9 de agosto de 2022

La aportación aristotélica al concepto de experiencia en Bacon

A pesar de la crítica al pretendido ejercicio puro de la ciencia que vimos en el anterior post, lo cierto es que Bacon —y con él el ejercicio de la ciencia— se sigue moviendo en un ámbito objetivista, ajeno al espíritu hermenéutico que guía a Gadamer, y sobre el cual quiere seguir profundizando. Para hacerlo, para profundizar en el fenómeno de la experiencia, apela al análisis de la misma que realiza Aristóteles, no tanto en un ámbito científico sino en un ámbito más cotidiano, vital. ¿Qué es lo que aporta el estagirita? Según él, la experiencia tiene su origen en el encuentro de algo estable y duradero mantenido en el seno de observaciones variables y dispersas: frente a todo aquello que pasa por delante de nosotros y se va ‘como un ejército en fuga’, hay algo que permanece. Cuando la percepción ve algo estable se fija en ello, e interpreta lo demás alrededor de dicho foco.

El asunto pasa por el establecimiento de dicho foco. Efectivamente, ante ese espectáculo que nos ofrecen nuestros sentidos, ante ese cúmulo de sensaciones que desfilan ante nosotros, ¿cuál es el origen de ese foco? Muy bien podría pensarse que sea un poco producto del azar, es decir, de aquello que nos sobreviene del imprevisible entorno y que impresiona nuestros sentidos; en opinión de Gadamer, algo hay de eso, aunque no lo es todo. Pero lejos de insistir en aquello que no es, insiste en la parte de verdad que hay en ello. Lo que hace Gadamer es fijarse en ese ‘algo’ según el cual uno no acaba de ser totalmente dueño de la experiencia, sino que se da en ella como un acontecer que escapa de nuestro dominio, y al cual hemos de plegarnos; un acontecer en el que parece que todo va cuadrando y nos va dibujando de antemano el camino que hemos de seguir, hasta que se nos abra otro nuevo proceso experiencial. Si recordamos, esto estaría relacionado con lo que nos decía Bacon, de modo que ese espíritu científico experimentado es sensible a aquello que la naturaleza le está ‘diciendo’, y es capaz de ‘escucharlo’ y de traducirlo a sus experimentos científicos. El científico también está en manos de lo que la naturaleza le dice, y que influye en su trabajo, de modo que no acaba de escoger del todo científicamente su vía de trabajo.

Como decía, Gadamer insiste en ese proceso según el cual nuestra experiencia se ve tensionada por lo que percibe, dificultando su libre ejercicio dependiente únicamente del sujeto. Cuando extraemos a la experiencia de este ámbito científico, marco en el cual —en opinión de Gadamer— cabría situar también a Aristóteles, pues su enfoque no deja de ser ‘científico’ en tanto que se mueve en una ontología conceptual, orientando su labor investigadora teleológicamente para acceder a las sustancias, se puede obtener mucho fruto; un fruto que permanece velado «cuando se considera la experiencia sólo por referencia a su resultado». ¿En qué consiste dicho fruto? Pues en el descubrimiento del ‘verdadero proceso de la experiencia’.

El que quizá sea el principal rasgo de este proceso experiencial es su carácter negativo. ¿Qué quiere decirse con ello? Gadamer lo sitúa en oposición a la experiencia científica, pues ésta lo que busca no son sino experiencias que confirmen sus expectativas, pero la auténtica experiencia surge a la luz de algo que nos sorprende, de algo que no esperábamos, de algo que nos descoloca. La experiencia nos dice que tal y como estábamos viendo las cosas no era el modo del todo correcto y que es la propia experiencia la que nos ayuda a acercarnos más a cómo sean en verdad, abriendo nuestro abanico perceptivo. La misma experiencia ayuda a descentrar un proceso perceptivo polarizado hacia el sujeto que percibe. Es lo que nos ocurre, por ejemplo, cuando decimos que hemos tenido una determinada experiencia, es decir, que nos ha pasado algo que nos ha sorprendido, que no nos esperábamos, y que nos ha impresionado. La experiencia va acompañada de lo inesperado, de lo sorprendente, de la novedad, y no de lo acostumbrado, de lo rutinario.

En mi opinión, sería discutible hasta qué punto Aristóteles sigue este patrón, sobre todo si lo contrastamos con el de Platón. Quizá la crítica de Gadamer sea más achacable a Platón que a Aristóteles, en tanto que el método que guía a Platón es más racional, lógico, mientras que el de Aristóteles es más experiencial, físico; como dice Conill, «parece que en el primer caso el pensamiento surge por la exigencia discursiva de las preguntas y respuestas en un contexto de comunicación y diálogo (discusión); en el segundo, el pensamiento surge de la presión que ejerce la experiencia ‘física’ del movimiento y sus consiguientes aporías». Pero bueno, quedémonos con la crítica gadameriana, con la que trata de poner de manifiesto que no todo es puesto por el sujeto, sino que su experiencia se ve también relevantemente dirigida por lo que pone la realidad.

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