8 de junio de 2021

La justa felicidad

Ayer, tras un examen, me quede hablando con uno de mis alumnos sobre Schopenhauer, filósofo habitualmente definido como pesimista, aunque, a mi modo de ver, su filosofía es una filosofía de la esperanza. Si traigo esto a colación es porque su pensamiento se me ha refrescado leyendo unos sugerentes párrafos de Helen Keller en su libro La puerta abierta, una recopilación de textos en los que reflexiona sobre la vida; en el texto al que voy a hacer referencia habla en concreto sobre la felicidad. ¿Qué es lo que me ha llevado a enlazar ambos pensamientos? Pues una sospecha cabal por parte de Keller, y que no puede sino recordarnos a Schopenhauer; dice Keller que «la humanidad nunca se volverá perezosa o indiferente por exceso de felicidad», porque, más tarde o más temprano, el fracaso, la separación o la muerte, harán acto de presencia; es decir, nada más próximo a lo que el filósofo alemán engloba bajo el concepto de dolor.

En un principio ―hablaba yo con este alumno― el dolor es visto como algo negativo, pero si lo pensamos bien, no es así del todo; porque el dolor es algo que nos avisa de nuestros límites, unos límites inherentes a todo ser finito, a cualquiera de nosotros. El dolor nos avisa de que nuestra existencia está en riesgo: si no sintiéramos el corte de un cuchillo en el brazo, seguramente lo perderíamos amputado sin darnos cuenta; si no nos quemara el fuego, arderíamos inconscientes de que nos estábamos consumiendo. Dolor tiene que ver con ruptura o desgarro de un tejido o de un órgano, y también con cualquier necesidad que podamos experimentar: tan dolor es para Schopenhauer que algo desgarre nuestro cuerpo, como tener sed, por ejemplo. El dolor no es ni bueno ni malo en este sentido, sino que es natural. Ciertamente, en nosotros las posibilidades de experimentar dolor crecen exponencialmente, tanto como deseos somos capaces de forjarnos, o como necesidades somos capaces de crearnos. En este sentido afirma Keller que las posibilidades se tornan cada vez más amenazadoras conforme aumentan los productos de una imaginación no siempre bien encaminada. Algo de lo que es legítimo escapar… ¿Lo es? ¿En qué medida?

Para Keller la seguridad absoluta es una superstición: no existe ni en la naturaleza, ni ningún ser humano la tiene bajo su poder. Se hace eco esta gran mujer de las vidas malgastadas huyendo obsesivamente de riesgos y peligros, quedando atrapadas en las redes pegajosas del temor y de la evasión. Y es que ―como dice― muchas personas tienen una idea equivocada de lo que constituye la verdadera felicidad. «La vida es una aventura atrevida o no es nada», algo que, dicho por la persona que lo dice, cuya vida fue de todo menos fácil, da que pensar. En su opinión, muchos la buscan en la gratificación, bien por satisfacción de necesidades bien por evasión de dolores; pero el caso es que, en ambos casos, no se está siendo fiel a la verdadera felicidad, sino que uno está cayendo en el abismático pozo del más hondo dolor: el sufrimiento. Porque ese modo de vida, aun cuando parezca que las cosas nos vayan bien, supone alcanzar no la felicidad, sino un bienestar tan pasajero como lo que duren las situaciones que lo proporcionan. Nada que ver con ‘la’ felicidad, de cuyo trasunto uno vive habitualmente ajeno, preocupado como está en satisfacer necesidades y huir de dolores.

La felicidad tiene que ver con una vida que valga la pena, con una vida conquistada fielmente según un propósito; no tanto el de alcanzar ciertas metas y evitar ciertas situaciones —que también—, sino el de ser fiel a uno mismo, conquistando el propio derecho a vivir nuestra propia vida, siendo coherente con nuestra libertad responsable a la hora de ser persona. Esto tiene que ver con lo que Schopenhauer denominaba ‘metamorfosis trascendental’: este tránsito de las satisfacciones pasajeras a ‘la’ felicidad supone un cambio de clave tan radical que pocas personas están en condición de afirmar que andan por ese camino, por mucho que así lo pensemos la mayoría.

Esta felicidad no es una felicidad dada, recibida, sino conquistada esforzadamente, poniendo en juego nuestros mejores recursos, esgrimiendo nuestras mejores armas para ser capaces de, sin dejar de vivir nuestras vidas, hacerlo felizmente. De hecho, si nuestra felicidad es una felicidad heredada, no es auténtica felicidad. Es más: dice Keller que, de hecho, «nadie tiene derecho a consumir la felicidad sin producirla», nadie tiene derecho a ‘cargar su felicidad’ sobre los hombros de los demás, seguramente por dar pábulo a sus deseos personales. Pensar que nuestra felicidad es posible sin haber realizado el tránsito de la metamorfosis trascendental, es egoísmo: es una felicidad injusta, además de imposible. Tal y como decía el filósofo de Danzig, no es utopía, sino ingenuidad, pensar que nuestra felicidad es posible sin haber asumido descarnadamente dicha tarea sobre nuestros hombros, en esa soledad que uno siente a veces ante la vida cuando sabe que es un asunto que ha de resolver él, y nadie más que él, so pena de convertirse ya no en una carga para los demás, sino en una carga para sí mismo. La felicidad o es conquista, o es engaño.

La vida así vivida, cuando uno es capaz de enfrentarse a los riesgos y cambios de la vida con ‘espíritu libre’, no gregario ni interesado, movido únicamente por la fe de que ése es el camino, adquiere una fuerza invencible, muestra de lo cual es la misma Helen Keller. ¡Cuánto daño hace la idea de seguridad!, nos dice. No tanto porque no sea necesario vivir con ciertos márgenes de seguridad, sino por caer en la trampa de pensar que las seguridades son permanentes, inamovibles, lo cual revierte en «un debilitamiento de la imaginación y de la autosuficiencia que la ha vuelto inapropiada para dirigir su destino de manera independiente». Paradójicamente, sólo la aceptación del cambio y la aceptación de una crisis permanente nos eleva a un estado de vida en cuyo horizonte comienza a vislumbrarse la felicidad, la justa felicidad. Una felicidad que no existe sino en la superación de obstáculos, en la asunción de la transfiguración de una vida, la propia, que se eleva sobre la línea del dolor y del bienestar.

9 comentarios:

  1. La felicidad sería así,la capacidad de crear tu propio camino "a pesar de".En particular,yo ya no recuerdo un solo día sin dolor.Un Saludo!

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    1. Pues sí, ladoctorak. Me impactaron estas ideas de Keller; como digo, creo que encajan muy bien con la filosofía de Schopenhauer. Cualquier otra cosa es mera utopía, o no es felicidad, es otra cosa. Por lo demás, espero que estés bien. Un saludo afectuoso.

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  2. Me suena esa charla, tras realizar un examen... Interesante reflexión. La felicidad como camino y estado personal, fuera de placeres y recompensas temporales.

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    1. ¡Hombre, qué sorpresa! Te has sentido identificado, ¿no?
      Gracias por tu valoración. Un saludo.

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  3. Dentro de cada ser humano habita una fuerza invencible, que nos da la valentía de asirnos a nuestros proyectos hasta verlos hecho realidad, es una fuerza que a pesar del dolor, las inseguridades... nos mantiene de pie en la conquista de nuestra "felicidad".

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    1. ¿Y qué es ese fuerza invencible, Julissa? ¿Cómo comprenderla?

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  4. Esa fuerza invencible habita en nuestro interior, pero no todos los seres humanos logran descubrirla, porque no son capaces de adentrar en su yo más profundo. Es parecido a una simiente pequeña pero que dentro de ella misma está latente toda su potencialidad.

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  5. Quizá el asunto pase por crecer en esa sensibilidad especial que nos permita alcanzar nuestra dimensión profunda, y descubrirla.

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