23 de abril de 2019

El enfoque ético de la posmodernidad y ¿la vuelta a la premodernidad?

Con este post finalizamos esta pequeña serie en el que he tratado de esbozar las principales líneas éticas que se han dado (y se dan) en nuestra época contemporánea, el último de los cuales fue el dedicado a Richard Rorty siguiendo la explicación que la profesora Adela Cortina nos ofrece en el tercer capítulo de su Ética sin moral. Una de la claves para entender la filosofía moderna se sitúa —a mi modo de ver— en la giro tan radical que se dio en la cosmovisión generalizadamente aceptada. En el horizonte clásico no había confusión en tres elementos alrededor de los cuales se articulaba su ética, tal y como nos indica la profesora Cortina: el hombre como es, el hombre como debe ser y cómo se debe cruzar el puente entre ambos. Este planteamiento que en la época moderna y en la contemporánea es tan problemático, estaba pleno de sentido para el hombre clásico y el medieval. Si en el período clásico ese tránsito había que leerlo en el diálogo orgánicamente establecido entre el individuo y la polis, en la tradición medieval se recuperó con su característica teleología. Tanto en un caso como en otro, dicho puente había que ser transitado mediante una moral virtuosa, que había de ser seguida mediante la práctica de unos hábitos dirigidos a tal fin.

Comenzaron a aparecer fisuras a este planteamiento ya en la baja Edad Media, tanto en el ámbito católico como sin duda en el protestante, en el seno del cual fraguó la crítica moderna al teocentrismo característico de los siglos anteriores. Todos los cambios acontecidos en esta época, cambios sustanciales y radicales de todo tipo (geográficos, sociales, políticos, científicos, tecnológicos…) ofrecieron una importante relectura de las tradiciones, las cuales empezaron a ser dirigidas hacia el ser humano como centro de su existir. Tras los intentos de los grandes filósofos modernos, pronto se vieron las dificultades para fundamentar una ética en estas condiciones, sin negar ni un ápice sus importantes aportaciones a la historia de la moral.

Una de las consecuencias de todo ello es el planteamiento conocido como posmoderno. Nos dice Cortina: «En efecto, la crítica a una razón moderna totalizante, identificadora y sistemática, cuyas debilidades han ido siendo descubiertas paulatinamente (…), abonan la opción por el fragmento, la diferencia, el decentramiento. En universo decentrado, sin un punto fijo, arquimédico, la cuestión del fundamento carece de sentido».

La intención moderna de presuponer que se puede llegar antropológicamente a un ser humano auténtico ahondando en su propia esencia, aunque sea desde su razón autónoma, no deja de ser una ingenuidad, dice Bernard Williams. En la perspectiva posmoderna, no es coherente ni necesario pensar al hombre y al ser metafísicamente, desde de una profundidad que dé estabilidad y coherencia. Más bien, se percibe la moral desde la mera facticidad. Ni siquiera, como afirma Vattimo, es preciso un fundamento para defender ese valor tan básico como la igualdad pues, en su opinión, es precisamente que no hay ningún mundo metafísicamente real que podemos afirmar que somos todos iguales.

Pero no todos los posmodernos siguen este pensamiento débil, deconstruido… Una última corriente, esbozan una vuelta a la premodernidad, corriente cuyo paradigma puede ser MacIntyre. ¿En qué sentido hay que entender esta intención? Su punto de partida hay que situarlo en una especie de ‘esquizofrenia moral’ resultado del intento de armonizar dos polos, a saber: el modo de combinar el carácter impersonal de los imperativos éticos universales propios de la ilustración, y su uso o aplicación subjetiva desde una carga emocional más que relevante propia de una sociedad des-racionalizada; época esquizofrénica que no es sino el síntoma de una sociedad moralmente emotivista. Desde el universalismo abstracto de los deberes, la implicación del individuo no dejaba de ser también abstracta; consecuentemente, se ha producido un desplazamiento del péndulo al otro extremo, un individuo abandonado a su suerte ha echado mano de lo más cercano: sus sentimientos.

Pues bien, el mejor modo de recuperar la racionalidad moral sin perder su dimensión afectiva (en entredicho en la pura ilustración, a pesar de los intentos por tenerla presente, como en la Critica del Juicio kantiana) es para MacIntyre recobrar la moral de las virtudes a la luz de una vivencia comunitaria. Recuperar la ética aristotélica no por lo que tiene de metafísica, sino por lo que tiene de dimensión vital, práctica. No se pierde el enfoque contemporáneo, pero sí que se lee lejos de un pragmatismo radical o universalismo consensual, único modo de no perderse en una sin-moral característica de nuestra época. Paul Ricoeur, desde una tradición diversa, intentará hacer lo propio, a saber: enriquecer a una ética kantiana formalista con la dimensión aristotélica.

2 comentarios:

  1. Discrepo respetuosamente de este planteamiento de una conteporaneidad "sin-moral", pues la crítica parece ir más allá de un practicidad vulgar donde efectivamente se muestra un alarmante nihilismo, para pasar a una ausencia de pensamiento que pueda diferir de lo "débil" o lo "premoderno", que es donde sí observo muy interesantes y actuales fundamentos éticos desde varias perspectivas del pensamiento actual que se están postulando y que, sin prescindir de las tradiciones aritotélica o kantiana, como tampoco la hegeliana, marxista, existencialista o de la fenomenología, están formlando criterios éticos esenciales más abietos pero también sistemáticos, como puede ser el caso de Charles Taylor (ética de la autenticidad), o Axel Honnet (la lucha por el reconocimiento) o Simon Critchley (la demanda infinita, teniendo en cuenta a Levinas) que pueden dar respuesta, si es que en algún momento pueden darse a un aprendizaje popular. Saludos.

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  2. Hola Elevi. Quizá el texto pudiera dar lugar a esa lectura demasiado 'plana' de la situación contemporánea. Aunque creo que esto es así en buena parte de la sociedad actual (por desgracia, aunque también creo que es algo compartido por todas las épocas de la historia), no creo (contigo) que sea justo hacerla extensiva a los planteamientos éticos contemporáneos. Cuando hablo aquí de 'ausencia de fundamento', no lo entiendo como falta de seriedad o de rigor, sino como ausencia de un cierto arraigo argumentativo que vaya más allá de las posibilidades del sujeto ético. Cuando hablo del pensamiento débil, o de la deconstrucción, únicamente quiero poner de manifiesto esa ausencia de apoyo metafísico, que creo que es fiel reflejo de la mentalidad posmoderna. Pero no quisiera dar a entender con ello ni frivolidad, ni simplicidad, ni ausencia de reflexión o de posturas éticas valorables. Los ejemplos que tú pones (como también creo que lo son las aportaciones de Vattimo o de Derrida) son buena muestra de ello. De hecho, el intento de fundamentar la ética desde la perspectiva contemporánea, lejos de dogmatismos acríticos, creo que es un reto muy interesante.
    Como siempre, muchas gracias por tu comentario. Me ayudas a clarificarme mejor a mí mismo. Un saludo.

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