19 de septiembre de 2023

El interés práctico en la percepción

Ya hemos visto cómo en toda percepción el sujeto pone algo de su parte, obteniendo del dato sensible algo más que, si bien está presente de alguna manera en lo percibido, no lo está al modo en que solemos considerar la información meramente sensible. Está, pero de otro modo. Hablábamos de que, de modo natural, solemos completar ¿precipitadamente? la percepción de los objetos identificándolos con su concepto correspondiente, sin acabar de percibirlos en su totalidad porque, en la vida cotidiana, lo cierto es que no nos hace falta, y lo que es peor, supone una pérdida de tiempo. También hablábamos de cómo, junto con la percepción objetiva, algunos objetos nos presentaban una dimensión anímica, una información co-dada con la información sensible objetiva, ajena también a un espíritu demasiado afanado en identificar conceptualmente lo percibido. Si nos fijamos, una conciencia conceptual, por definición apresurada en aras de la eficacia, no es la más adecuada para identificar todo eso de más de lo que estamos hablando, no es la más adecuada para demorarse en lo percibido y captar toda la riqueza que todavía, más allá de su concepto, la cosa nos puede ofrecer.

Hoy vamos a seguir en esta línea, tratando de identificar qué percibimos de más en referencia a la información sensible bruta; vamos a tratar de dar un pequeño paso, que está relacionado con el hecho de que, en la vida, en cualquier vida, no podemos sino estar realizando cosas continuamente, estamos lanzados hacia delante, con proyectos e intenciones, situados en un contexto en el seno del cual sencillamente hemos de vivir. No se puede obviar el hecho de que el interés práctico forma parte inevitable de nuestra vida. En todo momento estamos necesitados de orientación respecto a nuestro entorno circundante, cuánto más en situaciones especiales. Algo que vamos a atender desde dos flancos.

El primer flanco tiene que ver con que ese interés práctico no está sólo en nosotros, sino también en todos aquellos que nos rodean. Pues bien, en esta orientación que cada uno trata de alcanzar en su vida entra en juego la identificación de los intereses, de los propósitos, de las intenciones de las personas que intervienen en nuestras vidas, o en la situación concreta de que se trate, pues ello contribuirá a determinar el carácter de cualquier situación. Si, como ya vimos, esta dimensión anímica ya la podíamos obtener al percibir cosas y situaciones, cuánto más lo podremos hacer al ‘percibir’ o encontrarnos con personas. Démonos cuenta del calado de esta afirmación que acabamos de hacer. Si esto es así, lo interno de lo percibido cobra un estatus más que relevante, en el sentido de que lo esencial es ahora no tanto lo percibido ‘objetivamente’ como la trama de fuerzas anímicas invisibles. Si hablamos de una dimensión anímica de las cosas (de los paisajes, de las casas, etc.), cuánto más podemos hablar de ella en las personas. Y el caso es que sobre esta trama de fuerzas anímicas invisibles también suele recaer esa ‘conciencia generalizadora’ que acabamos de comentar, la conciencia conceptualizadora, gran enemiga de lo estético y de su riqueza enigmática. Ante una conciencia conceptualizadora, la percepción de lo anímico pierde riqueza, profundidad, calado, porque… ya no es necesario nada de eso. Para una conciencia conceptualizadora, toda percepción que ‘ya no sirve’ para identificar conceptualmente al objeto es desechable, vana.

El segundo flanco que comentaba tiene que ver no con la percepción de la dimensión anímica en los demás, como con el papel que está dimensión realiza en nosotros y afecta a nuestra percepción; con cómo el interés práctico que podamos tener en un determinado momento, selecciona o filtra la información que recibimos. En lugar de percibir el objeto en toda su riqueza, realizamos una lectura precipitada del mismo, a causa de una dimensión anímica personal que sesga la percepción por algo ajeno a la misma en su desarrollo propio: se sesga por un interés práctico.

Así, bajo la percepción, «se encuentra un principio selectivo dirigido por acentos existentes, que nosotros mismos introducimos al estar interesados. De todo lo vivenciable que aparece a nuestro alrededor sólo cae bajo la plena luz de la conciencia lo que ya lleva este acento; de ello depende la dirección que tome nuestra atención. Lo que así acentuamos y destacamos no es, pues, lo esencial en sí, sino lo esencial para nosotros», dice Hartmann.

¡Qué importante es este hecho! Interviene en nuestras vidas en una proporción nada desdeñable, con la preocupante consecuencia de que lo que acentuamos y destacamos de lo percibido (un objeto, un suceso) no es lo esencial del mismo, sino lo que es esencial para nosotros, bien porque lo queremos identificar para emplearlo en cualquier acción en orden a nuestros intereses, bien porque lo vemos desde un enfoque determinado (como puede ser el científico). Esto supone un salto cualitativo en la percepción que hay que destacar. En base a nuestra experiencia de vida a lo largo de los años y de nuestro trato con las cosas, se va imponiendo en nosotros la conciencia que podemos denominar ‘de lo general’, conceptualizadora, recortadora de la realidad, pero que es muy útil, ya que posibilita que el objeto sea pensable, cognoscible, expresable, manejable, controlable. La mala noticia es que, con este tipo de conciencia, no nos demoramos en la noticia sensible del objeto, ni nos deleitamos en ella; no la agotamos, sino que percibimos lo mínimo y suficiente para poder identificarla y manejarla de modo que, pendientes de la identificación y el manejo de la cosa, abandonamos su percepción, perdiéndonos no pocas experiencias que nos puede proporcionar, por lo pronto, la que tiene que ver con su dimensión estética.

No hay comentarios:

Publicar un comentario