Comenta Montaigne que tener poca memoria es, en no pocas ocasiones, una buena cosa. Sobre todo, en alguien como él, una persona con mucha facilidad de palabra, con un discurso generoso al cual es fácil ‘enriquecer’ con infinidad de detalles nimios y minúsculos que sólo sirven para convertir en verborrea la disertación, adornándolo y alargándolo innecesariamente; algo ―a su juicio― a todas luces lamentable. Simpáticamente, comenta el caso de algún amigo suyo, ante lo cual yo no he podido evitar pensar en algún amigo mío. Dice el francés: «Compruébolo con el ejemplo de algunos de mis amigos íntimos: a medida que la memoria les presenta las cosas completas y presentes, retrotraen tan atrás el relato cargándolo con tantas y vanas circunstancias que aun si el cuento es bueno, apagan su interés; si no lo es, maldices, ya su feliz memoria, ya su desgraciado juicio. Y no es cosa fácil zanjar o cortar un tema una vez que uno se ha embarcado en él». ¿Quién no se ha encontrado en una experiencia similar, escuchando una cantinela que ni le va ni le viene, sin saber muy bien cómo parar el relato sin ‘herir la sensibilidad’ de su interlocutor? Hay personas que no pueden parar de hablar, que enlazan unos temas con otros sin mayor hilván, ocurrencias tras ocurrencias; no es tanto lo que tienen que decir, sino el tener que decir algo, para lo cual necesitan encontrar ‘material’ para llenar un discurso que, si no posee el ‘alimento’ necesario, deberá finalizar perentoriamente. Y en no pocas ocasiones ejercen esta estrategia a costa de lo que sea, sin considerar demasiado lo coherente o lo oportuno de sus palabras ni el posible interés que su paciente interlocutor pueda tener en ello: lo importante es ser escuchado, o mejor, hablar sin descanso, aunque tengan que echar mano de historias un tanto absurdas, «diciendo pamplinas, divagando como hombres que desfallecen de debilidad».
Pero tener mala memoria no sólo tiene la ventaja de
librarnos de poner a otros en la tesitura de interlocutores pacientes. Otra
ventaja de tener poca memoria es olvidar pronto las ofensas recibidas; o también
volver a revivir encuentros y lugares que se tornan tan frescos como el primer
día. Pero no todo es tan bonito, pues hay un riesgo importante para el que es
olvidadizo, una línea que no debe cruzar: meterse a mentiroso. Una cosa es
decir algo falso sin ánimo de hacerlo, por equivocación o por ignorancia. Pero
aquí se refiere Montaigne a aquellos que mienten con plena consciencia,
aquellos ‘que hablan contra lo que saben’, inventando la historia, o alterando
el fondo verdadero. Y si su memoria es débil, «cuando lo disfrazan y cambian
[el fondo verdadero], al hacerles volver a menudo sobre la misma historia es
difícil que no hierren».
En el momento de la confección de su discurso, como, de alguna manera, todo responde a su imaginación, no es difícil que elaboren un discurso coherente, sin riesgo de contradicción, en función de sus interlocutores o de sus intereses. «A menudo he visto gracioso ejemplo de ello en perjuicio de aquellos que hacen profesión de no dar forma a su palabra más que según sirva a sus negocios y plazca a los poderosos a quienes hablan. Pues esas circunstancias a las que quieren doblegar su crédito y su conciencia estando sujetas a muchos cambios, han de variar sus palabras aquí y allá, por lo que de una misma cosa dicen unas veces blanco y otras negro; a un hombre hablan de esta forma y a otro de esta otra». Pero otra cosa es que ello quede grabado en su memoria pues, por el mismo motivo, como se trata de un discurso sin consistencia al haberse generado sin la resistencia de las cosas reales ni de los hechos de la vida, escapa fácilmente a la memoria. Como es fácil pensar, los recuerdos se entremezclarán y su retentiva les fallará innumerables veces pues, ¿quién es capaz de acordarse de todos estos detalles dichos en diferentes contextos?
El resultado de todo ello no es otro que empozoñar las relaciones, y generar desconfianza. La mentira es para Montaigne, un vicio maldito, porque si creemos los unos en los otros es por la palabra. Si esto se rompe, ¿qué quedará? «Sólo la mentira y un poco por debajo de ella la obstinación, parécenme ser aquellos cuyo nacimiento y progreso deberíamos combatir encarecidamente. Crecen a pesar de ellos mismos. Y en cuanto se le da rienda suelta a la lengua, es asombroso cuán imposible resulta detenerla».
Muchos caminos desvían del blanco, pocos conducen a él. Los parlanchines dicen tantas cosas, que entre todas ellas alguna será verdadera, pero no por intención, sino por probabilidad. «Con tanto decir, forzoso es que digan verdad y mentira». Y, por lo general, se suelen hacer eco de sus aciertos, y no de sus errores, los cuales suelen engrosar una lista más larga.
¿Escuchar el discurso de su prójimo, hablar con él, es siempre negativo?
ResponderEliminarMontaigne está dando una visión muy pesimista –y muy altiva–de la intercomunicación personal que, creo, no es frecuente en él . No hablamos siempre 'filosóficamente', en todo caso, la palabra 'común' , rica en detalles recordados o incluso inventados nos une en conversaciones dónde no hay necesariamente reflexiones trascendentales y sí [...] "una infinidad de detalles nimios y minúsculos que NO [sólo] sirven para convertir en verborrea la disertación [o la conversación], adornándol[a] y alargándol[a] innecesariamente; algo [...] a todas luces lamentable". Pero, no todos somos filósofos por naturaleza e instrucción y si acaso lo fuésemos, no hablaríamos siempre 'filosóficamente' : Comenta Montaigne que tener poca memoria es, en no pocas ocasiones, una buena cosa, evita molestar al interlocutor con discursos fastidiosos. En la comunicación interpersonal existe muchas veces benevolencia por parte del interlocutor para que el locutor formule adecuada –o incluso largamente– su discurso, en un ejemplo de cooperación en la comunicación para que el intercambio verbal sea más eficaz y no despreciado el locutor por el interlocutor (tesis de C. Kerbrat- Orrechioni). Es aceptable la tesis de Montaigne si solo se refiere al estilo escrito que tiene sus propias normas estilísticas o retóricas.
Lo cierto es que Montaigne no se caracteriza por su optimismo, no. Suele ser un autor bastante aséptico, diría yo. Incluso a veces un poco ácido. No obstante, no es que él estuviera en contra de conversar, igual no lo he sabido transmitir bien. De lo que está en contra es de una 'mala conversación', independientemente de que sea filosófica o no, pues él era un amante (¡y cultivador!) de la 'buena conversación'. ¿Qué es una mala conversación? Pues, en definitiva, cuando no hay conversación; en este caso, porque uno de los dos interlocutores la monopoliza unilateralmentel. Creo que todos hemos tenido la experiencia de aguantar un 'chorreo' de alguien, sin tener el mayor interés, y sin saber muy bien cómo cortar eso; es a esto a lo que se refería Montaigne, a aguantar a estas personas que vuelcan todo lo que se les ocurre sobre algo, nada más lejos de una buena conversación. Otra cosa es que estemos interesados en escuchar lo que el otro, mejor conocedor que nosotros de algún tema, nos tenga que contar, con lo que no nos importa estar callados y dejarle hablar. Pero creo que Montaigne se refería sobre todo al primer caso. Por eso decía que mejor que tuvieran poca memoria, porque así su discurso se acortaría. Un saludo.
Eliminar