11 de abril de 2023

Tiempos legendarios y tiempos históricos

Cuenta Bernard Williams una anécdota interesante, con la idea de sacar a relucir los dos modos diferentes de comprender la historia que vimos en el anterior post: la legendaria o la histórica; la narrativa o mítica (de Heródoto) o la científica (de Tucídides). La anécdota gira en torno a Minos, conocido rey de Creta, que dio nombre a la famosa cultura minoica. Tradicionalmente es considerado hijo de Zeus y de Europa (una mujer), por lo que no era del todo humano, pero tampoco del todo divino: era mitad humano, mitad divino. Hoy en día sigue siendo controvertida la cuestión del carácter histórico (en lo que corresponda) de dicha figura, pero no es eso lo que nos ocupa. El caso es que Minos es el protagonista de un pasaje de Heródoto, en el cual se refiere al gobernante de Samos (muerto en torno al 522-521 a. C.); dice Heródoto que Polícrates fue «el primero entre cuantos conocemos que se había propuesto controlar el mar, excepto Minos el cretense o algún otro que pudiera haber dominado los mares anteriormente. Pero de lo que se llama la raza humana, Polícrates fue el primero». Lo que le preocupa a Williams es por qué Heródoto realiza esta distinción, por qué una cosa son los humanos y otra los no humanos, por qué Minos no contaba y no importaba que hubiera tenido una flota antes que Polícrates. Ciertamente Minos no era humano del todo como sí lo era Polícrates, pero ¿era eso razón suficiente para desestimarlo, estando como estamos en el seno de la cultura heroica? ¿Qué ocurría con Minos?

Una cosa que deja clara este pasaje es que el tiempo de Minos fue anterior al tiempo de los humanos, y por ende al tiempo de Polícrates; un tiempo anterior en el que semejantes seres (mitad humanos mitad divinos) habitaban la Tierra. Pero el caso es que Heródoto no tenía una idea clara de cuándo fue ese tiempo; para Heródoto, el pasado se encerraba en una especie de período indeterminado, anterior al actual, sin mayor concreción. Y esto era suficiente, no hacía falta especificar más.

Dada esta vaguedad, ¿cabe considerar a este relato como histórico? Hoy en día difícilmente se podría sostener. Pero la postura que defiende Williams es interesante. No podemos olvidar que Heródoto se situaba todavía en una tradición mayoritariamente oral, en la que lo que se comunicaba mediante la palabra entre las generaciones era primariamente fiable. En el seno de una tradición oral, no podemos retrotraernos vívidamente mucho tiempo atrás, seguramente el límite esté en lo que recuerdan los ancianos del lugar. Todo lo que se pudiera situar más atrás de ese límite establecido por unas pocas generaciones, quedaba englobado en los tiempos pretéritos, en los tiempos legendarios. Y ello propicia una concepción del tiempo diversa a la que podamos tener ahora: un tiempo dividido entre el de prácticamente ahora (período que comprende unas pocas generaciones, hasta la de los ancianos) y el de lo anterior (lo legendario). Pero esta afirmación hay que matizarla.

Esto no nos debe llevar a pensar precipitadamente que hubo un tiempo en el que habitaban la Tierra dioses, a diferencia de ahora que no lo hacen. La diferencia entre seres humanos y seres divinos no es una diferencia de eras, porque cuando habitaban los dioses también era un mundo de humanos, tal y como ponen de manifiesto la existencia de seres semidivinos, como el propio Minos. La división que establece Heródoto no es entre el tiempo de los dioses y semidioses, y el tiempo de los humanos; pensar así sería malentenderlo. Para él no hubo dos tiempos perfectamente definidos, el tiempo de los dioses y el tiempo de los humanos, el tiempo de la historia y el tiempo legendario… Porque para tener esa perspectiva tendría que haber tenido una concepción cronológica del tiempo (como la que podamos tener hoy en día), y él no la poseía; él no poseía una concepción de los ‘dos lados’ de ese tránsito: ‘antes de’ (tiempos legendarios) y ‘después de’ (tiempos de la historia).

Todo esto nos acerca a la perspectiva de Heródoto, pero todavía no nos la explica. Vamos a seguir dando pasos. En una cultura de tradición oral, es natural que se compartieran muchos relatos. Algunos de ellos tenían que ver con situaciones de su presente, los cuales eran asumidos generalizadamente por todos como verdaderos, y ello no suponía mayor problema, ya que se refería a ‘lo que acaba de pasar’. No había problema para distinguir cuándo unos relatos eran verdaderos y cuándo otros eran falsos: bastaba observar lo que acababa de ocurrir. Pero también había relatos que se referían a tiempos pasados, y remotos, mezclándose vagamente unos con otros (los pasados con los actuales), actualizando los relatos pasados al presente, aplicándolos de alguna manera. Es decir, se contaban historias actuales, pero ‘aderezadas’ de elementos del pasado, sin que lo importante fuera del todo qué ocurrió exactamente en aquel momento pasado, sino su aplicación en el relato referido al presente. Es por ello que los elementos del pasado se solían englobar en un ‘antes’, en un ‘en los viejos tiempos’; pero eran considerados válidamente, cuanto menos en la tradición griega y, por extensión, en cualquier tradición oral. Eran relatos compartidos, que se escuchaban y se contaban, e incluso se trataba de conciliarlos entre sí (como hizo Hesíodo).

¿Qué grado de fiabilidad tenían esos elementos del pasado incluidos en los relatos del presente? ¿Cuál era su validez histórica? La explicación que ofrece aquí Williams es sugerente: «Estos mundos de leyenda se consideraban verdaderos, en el sentido de que la gente no dudaba de ellos, pero no creían en ellos como las personas creen en las realidades que las rodean». Los consideraban verdaderos… de otro modo, en tanto que suponían una herramienta válida para dar razón y para ordenar la vida social del presente. Esta práctica duró mucho tiempo; y sólo dejó de hacerlo cuando empezó a cobrar presencia la pregunta específica de si a estos mundos de leyenda se les debería dar la misma credibilidad que a las realidades que rodeaban a las personas; porque en ese mismo momento se perdió esa confianza irreflexiva, o natural, en ellos. El hecho de que esos mundos de leyenda pertenecieran a tiempos legendarios, les preservaba de ser susceptibles del mismo modo de credibilidad que precisaban los hechos actuales y presentes. Pero el caso es que su evolución como cultura (la griega), así como su encuentro con otros pueblos (como Egipto) hizo complicado mantener esta postura natural. Y empieza a surgir la necesidad de preguntarse qué son exactamente los hechos acontecidos en los tiempos legendarios. Empieza a surgir la necesidad de la historia como ciencia.

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