13 de julio de 2021

Un imán estético

Se puede afirmar que uno de las mayores complicaciones de la estética filosófica es tratar de explicar qué es aquello que se nos comunica, no se sabe muy bien cómo, en una experiencia estética. Los filósofos de toda la historia coinciden en que en ella somos capaces de aprehender algo distinto a lo que aprehendemos en nuestras vivencias cotidianas, lo cual no deja de encerrar cierta paradoja, en el sentido de que las obras de arte no dejan de ser objetos materiales (más consistentes como la escultura, más etéreos como la música) como todos los demás, pero que son capaces de comunicar algo mucho más de lo que una percepción cotidiana puede captar en ellos. Lo estético va más allá de lo conceptual, va más allá de lo objetivo, para llevarnos a un ámbito que se eleva sobre ello y lo trasciende, en el que los colores, las formas y los sonidos nos hablan sin conceptos y sin palabras, evocando en nosotros experiencias más allá de los recuerdos y de nuestra inquietud.

Como digo, esta experiencia ―que tiene algo de mágico― ha sido tratada de explicar por los filósofos de todas las épocas, cada uno desde su cosmovisión. Sin duda la que más éxito ha tenido a lo largo de la historia es la tradición platónica, vigorosamente recuperada en el Romanticismo; una tradición que quizá hoy resulte anacrónica en su fundamento, pero creo que no en lo que tiene de experiencia personal, en el sentido de que, aun el hombre contemporáneo que ya tiene ‘superado’ el platonismo, no deja de percibir en la obra de arte algo más allá de lo explícito (independientemente de que para no pocos estetas actuales el arte se reduzca a ello, a lo explícito).

A mi modo de ver, éste es el gran reto del artista: no reducir su obra a un mero jugueteo con formas, colores, sonidos y conceptos, para expresar con todos ellos algo más, conduciendo así al espectador más allá de las rejas de su propio marco mental.

Para dar explicación a este reto, a la expresión artística de ese ‘algo más’, quiero traer a colación una metáfora que nos trae Pavel Florenski en su obra El iconostasio (y que conocí gracias a un alumno), un esteta ortodoxo ruso de comienzos del siglo XX, también científico. Él propone que nos fijemos en un imán, en ese trocito de hierro negro que todos conocemos, y en cómo debería ser representado en un cuadro, por ejemplo. Ello estaría relacionado con qué es lo importante en un imán. ¿Y qué es?, ¿lo que vemos, ese trocito de material oscuro y pesado, o lo que no vemos, es decir, el campo magnético generado y que altera con sus efectos su entorno próximo? Cuando pensamos en un imán, no pensamos sólo en ese trocito de metal, sino en su capacidad para atraer o repeler otros metales, es decir, en el campo magnético que genera a su alrededor. Es más, quizá sea esto segundo lo primero por lo que comprendemos el imán, aquello que lo define específicamente. Pues bien: a juicio de Florenski, un pintor (en este caso) cuya obra se redujera al ‘lado de acá’, sería como ese pintor «que tuviera que representar un imán y se conformara con reproducir la parte visible». Si se contentara con ello, en el fondo no habría pintado un imán, sino un trozo de hierro igual que cualquier otro. «No vendría representada y ni siquiera indicada, en cuanto invisible, la parte más sustancial del imán, el campo de fuerzas, aunque en la idea que tenemos del imán ese campo de fuerzas está indudablemente presente».

Y aquí está el asunto: ¿cómo expresar pictóricamente ese campo de fuerzas? Dice Florenski una idea muy sugerente, y es que no puede ser representado al modo en que es representado el resto de cosas, explícitamente, como en los libros de texto a base de líneas y vectores. En este caso, sería cualquier cosa menos arte. «Si el pintor, usando por ejemplo un manual de física, dibujase también el campo de fuerzas en cuanto objeto visualmente equivalente al imán y al acero, quedando así mezclados en la representación el objeto y la fuerza, lo visible y lo invisible, en primer lugar estaría afirmando algo falso sobre el objeto, y en segundo lugar privaría a la fuerza de la naturaleza que le [es] propia, o sea, su capacidad de acción y su invisibilidad». Concluye: «en ese caso el resultado de la representación serían dos objetos [el trozo de hierro y las flechas dibujadas] y ningún imán».

Evidentemente, si se quiere expresar un imán en toda su naturaleza, hay que incluir lo que se ve y lo que no se ve, hay que incluir el objeto metálico y su campo magnético, «pero de tal modo que las reproducciones del uno y del otro sean inconmensurables entre sí y pertenezcan de modo claro a planos distintos». Claro, si el artista expresa el campo magnético de modo explícito, pierde la gracia; y el caso es que, si quiere expresar al imán en su naturaleza, debe expresar también el campo magnético que genera. De alguna manera, viendo dos trozos de metal, el espectador debe notar cuál de los dos es un imán y cuál no, pero no de modo explícito, no utilizando los mismos medios empleados para figurar el imán. Y aquí está la genialidad: en la capacidad para poder hacer ese milagro estético, en la capacidad del artista para decirnos cosas de nosotros mismos o de la vida, para decir la realidad, de modo que nosotros ‘no nos demos cuenta’, o no nos la demos al modo habitual según el cual ejercemos nuestra percepción. Tiene sentido, toda obra artística está llena de sentido, pero un sentido materializado más allá de toda expresión. El artista es como un filósofo que filosofa con su pincel o con su cincel, como el poeta que puede decir con palabras lo que no cabe en ellas.

Termina Florenski este ejemplo con la siguiente idea: «No me atrevo a indicar al pintor cómo realizar exactamente esta unión imposible de los dos planos, pero no puedo dejar de expresar mi convicción de que el arte figurativo puede llegar a plasmarla» dice el pensador ruso. Y el caso es que, ¿no debe ser ése su cometido, hacernos visible ese fondo desde el cual emerge la fuerza originaria del universo y de la vida?

5 comentarios:

  1. Al parecer ,el artista trabaja la verdadera pretensión sobre la idea y no atiende la forma física del objeto real.(Aproximación al arte conceptual.)

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    1. Yo diría que no es que no atienda la dimensión física o material del objeto real, sino que no se detiene en ella, sino que la emplea pero para, yendo más allá de ella, propiciar una experiencia allende las formas y de los conceptos... no sé. Yo creo que lo estético va por ahí. Un saludo.

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  2. En el estructuralismo; la experiencia es secundaria a la estructura.(El signo como soporte de sentido.)
    En Postestructuralismo:la estructura solo acontece...la experiencia es relacional y compone lo Real.(corriente DERRIDA)
    Tal vez se entienda mejor así.Nada fácil.Saludos cordiales...

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