8 de octubre de 2019

El giro a la conciencia hermenéutica

Aunque cada vez va siendo más común desembarazarse de una visión naturalista de las ciencias del espíritu, no dejan de haber resquicios que todavía están llamados a ser superados. Uno de ellos es su enfoque teleológico, al modo en que se percibe el progreso del método científico de las ciencias naturales (aunque no todos los filósofos de la ciencia estarían de acuerdo con ello); si bien es cierto que, frente a tal enfoque, la conciencia hermenéutica auto-reflexiva está ‘tomando fuerza’. Para dicha tarea es preciso que dicha conciencia hermenéutica tenga claro cuál es su propia excelencia, en qué consiste el producto de su propio buen hacer.

Según Gadamer, ello pasa por la recuperación del estatuto de lo clásico frente a la revolución ilustrada, estatuto de lo clásico cuyo carácter normativo nunca llegó a desaparecer por completo. ¿Y ello por qué? Pues porque lo clásico es una verdadera categoría histórica (más que un estilo perteneciente a una determinada época), y se erige así, más que en una cualidad artística, en un momento verdadero del ser histórico, un momento que está llamado a ser ‘interpretado renovadamente’ en cada momento posterior. Esta categoría es fundamental en el pensamiento gadameriano: la de interpretación renovada, que no mera repetición. Pese al prejuicio sobre lo clásico que sigue existiendo en gran medida, hay que decir que lo clásico no deja de ser una realidad histórica a la que está sometida en mayor o menor medida una conciencia histórica actual, precisamente desde el momento en que ha permanecido durante todas las épocas superando así a toda la gama de vaivenes estilísticos más efímeros, manifestantes de gustos parciales y cambiantes. Es esa conciencia de ‘algo que permanece’ lo que nos lleva a denominar clásico a lo clásico, y si es clásico es porque ha permanecido, y si ha permanecido es porque en todo presente puede ser actualizado significativamente a pesar de su distancia en el tiempo. Que puede ser actualizado, no que tenga que ser repetido —como digo—.

El carácter canónico de lo clásico no es algo externo que se le haya impuesto arbitrariamente, sino que le pertenece intrínsecamente por su propio carácter verdadero y, en esa medida, se le ha reconocido en las distintas épocas y culturas. Reconocimiento que ha sido mayor, sin duda, en aquellas épocas de cierta decadencia o de poca consistencia propiamente histórica.

En este sentido, lo clásico se hace susceptible de expandirse universalmente, y de ser actualizado intemporalmente. Es este carácter el que dota de cierta unidad al propio proceso histórico, y le dota a su vez de ese aspecto de telos en tanto que la unidad en devenir histórico parece que apunta hacia algo, hacia un fin. Esa presencia intemporal brota de sí misma, de todo lo que lo clásico puede aportar; y que a pesar de haber desaparecido temporalmente todavía pervive porque todavía ‘tiene algo que decir’, y que requiere ser interpretado; todavía puede decir algo a cada presente, todavía tiene algo que decirle.    Así se puede comprender esta paradójica afirmación de Gadamer: «en este sentido lo que es clásico es sin duda ‘intemporal’, pero esta intemporalidad es un modo del ser histórico».

Ahora bien: ¿en qué consiste esta comprensión de lo clásico desde el presente, en una mera reconstrucción del pasado, de su contexto histórico-social, etc.? No, sin duda. Porque nuestra comprensión comprenderá a su vez la conciencia de nuestra pertenencia a su legado histórico y de alguna manera a su mundo, lo que afecta sin duda a nuestra comprensión de su legado. Lo clásico puede decirnos algo porque no hay un salto insalvable sino una línea de continuidad que subyace a las diversas culturas y tradiciones y que posibilita su conocimiento y comprensión.

Y la cuestión es: ¿podemos realizar una comprensión ya no de lo clásico, sino incluso de nosotros mismos, sin esa presencia de lo clásico en nuestra tradición?, ¿es algo que podamos soslayar con más o menos facilidad? Quizá lo clásico está presente en todo momento operante de la conciencia histórica, por mucho que se quiera hacer una crítica eminentemente racional. ¿Puede la razón superar dicha situación? Para Gadamer la respuesta es clara: «El comprender debe pensarse menos como una acción de la subjetividad que como un desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se hallan en continua mediación». El comprender pasa por un ‘desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición’; un acontecer al que uno mismo pertenece y que no puede eludir, ni del que puede evadirse. El giro hermenéutico que está proponiendo Gadamer aquí es radical: es la superación de una visión de la hermenéutica reducidamente metodológica, para convertirse en una auténtica conciencia hermenéutica.

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