15 de junio de 2021

Lo inteligente es más que lo mental: la intuición

Quisiera reflexionar en este post sobre un aspecto que me parece fundamental, como es la diferencia entre lo mental y lo inteligente, algo que, lejos de matizaciones sutiles, creo que es muy importante para comprender nuestro estar en el mundo. Cuando pensamos en lo mental, solemos considerarlo como aquello que tiene que ver con el ejercicio de nuestro pensamiento, de nuestro raciocinio… e incluso con aquello que tiene que ver con todo de lo que somos conscientes, es decir, de la conciencia. Pero toda nuestra actividad inteligente no se agota con ello, sino que lo inteligente es mucho más que eso. Lo mental pertenece a lo inteligente, pero no lo agota; lo mental sería algo así como la punta del iceberg de lo inteligente, aquello que se torna visible en nuestra continua relación con el entorno, aquello que aflora a la superficie de nuestra actividad global. Pero por debajo hay algo más. ¿Qué es lo inteligente?

Cuando pensamos en la génesis del organismo humano, desde una consideración evolutiva, nos damos cuenta de cómo la inteligencia no es primariamente la facultad con la que pensamos, sino aquella facultad que nos permite hacernos cargo de la realidad, tomar distancia de las cosas, lo que nos abre cierta holgura para poder optar, y así suplir nuestra carencia de una legalidad instintiva. Siguiendo a Zubiri, la función primera de la inteligencia no es cognitiva, sino biológica: hacernos viables como especie, independientemente de que de modo ulterior la inteligencia pueda ser ejercida como entendimiento y razón. En este sentido, la inteligencia recoge o asume todo el dinamismo biológico y orgánico según el cual el resto de animales despliegan sus vidas: lo eleva. La inteligencia no es algo ‘otro’ a nuestro organismo, sino una facultad que emerge de sus estructuras biológicas y que, manteniéndolas, es capaz de llevarlas a un nivel distinto al del animal: el nivel inteligente. En nosotros se mantienen los dinamismos según los cuales los animales se relacionan con el entorno, aunque transfigurados o elevados precisamente por la presencia de la inteligencia, no sustituidos. Por eso podemos afirmar que el ‘puro sentir’ animal se transfigura en un ‘sentir inteligente’, en el cual no por ser inteligente deja de ser un sentir, con toda la carga fisiológica que ello conlleva.

Pues bien, en el seno de toda esa carga física que ello conlleva cabe situar eso de más que es lo inteligente frente a lo mental, toda esa carga de significatividad que posee el individuo y que va más allá del yo conciencia. Tiene que ver con esa sabiduría orgánica resultado de nuestra relación con el mundo, de nuestras acciones y de nuestras afecciones, cuyas consecuencias y resultados se van depositando en nosotros a modo de memoria orgánica, de horizonte de significados, de cosmovisión comprensiva, tornándose en una especie de capital con el que nos desenvolvemos en la vida, con el que advertimos, decidimos, actuamos, valoramos… un fondo desde el cual vivimos la vida y al cual revierten sus consecuencias. Ese fondo orgánico no es estático, sino que está en constante evolución: en su actividad ―como dice Dewey― supone una asimilación y reconstrucción tanto del fondo mismo como de aquello que se incorpora y digiere. Pues bien, a ese fondo orgánico que asimila y reconstruye, en virtud del cual desempeñamos nuestras vidas es lo que podemos llamar razonablemente lo inteligente, o lo sentiente-inteligente, como esa especie de sabiduría de la vida, no siempre consciente, pero sí actual, y que nos lleva a inclinarnos o a interesarnos por unas cosas y no por otras.

Este juego de nuestro fondo orgánico con el entorno, en virtud del cual se ajusta y se reconfigura continuamente, es lento, pausado. En el ámbito de lo mental ocurre al contrario: es rápido, trepidante, pues es ahí donde se da el reajuste más agudo e intenso en nuestro comercio con el mundo. Pero, si lo pensamos, lo mental siempre es ulterior, siempre es secundario: lo primario es lo inteligente, normalmente de carácter experiencial y no consciente.

Lo inteligente no se agota en lo mental, sino que lo mental es una parte de lo inteligente, aquella parte que tiene que ver con el discurso, con la reflexión, con lo cognitivo, con la conciencia. Pero que lo inteligente sea más amplio que lo consciente o que lo cognitivo no implica que no posea cierto carácter racional, sino que escapa a nuestra razón lógica, discursiva, que es distinto. Es más: este ejercicio racional lógico brota de ese fondo inteligente, configurado por todas y cada una de nuestras experiencias y de nuestras decisiones. El raciocinio no se monta sobre sí mismo, sino que se monta sobre unas estructuras fisiológicas que le preceden, y que ya tienen su propia historia.

Por lo general, identificamos lo racional con aquello que emerge de modo consciente y deliberado en determinadas situaciones de la vida: es lo que comúnmente denominamos el ejercicio de nuestra razón. Por ejemplo, hay conceptos que se nos resisten, situaciones que no comprendemos, retos a nuestro conocimiento; y pensamos y reflexionamos sobre ello, para poder conceptuar lo nuevo y poder comprenderlo. Pero hay veces que no, sino que el nuevo concepto nos viene de modo repentino, inopinado, súbito, sin saber muy bien por qué: es lo que podemos llamar intuición. En lo intuido no hay una elaboración discursiva, sino que hay un encuentro entre lo inteligente y la nueva situación que surge de modo espontáneo: como un relámpago, sin reflexionar ni pensar, ya sabemos qué es aquello que se nos presenta y que desconocíamos.

Pero no es algo mágico: esta intuición no sale de la nada, sino que es el modo en que cristaliza nuestro fondo inteligente fraguado por tantas y tantas experiencias y denodados esfuerzos. No todos tienen intuiciones, sino aquellos espíritus fraguados en miles de batallas con la vida. Unas veces, la mayoría, el encuentro con la novedad se realiza a través de reflexiones y conceptuaciones; otras veces, las menos, como una exhalación inesperada. En ambos casos surge de ese fondo de significados organizados, superobjetivos, subsimbólicos: cuando entre ambos polos salta la chispa, decimos que hemos tenido una intuición; cuando la energía fluye lentamente mediante un frágil hilo conductor, el pensamiento discursivo.

2 comentarios:

  1. ...llegando a un punto de inflexión en el cual lo mundano ,se funde o confundamenta con lo divino.

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    1. Es interesante eso que dices, ladoctorak. Si lo piensas, parece que todo razonamiento se realice sobre una base intuitiva, que es en definitiva la que nos abre a 'algo otro' a nosotros, y que luego le damos de base discursiva; ese algo otro, ese allende, pertenece en principio al ámbito de la realidad, pero este ámbito de la realidad es muy profundo...

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