15 de diciembre de 2020

De los caracteres evolutivos humanos a la cultura

Dejé pendiente en otro post (en éste) hablar un poco sobre los caracteres que nos especifican en el género homo. Pensar qué es lo específico humano en el género homo no es tan sencillo. Bueno, quizá sea más sencillo identificarlo; más complejo es comprender cómo fueron apareciendo en la evolución esos caracteres específicos. Como comentaba al final de aquel post, es fácil que se fueran dando de manera concomitante, bien tras cambios importantes en la evolución, bien tras cambios más paulatinos, retroalimentándose entre la dimensión biológica y la cultural. En cualquier caso, podemos destacar tres grandes caracteres diferenciadores: la postura erguida permanente, el desarrollo del encéfalo (con la aparición de la inteligencia y su repercusión tanto a nivel individual como social), y la liberación del miembro anterior. Más que pensar en un desarrollo paulatino, hay que pensarlo concomitantemente, como dice Vollmer: «en el decurso del devenir del ser humano se activaron simultáneamente la elaboración de herramientas, la habilidad manual, la capacidad mental y la postura erguida».

La posición erguida permanente es específica de los homínidos, lo que tuvo distintas consecuencias. Según muestra el registro fósil, la aparición de la postura erguida fue previa al desarrollo cerebral. Se dice que si no es por el bipedismo difícilmente se podría haber desarrollado un cerebro indiferenciado y con todas las posibilidades que ello conlleva. Gracias a ello se diferenciaron notablemente los miembros anteriores de los posteriores, que adquirieron funciones muy distintas (y que comentaremos a continuación, por su importancia); también supuso un cambio importante en lo que al cerebro se refiere, porque en la postura acostumbrada, el cráneo aparece en situación de apéndice respecto a los miembros anteriores, lo que limitaba su crecimiento; pero en la erguida, aparece como ‘dejado caer’ sobre los mismos, en una situación más holgada, más relajada, más liberada, permitiendo su posible desarrollo. Una consecuencia positiva fue que esta nueva ubicación alcanzaba una posición más equilibrada en cuanto al reparto de pesos, facilidad de movimientos, etc. Y un último detalle, no menos importante, es que la postura erguida posibilitó una captación de información del entorno cuantitativa y cualitativamente superior, lo cual repercutía en un mayor abanico de conductas.

Como decía, la liberación de los miembros anteriores hizo que pudieran ser utilizados como órganos prensores, liberando de esta función a la mandíbula, la cual podía ‘dedicarse’ ya sencillamente a la masticación. La exigencia muscular de la mandíbula menguó, a la par que la ‘masa facial’, posibilitando que se desarrollase la zona frontal que, efectivamente, está más desarrollada en los homínidos. Esta disminución de la masa facial, o de la exigencia de la masticación, también pudo estar propiciada por los cambios del hábito alimentario, ya que se empezó a consumir cereales con mayor frecuencia. Es razonable pensar que ello contribuyó, o facilitó, la siguiente característica.

Este salto biológico —la posición erguida— es considerado como el gran hito para la aparición de la especie humana, consecuencia del cual se pudieron dar los otros dos. Uno de ellos es el aumento de la capacidad craneal, asociado al desarrollo del encéfalo; un desarrollo hasta niveles insospechados en el resto de los homínidos y primates; un desarrollo que se da no sólo a nivel de tamaño y de número de neuronas, sino en cuanto a la complejización de su funcionamiento.

El desarrollo del encéfalo humano no es homogéneo en todas sus partes, sino que se da de forma especial en la corteza, es decir, la parte cerebral capaz de registrar un gran número de información, de activar de modo preciso el sistema motor, de aprender y de emplear dicho aprendizaje en nuevas situaciones y contextos, de prever más allá de la situación presente mediante la imaginación, del pensamiento lógico y abstracto, y del reflexivo, y de la consciencia… capacidades que de alguna manera están incluidas o posibilitadas por lo que Zubiri denomina inteligencia, el tomar distancia frente al mundo, el saberse otro ante él, el poder aprehender las cosas como ‘de suyo’. Lo que nos da que pensar es qué fue antes: si el aumento craneal dejando holgura al crecimiento del cerebro, o el aumento de éste ‘presionando’ al cráneo para que creciera; o bueno, seguramente las dos cosas a la vez, concomitantemente, lo cual complejiza mucho el proceso, a poco que lo pensemos.


