4 de abril de 2023

La percepción cotidiana es más que percepción

Qué duda cabe del papel que juega la percepción en la estética filosófica; su mismo nombre, ‘estética’, cuyo origen etimológico es aisthetiké, que viene a significar relacionado con la sensación o la percepción, así lo demuestra. Término que, ya desde la antigüedad, y aunque inicialmente no era así, pronto se asoció a la percepción de la belleza, pues sólo mediante la percepción puede ser aprehendido el objeto bello. Es fácil pensar que para percibir lo bello no es suficiente un modo cualquiera de percepción, sino que hay que alcanzar uno que esté de acuerdo con lo que se experiencia. No vale cualquier percepción para percibir lo bello, sino que es preciso un modo de percibir muy específico. Ahora bien: este modo más elaborado de percepción no consiste necesariamente en uno ‘radicalmente diverso’ del corriente, todo lo contrario, se sitúa en línea de continuidad; pero sí que es cierto que éste —el corriente— no es suficiente para dar razón de aquél —del estético—.

La percepción, cualquier percepción, hasta la más sencilla, es un fenómeno complejo. Más que una mera yuxtaposición de sensaciones, es el resultado de una actividad compleja, en la que se aúna lo ‘dado’ directamente a los sentidos, más algo ‘añadido’ por el sujeto y que no se da de modo directo a aquéllos, quizá sí oblicuamente. Y ello en dos sentidos. El primero, en el de que nunca se nos da del todo ningún objeto, nunca percibimos —es imposible— un objeto totalmente, sino que siempre es completado por nosotros, algo que hacemos sin más, sin darnos cuenta. Todo objeto presenta un ‘delante’ y un ‘detrás’, un ‘detrás’ que no podemos percibir precisamente porque nos lo tapa su ‘delante’; cuando vemos una naranja de frente, nunca sabremos, a no ser que la giremos, si está la naranja entera o sólo la mitad que vemos; suponemos que así será, es lo normal, pero nunca tendremos la certeza absoluta mirando desde acá. Pero el caso es que, aun lo que vemos directamente, tampoco lo vemos siempre todo, nunca vemos de golpe todo lo que la cosa nos muestra a nuestra percepción, nunca ‘agotamos’ sensiblemente lo que vemos de la cosa, sino que basta con una percepción parcial que luego completamos nosotros; percibimos lo suficiente para poder identificarla de modo que, una vez identificada, enseguida accedemos al concepto y abandonamos la percepción. Esto es algo que hacemos de modo natural, tan natural que ni siquiera caemos en la cuenta porque, en el fondo, es nuestro modo usual de percibir. Como dice Hartmann, no se trata de un proceso añadido, o de una reflexión o estrategia posterior, sino que lo hacemos en el seno del mismo proceso de percibir: «en la percepción desaparece la frontera entre lo dado ópticamente y lo añadido. Pues lo que en ella se lleva a cabo sintéticamente, sucede más acá de la reflexión, desde luego basado en la experiencia, pero no por procesos posteriores de conclusión, comparación, combinación y otros semejantes».

Pero esto no es todo. A este fenómeno hay que añadirle otro más, a lo que estamos diciendo hay que incluir una dimensión nueva, que excede el ámbito perceptivo de alguna manera, aunque no es ajeno a él. Y es que cualquier percepción cotidiana posee de suyo un contenido que no es estrictamente hablando apresable por medio de los sentidos, aunque su noticia venga de la mano con lo que sí.

Por ejemplo: vemos un paisaje y vemos la vida que alberga: la de los árboles, la de las flores, la de las abejas y mariposas que revolotean por doquier; entramos en una modesta casa, y percibimos la austeridad de sus dueños, o su delicadeza a la hora de cuidarla; cuando vemos un rostro, percibimos su determinación, o también su indolencia. Estrictamente hablando, con lo que nuestra sensibilidad percibe objetivamente (el paisaje, los árboles, los muebles de la casa, un rostro) no hay nada ni de vida, ni de delicadeza, ni de indolencia; pero no del todo porque, de alguna manera, sí que percibimos todo ello. Parece que, junto a lo dado sensiblemente en la percepción, hay algo co-dado, que ya no es dado sensiblemente, pero no del todo, pues eso co-dado no lo podríamos percibir sino es partiendo de la noticia objetivamente sensible. Hay, pues, en la percepción, una dimensión anímica, que también forma parte intrínseca de nuestra experiencia cotidiana. Con este fenómeno ocurre algo análogo a lo que ocurría con el anterior, a saber: que lo anímico de la percepción no se obtiene tras una elaboración o reflexión posterior, sino que se da a una con el mismo proceso perceptivo sensible, le pertenece a él, y sin él no se podría dar.

2 comentarios:

  1. ...de ahí la MAGIA del lenguaje materno.

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    1. Pues sí, ladoctorak; sobre todo en los inicios de nuestras vidas, esta dimensión anímica es fundamental en la comunicación materno-filial. Un saludo afectuoso.

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