pertenece a una corriente histórica que la envuelve y que la engloba. Esto genera un problema complejo a la hora de hacer el esfuerzo hermenéutico, como es que acometemos dicha tarea desde el punto en que estamos situados, y atendiendo a aquello sobre lo que focalizamos nuestra atención; cuando, si queremos comprender algo, no lo podemos hacer ―según Gadamer― sino es a la luz de la totalidad a la que pertenece. Otra cosa no sería sino un reduccionismo. La cuestión es que no podemos atender a esos elementos más generales sino es desde donde estamos situados nosotros. Y esta situación concreta y contextual es de todo menos objetiva, lo cual complica ese acceso a lo total. Por lo general, solemos estar inmersos en el asunto concreto que llevamos entre manos, que nos influye y nos condiciona, y es desde ahí desde donde nos hemos de abrir a la consideración de lo total.

La solución que plantea nuestro autor es interesante: en su opinión, se debe tener presente un importante principio hermenéutico: ‘comprender lo individual desde el todo y el todo desde lo individual’. Se trata de un proceso circular según el cual, si bien ya anticipamos de alguna manera el sentido del todo a la luz de nuestra situación concreta, éste «sólo llega a una comprensión explícita a través del hecho de que las partes que se determinan desde el todo determinan a su vez a este todo». Y esta idea da que pensar.

Fijémonos que en nuestra consideración del ‘todo’ no se puede eludir la presencia de una ‘expectativa de sentido’, la cual procede inevitablemente de nuestro contexto y de nuestra posición, expectativa que necesitará ser corregida en la medida en que el texto o la situación así lo exija. Supongamos que tratamos de realizar la tarea hermenéutica sobre un texto concreto. Si, desde nuestra expectativa, sale a la luz una incongruencia, dicha incongruencia nos pondrá sobre aviso de que probablemente nos estamos desviando del sentido original. El problema estriba en que con frecuencia no es sencillo realizar este discernimiento, ya que no sólo hay que situarse en un cuadro de coordenadas histórico determinado (el del autor) sino también intentar situarse en su cuadro de coordenadas personal. Ante la imposibilidad manifiesta de esta segunda tarea, el desplazamiento más eficaz es el de situarse en el horizonte de comprensibilidad en que se encontraba el autor, horizonte en el cual generó la idea de aquello que quiere decir y escribir. Más que introducirnos en su alma, habría que hacerse con el sentir comunitario en el que se inscribió.

Pues bien, en esta tarea el círculo hermenéutico-existencial de Heidegger da un salto cualitativo frente al esfuerzo hermenéutico-histórico de Schleiermacher y demás, quienes intentaron atender al problema anterior como si fuera un objeto de estudio del cual nos podemos mantener al margen en lugar de considerarnos implicados en el proceso hermenéutico. Gracias a Heidegger se pone en evidencia la auto-comprensión que inevitablemente se posee de partida a la hora de enfrentarse a un texto, la circularidad del proceso comprensivo-hermenéutico, en detrimento de esa especie de adivinación que supone el tratar a un pasado histórico como algo totalmente objetual, ajeno al propio presente. El hallazgo heideggeriano tiene que ver con el abandono de las categorías objetivo-subjetivo para pasar a hablar de circularidad, de interpenetración entre la tradición y el intérprete. Lo que por algunos puede ser entendido como subjetividad (nuestra pre-comprensión) no es sino nuestro anclaje a nuestra comunidad que se erige así en eslabón de unión con la tradición. Es el salto de lo metodológico a lo ontológico: «El círculo de la comprensión no es en este sentido un círculo ‘metodológico’ sino que describe un momento estructural ontológico de la comprensión».

Se produce así un juego, un diálogo con el texto en el que nuestras expectativas de sentido se ven continuamente corregidas y redirigidas por el esfuerzo hermenéutico. En este sentido el texto y dicho esfuerzo hermenéutico poseen un carácter regulativo, diría yo. Es más, sólo cuando no acabamos de poder ‘encajar’ en el texto nuestra idea prestablecida nos surge la necesidad de realizar el esfuerzo hermenéutico, ‘saliendo’ de nosotros mismos y siendo conscientes a la vez de nuestra contextualización hermenéutica histórica. Es entonces cuando aflora toda esa estructura nuestra de pre-comprensiones, de prejuicios, que no es sino nuestra estructura hermenéutica de pertenencia a una comunidad histórica que pertenece a la tradición histórica de aquella cultura que ha creado el texto. Gadamer habla en este sentido de ‘la comunidad de prejuicios fundamentales y sustentadores’.

El hermeneuta sabe que el texto no le es del todo extraño, pero tampoco le puede ser del todo familiar: hay una tensión que gira alrededor de los polos familiaridad-extrañeza, en cuyo ámbito se juega el proceso hermenéutico, verdadero topos de la hermenéutica.

4 comentarios:

  1. ....muy interesante...pero a tener en cuenta que el tiempo histórico pudiera ser lineal y circular en ocasiones.No así la percepción de la mente humana,pues no siempre coincide con esa imagen espacial.Más bien es como una pequeña explosión atómica, fuera del orden establecido.
    Saludos .Feliz 2020!!

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    1. No acabo de comprenderte, ladoctorak.
      ¡Feliz año también para ti!

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  2. ..no es necesario entenderlo todo...se aprende dialogando!
    Las ideas se generan interactuando.Yo tampoco comprendo la historia en sus anclajes.El tiempo es la repetición.

    Un gusto leerte,Pelícano.

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