Otro carácter específico fue la liberación de la mano. Gracias a la postura erguida las manos quedan libres para cualquier uso ajeno al mero desplazamiento, para poder emplearlas en el manejo de objetos y enseres, alimentada por un cerebro cada vez más imaginativo y minucioso. Esta liberación propició una mayor captación del espacio en torno, de la direccionalidad, de distancias y referencias exactas, lo cual no sólo repercutió en el movimiento del individuo, sino también en el manejo de los objetos. Su capacidad creativa creciente le ayudó sin duda a dar usos nuevos a las herramientas ya conocidas, así como a crear nuevas herramientas para las funciones que se fueran ideando. «De este modo se producen ya esbozos de pensamiento y de elaboración planificada de herramientas».

Estos tres caracteres, fueron contribuyendo a que los primeros humanos fueran tomando consciencia de las posibilidades que le brindaba su entorno, de las utilidades de las que se podían aprovechar, lo cual fue redundando en una cada vez mayor conciencia de sí mismo y de sus posibilidades sociales. Por ejemplo, frente a las manadas en las que había que estar empleando muchos recursos en mantenerse en el estatus de macho alfa, cuando las condiciones de vida se hicieron más difíciles en la estepa, se pasó a grupos familiares monógamos, liberando al hombre de tener que estar continuamente defendiéndose de sus rivales, y pudo acometer actividades fuera de su hogar. Ello repercutió en el cuidado de la prole. La alta mortalidad de los miembros jóvenes se redujo gracias al cuidado de los padres, lo cual parece estar vinculado con la evolución ontogenética del cerebro, que se fue haciendo más lenta: «a medida que crece la capacidad cerebral disminuye la velocidad de desarrollo del niño y aumenta el período en que necesita ser atendido».

Por su parte, el aprendizaje era algo compartido entre los miembros de la tribu, lo cual fue contribuyendo a un sentimiento de identidad colectiva, sentimiento que seguramente ya existía previamente, pero no desde la conciencia reflexiva, a lo que contribuyó nuestro sistema fónico (único en la naturaleza) en beneficio del lenguaje abstracto propio de los humanos. De este modo, la actividad de cada individuo alcanzaba también una dimensión grupal, social, siendo beneficiarios de la misma el propio protagonista, así como el resto del grupo. El conocimiento se acumulaba, perfeccionándose y transmitiéndose de generación en generación, proceso que se convirtió en exponencial gracias a la escritura y a otros modos de transmisión de la cultura. Pensemos, por ejemplo, y en la técnica (arco y flecha, rueda, etc.) capaz de crear instrumentos no naturales cuya fabricación podía ser comunicada a otras personas: no era una transmisión ‘natural’ sino que se trataba de una ‘explicación’ para lo cual había que conocer cómo se fabricaban. O también, el arte, la pintura, con vestigios de hace unos 44.000 años localizados en Indonesia, que indican sin duda una dimensión de carácter espiritual, haciendo algo sin finalidad práctica, tan sólo como expresión simbólica de sus inquietudes o estado emocional. O el enterramiento de los muertos, que muestra una preocupación no por el cuidado en la vida, sino más allá de ella (se conocen enterramientos de hace 78.000 años en Kenia).

Y así hasta nuestros días, donde contamos con todas las posibilidades de la comunicación virtual: si lo pensamos, un individuo actual recibe en un día más información que un individuo prehistórico durante toda su vida. Todo lo cual repercute, o debería repercutir, en nuestro beneficio, dado que cada persona podrá contar con una serie de conocimientos adquiridos por la experiencia de los que le han precedido, sin tener que adquirirlos él en primera persona, partiendo de cero. Innato no es el conocimiento, que es adquirido, transmitido tradentemente, si no la capacidad para su adquisición, la cual lleva implícita un aprendizaje y una educación, no sólo para aprender contenidos, sino también para aprender a recibirlos en sí mismo y a emplearlos. Resultado de todo ello, y de las propias posibilidades del individuo, contará éste con un bagaje más o menos rico, de carácter cultural, para desplegarse en la vida. El nivel cultural dependerá, en definitiva, de la cantidad y de la calidad de la información que ha recibido una generación y, en su seno, cada individuo, así como la manera en que el individuo se revele apto para conservarlas y utilizarlas.

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