22 de diciembre de 2020

¿Quién ha oído hablar alguna vez de Clair Patterson?

Contestar a esta pregunta es igual que contestar a: ¿qué tiene que ver la edad de la Tierra con que utilicemos en nuestros vehículos gasolina sin plomo? Porque, en definitiva, estos dos hechos son debidos a este gran hombre, Clair Patterson, a quien descubrí gracias a Bryson y su libro divulgativo Una breve historia de casi todo. He de reconocer que, antes de esto, efectivamente, yo no oí nunca hablar de él; y el caso es que es de esa clase de personas que, sin hacer ruido, han dejado una huella indeleble en la humanidad, mejorando la vida de muchos de nosotros.

Patterson era un joven investigador de la universidad de Iowa cuando tenía entre manos un proyecto interesante, como es averiguar la edad de la Tierra, Para ello estaba empleando un novedoso método, que tiene que ver con la desintegración del uranio hasta el plomo. Sin embargo, se encontró con un contratiempo persistente: que las muestras que empleaba se contaminaban continuamente, albergando mucho más plomo del que cabía esperar, y no sabía muy bien por qué ocurría esto. ¿Por qué había siempre tanto plomo?, ¿cómo podía ser esto? La causa hubo que buscarla, desafortunadamente, en la fortuna de otro hombre que se abrió camino en la vida empresarial: Thomas Middley.

En la década de los veinte, el plomo era un elemento usado en multitud de circunstancias: para soldar latas de comida, en los tubos dentífricos, en depósitos de agua, etc., además de ser muy barato tanto su extracción como su manipulación. En este contexto, Middley realizó un descubrimiento que le haría famoso (bueno, en realidad hizo también otro descubrimiento desafortunado, a saber: el de la ‘utilidad’ de los gases clorofluorocarbonados; sí, los que destruyen la capa de ozono y que hace también pocos años que dejamos de utilizar), como es que el plomo era un aditivo ideal para añadir a los combustibles, y contribuir así a un mejor rendimiento de los motores (de hecho, yo recuerdo perfectamente consumir todavía gasolina con plomo, la gasolina ‘súper’ de hace varias décadas). Se creó en su día una macroempresa para fabricar a escala mundial combustible con este aditivo, en la que empezaron a suceder algunas desgracias personales. Entonces no se sabía demasiado de la toxicidad del plomo, pero el caso es que no pocos trabajadores comenzaron a sufrir algunas enfermedades de diverso tipo, aunque desde la empresa se logró eludir la polémica. Resultado de todo ello es que, en pocos años, la mayoría del parque mundial usaba gasolina con plomo.

Por su parte —como decía— Patterson estaba trabajando para conseguir datar la edad de la Tierra. Se insertó en una tradición de investigadores que estaban ya en esta empresa, apoyándose en los ritmos de desintegración constantes de diversos elementos, descubiertos no hacía mucho por Rutherford. Se propusieron distintas alternativas, fracasando todas, hasta que, en colaboración con su jefe, Patterson dio con el método correcto: la desintegración del uranio hasta el plomo; conociendo sus vidas medias de desintegración, y la cantidad existente, comparada con la que debería existir por el tipo de material de que se trataba, el cálculo era fácil. Inicialmente se encontraron con el problema de que no encontraban piedras tan antiguas para trabajar sobre ellas, así que probaron con meteoritos, pues Patterson pensó que su origen sería similar al de la Tierra, allá cuando el sistema solar se creó. De su trabajo resultó un valor que sigue siendo aceptado hoy en día: la Tierra tiene una antigüedad de 4.550 millones de años.

Pero el caso, y esto enlaza con el otro asunto, es que observó que estas muestras, al cruzar la atmósfera, aparecían con una sobrecarga de plomo, que tenía que corregir. ¿Por qué ocurría esto? ¿De dónde salía el plomo en la atmósfera? Para ver de qué estaba hablando, se fue a Groenlandia, no porque le gustara la nieve sino porque en los paisajes helados los estratos de material se ven con mucha claridad, debido a los cambios de coloración por las variaciones anuales de temperaturas. Así, extrayendo muestras de los sucesivos estratos, cada vez más profundos, Patterson pudo comprobar que antes de 1923 prácticamente no había plomo en la atmósfera y que, a partir de entonces, la concentración creció alarmantemente. Investigando averiguó que en torno al 90% del plomo de la atmósfera salía de los tubos de escape de los coches, y se paso el resto de su vida peleando contra las grandes empresas que usaban este aditivo, y también con la administración estadounidense, para que lo eliminaran del combustible. Se puede decir que le hicieron la vida imposible, sufriendo no pocas presiones de todo tipo, aunque al final la legislación se hizo eco del problema, de modo que la gasolina con plomo se retiró del mercado norteamericano en el año 1986 y, de modo casi inmediato, las concentraciones de plomo en la sangre de los habitantes de USA disminuyeron en niveles destacables. Medida que se exportó en breve a otros países, como el nuestro. Ciertamente, aún se sigue emitiendo plomo a la atmósfera como consecuencia de otras actividades industriales, pero en cantidades proporcionalmente muy inferiores.

Y bueno, esta es la historia de este singular hombre. Un auténtico héroe anónimo al que, ciertamente, le debemos mucho. ¡Feliz Navidad!

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