16 de julio de 2024

El sí-mismo: un concepto filosófico con base neurocientífica

Nuestro sentimiento de identidad es más amplio que la noticia consciente que podamos tener de nosotros mismos, recogiendo lo que se suele conocer como la experiencia de nuestro sí-mismo, y que incluye todo aquello que también somos y que excede el ámbito de nuestra conciencia, y que está vinculado fundamentalmente con nuestra dimensión biológica. El asunto pasa por averiguar cómo podemos tener noticia de todo aquello que excede el ámbito de la conciencia. Hoy en día se piensa que ello es posible gracias a la noticia que de nuestra dimensión corpórea llega al cerebro, sirviéndose éste de ella para generarla. La identidad deja de ser una idea abstracta, ya no puede ser reducida a una mera res cogitans, sino que, en su conformación, aparece ineludiblemente nuestro cuerpo. No podemos pensar en nuestra conciencia al margen de nuestro cuerpo.

Damasio piensa que la conciencia tenía que ver precisamente con esto, con la integración en el cerebro de toda la información que recibe del cuerpo. En su opinión, el sentimiento de identidad está vinculado a los procesos homeostáticos en virtud de los cuales el cuerpo se autorregula. Tal y como explica Castellanos, esta teoría ha sido enriquecida por la que se conoce como teoría del ‘marco subjetivo neuronal’, propuesta por Tallon-Badry. Según ésta, la representación que cada uno se hace de sí mismo y de su relación con el entorno deriva del continuo diálogo que se da entre el cerebro y el organismo, así como con el entorno. Lo que se quiere decir es que nuestra consciencia de nosotros mismos, de que somos nosotros, es un precipitado de la noticia que estamos teniendo continuamente de nuestro cuerpo. «La experiencia interna y el cuerpo interno son las dos caras de la misma moneda, para algunos la misma». Nuestro sentimiento de existir tiene que ver con la continua actualización neuronal del cuerpo en el cerebro, así como de sus sucesivos estados. Por otro lado, continuamente nuestro cerebro está recibiendo información del entorno, añadiéndola a su haber, dispuesto a emplearla cuando la ocasión así lo solicite. Todo ello, lo interno y lo externo, lo va integrando para ir autorregulándose tanto en lo que se refiere a su atemperamiento con el entorno como con lo que se refiere a su atemperamiento interno, como decía Rof Carballo. Un equilibrio dinámico, siempre en proceso de autoajustamiento, en función de las circunstancias externas así como de las necesidades internas.

El cuerpo es, en principio, condición necesaria para que nuestra conciencia exista; lo que no implica que se confundan, pues son dos dimensiones humanas distinguibles, pero sí que expresa la dependencia: pueden existir cuerpos sin conciencia, pero no conciencia sin cuerpos.

Pues bien, la teoría del marco subjetivo neuronal trata de dar razón de nuestra experiencia subjetiva e interna; se han identificado aquellas estructuras cerebrales protagonistas, a saber: la ínsula, la corteza cingulada, la amígdala y la corteza somatosensorial. Lo cierto es que la red aferente al cerebro desde el cuerpo cubre no pocas estructuras encefálicas, las cuales están también muy conectadas con otras regiones, por lo que se observa cómo la información somática que recibe el cerebro afecta a muchos de los procesos superiores. Esto es muy importante, pues la conciencia pertenece a ese conjunto de los procesos superiores específicamente humanos.

Lo que nos lleva a un aspecto fundamental de nuestro modo de ser personas, más allá de la actividad consciente que podamos ejercer. En nuestro organismo ocurren un sinfín de procesos ajenos a nuestra consciencia, una pequeña parte de los cuales aflora a la consciencia, en determinadas ocasiones. No todo lo no consciente se hace consciente, y seguramente sea mejor así, pues en caso contrario recibiríamos mucha más información de la que podríamos gestionar, y la noticia somática colapsaría nuestras posibilidades cognitivas. Lo cierto es que, por lo general, centramos nuestra atención en lo consciente, en lo mental, y poco nos detenemos en la sensación de nuestro cuerpo. Esto es una carencia notable, pues las sensaciones corporales nos avisan de lo que se está fraguando en nuestro cuerpo; el mismo Damasio, con su idea de los marcadores somáticos, afirmaba que quien posee esa sensibilidad para con su cuerpo, estaba mejor dispuesto para tomar las decisiones adecuadas; algo análogo a lo que se trabaja desde el ‘enfoque corporal’ de Gendlin. Se sabe que no pocos procesos vegetativos (digestión, respiración, circulación, etc.) influye en la funcionalidad cerebral superior, y que ésta, a su vez, según sus propios procesos, influye en aquélla, más allá del control ‘automático’ que realiza el tronco cerebral. La medicina psicosomática no es un castillo en el aire, ni mucho menos; que se lo digan a Rof Carballo si eso, uno de sus principales introductores en la medicina de nuestro país durante el siglo pasado.

El estado de nuestro cuerpo y nuestro comportamiento consciente están mucho más vinculados de lo que pudiéramos pensar en un principio. Por ejemplo, se ha logrado observar en los laboratorios qué ocurre con los cerebros de dos personas cuando se comunican entre sí. Primeramente, se activan las áreas de atención y de escucha, pero curiosamente se armonizan las involucradas en los procesos somáticos. «Los cerebros se comunican, la actividad cerebral de la persona que habla está influyendo en la actividad neuronal del que escucha», sincronización que se extiende también al ritmo de los latidos, por ejemplo. Caso paradigmático de esto es la sincronización existente entre una madre y un hijo.

En fin, parece que no es ocioso introducirnos en las dinámicas de nuestro cuerpo, no sólo porque influyen relevantemente (o son parte constitutiva) de la experiencia de nuestro sí-mismo, sino también en tanto que nos ayuda a conocernos mejor con todo lo que puede aportar para mejorar nuestras vidas. Parece razonable extender esa máxima de siempre que tiene que ver con conocernos a nosotros mismos, para que no se quede únicamente en la dimensión espiritual (¡que no es poco!) sino que incluya también nuestra dimensión biológica. «Conocerse es también conocer las vísceras. Comprender la biología desde lo sapiencial es aprender a afinar la orquesta orgánica que llevamos dentro» dice bellamente Castellanos.

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