9 de julio de 2024

El concepto: malabarismos de nuestra conciencia

En opinión de Peirce, podemos definir concepto como un estado de la mente, una disposición de nuestra mente que es la que se da cuando tenemos en nuestra conciencia dicho concepto; como se dice ahora, se trataría de un ‘engrama cognitivo’. Lo interesante del concepto, pues muy bien podemos tener otros estados mentales, es que posee una significación. Gracias a esta significación podemos reconocer precisamente a ciertos objetos porque poseen las características que tal concepto explicita. Ahora bien, en esto tan sencillo, a saber, reconocer a ese objeto que tengo ante mí según tal concepto, por ejemplo como ‘árbol’, es en el fondo un asunto muy complejo. Como ya nos tiene acostumbrados, Peirce es muy agudo. En esto que acabamos de hacer, reconocer a tal objeto como árbol, si nos fijamos, están presentes simultáneamente dos representaciones: por un lado la del concepto ‘árbol’, y por el otro la de la cosa que está ante nosotros y estamos percibiendo. Y cada una de estas representaciones no deja de ser un estado mental, un ‘pensamiento’ como él dice. De este modo, reconocemos a un objeto como tal cuando coinciden ambos estados mentales: la percepción del objeto y el concepto con el cual lo identificamos. Pero, si Peirce tiene razón, el caso es que cada uno de estos estados mentales no dejan de ser una experiencia, no dejan de acontecer en el tiempo. Si esto es así, si ciertamente se tratan de dos experiencias diferentes, ¿cómo pueden coincidir?

Tendemos a hablar de pensamientos iguales o diferentes, pero, en el fondo, no puede haber dos pensamientos iguales, pues cada uno de ellos deviene en el tiempo, y cada uno de ellos tiene un principio y un final. «Los pensamientos no tienen ninguna existencia, salvo en la mente; sólo existen en tanto se les considera. De ahí que dos pensamientos no pueden ser similares, a menos que se pongan juntos en la mente. Pero, en lo que respecta a su existencia, dos pensamientos están separados por un intervalo de tiempo», dice Peirce.

Si lo he comprendido bien, lo que Peirce está tratando de poner de manifiesto es lo problemático de emparejar pensamientos o estados mentales entre sí; que, cuando asociamos una representación de una intuición sensible a un concepto, en el fondo se trata de una comparación entre dos representaciones mentales, la proporcionada por la rememoración del concepto y por la percepción sensible que estamos teniendo, dos estados mentales que no pueden estar presentes a la vez y que, por lo tanto, no podemos emparejar. Ahora bien, si esto es así, surge la duda de cómo efectivamente somos capaces de reconocer objetos conceptuándolos; si esto no puede derivarse de la percepción inmediata, y si esto es algo incuestionablemente posible por los mismos hechos (¡todos reconocemos objetos!), hay que dar con otra justificación. La hipótesis que propone Peirce es que tal emparejamiento, o cuasi-emparejamiento, algo cuyo fundamento hay que buscar en otro lado.

Esta ‘hipótesis’ no es gratuita, sino que está avalada por los hechos, es decir, por las sucesivas experiencias en que lo hemos ido empleando. Y aquí viene lo interesante: ¿cuál es el fundamento, entonces, de dicha hipótesis? A su modo de ver, «la formación de tal pensamiento representante tiene que depender de una fuerza efectiva real subyacente a la consciencia, y no meramente de una computación mental». Esta idea no puede sino recordarme a Merleau-Ponty.

No se trata de recuperar una imagen mental partiendo de un concepto, como si de un programa informático se tratara, sino que estamos hablando de procesos orgánicos, fisiológicos, ninguno de los cuales es exactamente igual ni al anterior ni al posterior, aunque estén enderezados hacia el mismo término; cada uno de estos procesos fisiológicos son una entidad en sí misma, y su fundamento está en lo aprendido y memorizado por el individuo pero no como un archivador informático a base de bytes, sino de engramas mnemónicos que son biológicos y están en continuo devenir tempóreo. Y en cada momento, sólo podemos tener una: no podemos tener dos experiencias simultáneas, sino una detrás de otra. En su opinión no es posible que haya dos representaciones genuinas simultáneas, sino que toda representación lo es genuina, sin partes, «sin similaridad alguna con ninguna otra cosa» (§25). Todo estado mental (pensamientos, sensaciones, etc.) son absolutamente simples e inanalizables, y no se puede afirmar que están compuestos de otros estados mentales. En este sentido, todo pensamiento supone una experiencia única, y supone una experiencia inexplicable, incomparable. Lo que cambia mucho el modo de comprender esa experiencia ‘tan sencilla’ de identificar a ese objeto como árbol.

Todo acto de conciencia presupone ya un acontecimiento sobre el que recae, de modo que cuando reflexionamos sobre una sensación, ésta ‘ya’ ha pasado; y, una vez pasada, ya nunca la podremos recuperar en su originalidad en tanto que ya no está presente. Y será de toda esa información percibida que trataremos de emplear la oportuna para identificar lo percibido con algunos esquemas retenidos mnemónicamente en nuestro cerebro. Es el único modo que tenemos de dotarle de significatividad, de modo que, de cualquier sensación, solo permanece como inexplicable todo aquello que no podamos predicar de ella, todo aquello sobre lo que no podamos volver reflexivamente. El resto, intentaremos ubicarlo en nuestro ‘almacén personal’. Y el caso es que todo ello no se realiza en el nivel del pensamiento, como juego de ideas, conceptos, etc., sino que se da por esa ‘fuerza efectiva subyacente a la consciencia’. Creo que este planteamiento es muy interesante.

Apurando más este análisis, si nos fijamos, ninguna sensación tiene per se valor intelectual, sino que dicho valor reside en aquellas conexiones que se puedan establecer en la misma representación con otras representaciones pasadas (conceptos, perceptos, recuerdos). Aquí cabe establecer la función representativa del signo, en que es capaz de evocarnos ciertos conceptos partiendo de ciertas intuiciones sensibles. «Tenemos, así, en el pensamiento tres elementos: primero, la función representativa que le hace ser una representación; segundo, la pura aplicación denotativa, o conexión real, que pone a un pensamiento en relación con otro; y, tercero, la cualidad material, o cómo siente, que da al pensamiento su cualidad». La verdad es que no sé si he alcanzado a comprender lo que explicaba Peirce, pero me ha parecido interesante el análisis que realiza, un paso muy interesante que nos ayuda a crear un marco desde el cual, por ejemplo, leer los avances de la neurociencia y de la funcionalidad cerebral, por ejemplo.

2 comentarios: