1 de junio de 2021

El espíritu de verdad

Una de las grandes conquistas de la filosofía contemporánea es, a mi modo de ver, el haber visto que, tras destronar a la razón pura ilustrada, la razón que la sustituye, la razón impura como le gusta llamarla al profesor Conill, no nos remite irremisiblemente al relativismo, sino que, a pesar de ser el modo de ejercer la razón por parte de un ser humano siempre situado en una perspectiva, puede contribuir al crecimiento personal y gnoseológico de la especie humana, porque para nada está claro que haya perdido su vinculación con la realidad de las cosas, independientemente de que está vinculación ya no sea de carácter absoluto, sino problemático. De modo que esa pretendida ‘objetividad’ del conocimiento ‘siempre se dará en el seno de un marco de sentido o de un modelo de racionalidad compartido’, como dice el profesor Garrido; es decir, no será absolutamente objetivo, pero no será tampoco absolutamente subjetivo.

Es este un rasgo que, si lo pensamos, es propio de toda palabra; decía William von Humboldt en Sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y su influencia sobre el desarrollo espiritual de la humanidad, que ninguna palabra significa lo mismo dicha o escuchada por dos personas distintas. Una diferencia que, sea lo significativa que sea, se extiende a todo el idioma. Ninguna palabra, ningún enunciado, ningún texto, es igualmente comprendido por dos personas distintas.

Pero, por el mismo motivo que en toda palabra hay algo de incomprensión, también lo hay de comprensión. A pesar de toda diferencia, hay un nexo que nos une en el seno de la razón impura, de la comunicación impura, y que posibilita el encuentro, el diálogo, así como la riqueza de una pluralidad que, aunque no deje de sorprendernos, no nos aísla en una torre de Babel en la que todos hablan y nadie entiende. Siendo conscientes de ello, el esfuerzo pasa por pensar bien, argumentar bien, razonar bien, fundamentando aquello que digamos (tanto desde la crítica como desde el asentimiento) y, sobre todo, aquello que hagamos, porque, quizá sea más importante que decir verdades, ser verdaderos, como ya dijo Unamuno. La verdad no se piensa primariamente, sino que se es.

Puede que sea esto lo que le llevó a Ricoeur a afirmar que muy bien se puede vivir en una sociedad contemporánea, plural, diversa, desde lo que denomina espíritu de verdad. Frente a un totalitarismo de la mentira, un espíritu de la verdad. El filósofo francés, lejos de utopismos ingenuos, aboga por la recuperación de un espíritu de verdad, capaz de respetar la complejidad de los distintos órdenes en que la verdad se mueve, reconociendo su riqueza plural, nada que ver con el relativismo o con el conformismo. Porque el reconocimiento de la pluralidad no implica la mera arbitrariedad ni el uso torticero de la libertad amparado por un concepto débil de tolerancia (equivalente, en última instancia, a la indiferencia). Una sociedad crítica, es una sociedad comprometida; y una sociedad comprometida lo es si lo son todos y cada uno de sus integrantes.

La sociedad crítica y comprometida vive en el espíritu de verdad; y sabe que no toda verdad pertenece a un mismo ámbito, sino que es poliédrica. Hay verdades científicas, propias de un ejercicio de la ciencia desde su especificidad, capaces de aportar a la sociedad, la cual las valora sin menospreciarlas a base de prejuicios acríticos. El espíritu de verdad sabe reconocer la bondad de una verdad científica, así como sabe discernirla de una mera creencia científica. La sociedad critica adivina cuándo se hace un mal uso del arte y de la literatura para defender ideologías de cualquier índole, ajenas a su nobleza propia. El artista se debe al propio arte, y no claudica ante su instrumentalización: el arte no se vende a la utilidad. Sólo así podrá descubrir nuevas realidades y mostrárselas a aquellos que poseen la hondura suficiente para aprehenderlas, iluminando vías que probablemente la sociedad deba conocer. El espíritu de verdad también es crítico con la conciencia política de su época. Es consciente de que la política no es una ciencia exacta, así como de que el político tampoco posee una ‘varita mágica’ para solucionar los problemas de una sociedad. No hay una única comprensión de los problemas suscitados en una dinámica social plural y diversa, no hay recetas ni soluciones perfectas. La sociedad crítica y comprometida sabe distinguir cuándo lo que anima a la clase política no es su capacidad de esfuerzo honesto y denodado en diálogo con las distintas corrientes públicas que cruzan la realidad social de un país, sino la sucesión de claudicaciones y cesiones cada vez más inverosímiles que van en contra de los valores democráticos que les han permitido ostentar el poder que esgrimen.

El espíritu de verdad es propio de una sociedad crítica y comprometida; lo contrario es dogmatismo, una mentira totalitaria que engaña y tergiversa para generar confusión y enfrentamiento en beneficio de quien la sostiene. Y, como dice Stefan Zweig en su Castellio contra Calvino, por suerte o por desgracia, el uso torticero del poder, bien mediante la fuerza bruta bien mediante la mentira y el engaño, produce sus frutos. Desde el momento que una pequeña pero activa minoría muestra el suficiente arrojo y no escatima en desafiar a la verdad, es capaz de engatusar e incluso de intimidar a una gran mayoría que, sin embargo, se comporta de modo perezoso. Como muy agudamente dice el fantástico escritor, la humanidad pocas veces sucumbe a la ecuanimidad y serenidad de los pacientes y justos, antes bien sucumbe «ante lo sugestivo de grandes monomaníacos que tuvieron la osadía de anunciar su verdad como la única posible, y su voluntad, como la fórmula de la justicia en el mundo». Pero siempre hay opción.

3 comentarios:

  1. Poco haría un único Libre Pensador, si no le siguen todos los demás. Poco a poco. Un saludo.

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  2. La verdad en su justa medida."Teoría de la Ambición"HdS

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