6 de junio de 2023

El hombre como habitante de la frontera

Los límites y las fronteras suelen ser unas líneas, más delgadas o más gruesas, que conllevan cierto carácter problemático. Estamos acostumbrados a entender estos límites o fronteras en sentido social, o quizá mejor, geopolítico, pero no quisiera detenerme en estos aspectos sino en otro que es menos común a la hora de hablar de límites, como es el sentido antropológico. Es en este sentido en el que lo emplea Trías, tal y como explica el profesor Vilarroig en un interesante artículo publicado hace algún tiempo en la revista de mi facultad, Scio. La verdad es que, bien considerado, el límite puede ser una realidad fascinante y atractiva, pues sirve no sólo para separar ámbitos o espacios diferentes, sino también para unir. Los límites, en sentido amplio, enfocados desde una razón que está dispuesta a dialogar, a reflexionar, y a desafiar sus sombras y sus limitaciones, no dejan de ser un auténtico reto. Y, ¿acaso no es ese el cometido de la filosofía, ‘estirar’ sus fronteras hasta el máximo que ella sea capaz, sin desvirtuarse? Es por esto que afirma este autor que al hombre le conviene transitar por ámbitos próximos a los limítrofes, le conviene ser un habitante de la frontera.

Más allá de conformismos o complacencias en el propio pensamiento, Trías entiende que la razón no ha de acostumbrarse a lo acostumbrado, sino que continuamente tiene que estar autoexigiéndose para no caer en conformismos que, a la larga, fácilmente se convierten en dogmatismos. Pero tampoco se debe convertir en una rebelde, no debe apelar al desafío gratuito, a hacerse notar, ya que ello le impide gozar del mínimo arraigo que le permite ser razonablemente argumentativa. El equilibrio entre ambas posturas se encuentra precisamente en el límite; la filosofía del límite nos permite reflexionar desde el lado de acá sobre el lado de allá, pero sin olvidarnos del acá por ir demasiado allá; es decir, manteniéndonos próximos al límite, sin dogmatismos y sin excesos desmesurados.

¿Cómo se puede ir más allá del límite, si el límite precisamente nos indica que más allá está lo desconocido, lo indeterminado, aquello de lo que no se tiene noticia, aquello de lo que no se puede decir nada? Trías no habla de esto gratuitamente, pues era buen conocedor de la crítica wittgensteniana, por ejemplo, y de su famoso aforismo del Tractatus “de lo que no se puede hablar, es mejor callar”. En opinión de Trías, ello es posibilitado, aunque no de cualquier manera, por el propio límite. Porque el límite es lo que une y lo que separa; no sólo separa, sino que también une; es a la vez disyunción y conjunción, diferencia e identidad. ¿Y qué es aquello que une? Pues el espacio de lo conocido y el espacio de lo desconocido, lo que nos abre al misterio.

Este tránsito no se realiza fácilmente; para poder transitar por él límite, para poder ser un habitante de la frontera, el hombre ha de ejercer también una razón de la frontera. Inicialmente esta razón ha de ser ejercida desde dentro, desde el ámbito de lo conocido. ¿Cómo salir, pues? ¿Cómo cruzar el límite? A juicio de Trías, son las mismas cosas que hay en el ámbito de lo conocido las que nos generan esa inquietud; esas cosas están ahí, y la razón se encuentra continuamente con ellas, con cosas que existen, que están puestas en el mundo, y que no tienen ninguna necesidad de existir, muy bien podrían no estar. ¿Por qué están ahí? Será la constatación de este hecho primario (¿por qué hay algo y no más bien nada?, se preguntaba Heidegger) un trampolín que lleve a la razón a indagar más allá de la noticia que primariamente le ofrecen las cosas. Sabemos que las cosas están ahí, pero su existencia nos abre al misterio; pero no de cualquier manera, no imprudentemente, sino a caballo entre la inmanencia y la trascendencia, entre el ámbito del aparecer y el ámbito del misterio. El hombre, en tanto que habitante de la frontera, tiene el privilegio de poder estar en los dos lados a la vez. Y, mediante su razón de frontera, puede captar la verdad de la trascendencia no como patencia, al modo del ámbito de acá, sino como transparencia: la verdad, sencillamente, deja ver lo que hay. Lo verdadero, a veces es tan obvio, que no somos capaces de verlo, precisamente por ser tan obvio.

Ser habitante de la frontera no es fácil, pues genera vértigo. Es precisamente este sentimiento de vértigo el que nos dice que nos estamos acercando al límite, que estamos abandonando nuestro espacio conocido, en el que nos sentimos tan cómodos, para emprender una aventura en la que hemos de soltar todas las precomprensiones que solemos llevar, muchas de ellas seguramente sin ser conscientes. Heidegger hablaba también de la angustia que nos genera salir a ese otro modo de conocimiento que tiene que ver no con las cosas y los conceptos, sino con lo formal e intangible. Pero, a juicio de Trías ―también de Heidegger― la personalización pasa por esta tensión, por vivir apuntando hacia el ámbito de lo desconocido, sin olvidarnos que venimos del de lo conocido; siempre en esa tensión, siempre en el límite, siempre en la frontera.

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