22 de junio de 2021

La imaginación creadora

En el fondo, cuando escribía el post anterior tenía en mente otra idea, a saber: el ejercicio de nuestra creatividad. A mi modo de ver, la creatividad no sólo se pone de manifiesto cuando hacemos algo ‘artístico’, novedoso, sino, sencillamente, en el uso cotidiano de nuestras facultades a la hora de enfrentarnos con el mundo. Establecía en ese post la diferencia existente entre lo inteligente y lo mental, entendiendo esto último como un uso consciente, deliberativo, de nuestro pensar, y que tradicionalmente (sobre todo en la modernidad) se enmarcaba en el seno del ‘yo’, de la ‘conciencia’. Lo mental es aquello de lo que tenemos consciencia y que, en cuanto tal, al hacernos consciencia de ello, entra dentro de lo conceptual, de lo discursivo, del entendimiento, de la razón. Pero lo inteligente es más amplio que el yo conciencia, aunque no sea explícito y a menudo se mantenga en niveles subsimbólicos o superobjetivos: es precisamente ese fondo de conocimiento gracias al cual nuestro pensamiento puede darse. Decía que la conciencia, lo mental, viene a coincidir con el ejercicio de nuestra cognición, lógica, reflexiva, etc., gracias a lo cual podemos comprender e interpretar lo real; pero a veces, esa comprensión se da como una centella, de golpe, fenómeno que podíamos identificar con la intuición. Pues bien, a donde iba es a que, tanto una como la otra, si no quieren permanecer en la cadena de lo conocido y de lo acostumbrado, poco podrían hacer si no contaran con un rasgo que comparten: la creatividad.

Tanto en el pensamiento discursivo como en la intuición es necesario tener dispuesta nuestra creatividad. Solemos vivir mucho más apoyados en lo primero, en lo mental, en lo cognitivo; y su rutina a menudo nos lleva a una mecánica uniformidad. Solo el fondo inteligente, de marcado carácter vital, orgánico, biológico, tiene el impulso necesario para abrirnos a nuevos horizontes, dispuestos por nuestro encuentro con el mundo. Sin ese fondo inteligente, la intuición se apaga, el discurso se anquilosa. Es ese interés vital que trabaja por debajo el que alimenta la productividad discursiva y alimenta el fogonazo intuitivo. Sin la riqueza de ese fondo inteligente, no podemos ensanchar nuestro horizonte, no podemos ampliar nuestra comprensión del mundo ni de quiénes somos. En ese caso nos convertimos en seres sin imaginación.

La imaginación permea todo lo que hacemos, y nos ofrece la savia que necesitamos para conocer el mundo, y no adaptarlo a nuestros intereses. La imaginación permite que veamos la novedad en lo nuevo, nos ayuda a sorprendernos incluso de lo viejo, descubierto ahora con matices ignorados. Imaginación supone que lo mental no ahogue a lo inteligente, significa vivificar el fondo inteligente con experiencias nutritivas, funcionales y enriquecedoras. Quien es capaz de descubrir lo nuevo en lo viejo, tiene imaginación; y, para quien tiene imaginación, nada nuevo le es extraño, y cualquier encuentro se torna en aventura del conocimiento. Sólo creativamente podemos abrirnos al mundo, y podemos desplegar nuestras vidas en él.

La creatividad de la imaginación no es fantasía, o no es 'mera fantasía': es la capacidad para poder integrar la novedad con los materiales ya asumidos como propios, dando origen a algo original, no conocido previamente, pero verdadero. Nuestro fondo inteligente se ha liberado de las rejas de lo mental, ha volado según pautas recónditas capaces de escudriñar el fondo de lo real ante el cual nuestro pensar reflexivo languidece. En la fantasía hay violencia, hay manipulación de entes que flotan en nuestros sueños, con un desencuentro de fondo entre lo mental y lo real, ya que lo mental se desarraiga deviniendo en elaboraciones ajenas a la realidad. Cuántas veces un pensar meramente conceptual es fantasía, porque lo nuevo no es capaz de despertar las energías adecuadas de un fondo que permanece entumecido, encadenado por una mente que no le deja esponjarse y aflorar a la superficie. En la fantasía se manipula a lo real, no se lo escucha, no se lo siente.

El primer contacto con lo real es físico, es sentiente: y la inteligencia es primariamente sentiente. Y el pensamiento y la razón, o son sentientes, o son emborrachamiento de conceptos y teorías. La imaginación permite combinar creativamente el fondo inteligente con la novedad de lo real, aflorando a la consciencia pensamientos y conceptos con cuerpo, con peso, ya no encerrados en sí mismos, sino en diálogo con la objetividad de lo aprehendido.

Por lo general, tendemos a la rutina, a lo acostumbrado, a la inercia de aquellos modos de actuar y de discurrir que nos ofrecen menos esfuerzo, y que realizamos sin resistencia. Vivimos según los modos acostumbrados de hacer y de mirar, y en toda ocasión buscamos lo familiar que nos ofrece la seguridad de lo conocido. Preferimos la distracción de barajar conceptos antes que el esfuerzo de crearlos nuevos. A menudo, el éxito viene por ofrecer distracciones, por juguetear con la rutina, y no por mostrar novedades. El hábito es mal compañero de la imaginación; pero no tanto el hábito de unas sanas costumbres adquiridas como el hábito de nuestra conciencia, la inercia mental que nos lleva a preferir lo fácil conocido que lo difícil por conocer. Lo imaginativo es costoso de comprender, por eso no es bien acogido.

Lo imaginario curva la realidad sobre su subjetividad, lo imaginativo se curva sobre la objetividad inespecífica de lo real. El hombre imaginativo supera la inercia del hábito, buscando nuevas posibilidades para enriquecer su aprehensión de lo real.

2 comentarios:

  1. Son restos mnémicos y una vez fueron percepciones y,

    como todos los restos mnémicos,pueden devenir concientes…».

    (S.Freud. » El Yo y el Ello «. O.C.)

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    1. Efectivamente, ya Freud vio cómo lo consciente tenía en gran medida un origen no consciente. Sus inicios en la hipnosis, y luego su continuación con la 'libre asociación', tiene que ver con esto. Aunque aquí trato de darle un enfoque más amplio, pero para nada está desconectado. Un saludo.

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