10 de septiembre de 2019

¿Es la vida mecanizable?

Uno de las cuestiones en que se encuentran posturas enfrentadas de modo agudizado —a mi modo de ver— es en la explicación del tránsito que se da entre la materia inerte y la materia viva, con todas las nuevas leyes que aparecen en este estadio. Como es conocido, hay opiniones para todos los gustos. La pregunta clave la establece Lancelot Hogben en estos términos: ¿es posible probar —se pregunta Hogben— que todas las propiedades de la materia viva pueden reducirse, en último término, a problemas físico-químicos? Y si no es así —se vuelve a preguntar— ¿a quién compete negarlo, quién es capaz de negar que esto sea efectivamente así? Hogben dibuja simpáticamente las dos figuras polarmente enfrentadas: la del mecanicista y la del que él denomina vitalista, aunque quizá en nuestro contexto sea más adecuado denominarlo espiritualista: «El mecanicista adopta una actitud de alegre optimismo frente a la ciencia y se niega a rendir las armas ante el temor a lo Desconocido; el espiritualista (…) se acomoda dulcemente a las limitaciones y fracasos del esfuerzo humano». Entre ambas posturas, se encuentra la que en su opinión es la más equilibrada la del científico, es decir, la de aquel que, en su práctica científica, no intenta dar respuesta a este tipo de cuestiones arriesgadas, manteniéndose un tanto al margen: sencillamente, se ciñe a los hechos, los estudia y los interpreta.

En mi opinión, habría que distinguir la dimensión personal del científico (sus opiniones personales al margen de la ciencia) y su dimensión profesional, estrictamente científica. Y, si lo pensamos bien, la práctica científica es (o debería ser) independiente del polo en que nos situemos: tanto si somos mecanicistas como espiritualistas, poco ha de influir en la investigación científica. Muestras de sobra hay en la historia, en la que tanto científicos de una u otra inclinación han dado grandes pasos en el avance de la ciencia. Es por esto que, en una primera aproximación, creo que no debe influir la cosmovisión persona que pueda mantener cada profesional en su práctica científica, sino que éste se debe al ejercicio estricto de la ciencia. Y digo primariamente porque entiendo también que la cosmovisión que cada uno tenga de alguna manera influirá en su práctica profesional. Pero bueno, no es éste el tema en el que me quisiera detener.

En cualquier caso, quizá esta cuestión sea más problemática en la biología, ámbito en el que los fenómenos físico-químicos y los vitales se encuentran ciertamente cercanos, siendo difícil establecer dónde acaban los unos y comienzan los otros. Nos podríamos plantear hasta qué punto es lícito tratar los procesos biológicos desde un enfoque físico-químico de igual modo que se trata a la materia no viva, en lugar de tratarlos desde enfoques estrictamente biológicos en los que se pueda investigar más adecuadamente la especificidad de dichos procesos vitales.

Y esto tiene una repercusión fundamental, porque si efectivamente la lógica de los estudios biológicos es reducible en su totalidad a la lógica de la ciencia física, ¿no sería lícito abrigar la esperanza de poder interpretar todo el dominio de la vida en ausencia de principios éticos, en una neutralidad aséptica? Y si, por el contrario, esto no fuera así, si la lógica de los procesos biológicos no fuera reductible a la lógica de los procesos físico-químicos, constituyendo un dominio de comportamiento propio, el de los procesos vitales, ¿no desaparecería cualquier reparo de la apertura de la ciencia a la filosofía en general, y a la ética en particular? El problema es ciertamente complejo, y tan fácil es excederse en un sentido como en otro, tan frecuente es tachar precipitadamente de mecanicista cualquier proceso de la conciencia, como extender el carácter consciente a procesos biológicos naturales, en principio ausentes de él, algo de lo que Nicolai Hartmann ya nos ponía sobreaviso.

Hogben propone el caso de una polilla que se siente atraída hacia la luz, que ‘le gusta’ la luz, decimos; cuando la explicación biológica es de otra índole, teniendo que ver con el hecho de que estos insectos, en la oscuridad, presentan un comportamiento mucho más torpe dado que su tono muscular es flojo, el cual se ve aumentado precisamente por la luz. Así, cuando la luz aumenta, uno de sus ojos recibe más que el otro, de manera que, de modo reflejo, sus músculos de ese lado se contraerán, y como resultado de todo ello, el cuerpo girará hacia el haz de rayos de luz, hasta que la cabeza quede en tal posición que ambos ojos resulten igualmente iluminados. «Alcanzada esta orientación, el cuerpo continuará moviéndose en la dirección de los rayos incidentes, recobrándola automáticamente si se inclinase a la derecha o a la izquierda».

También es lícito dar con movimientos reflejos en animales más desarrollados, en los mamíferos superiores e incluso en el ser humano. Ahora bien, otra cosa es afirmar que todos los movimientos que realice sean de esta índole: «pocos son los filósofos que se han atrevido a sostener la esperanza de que todo el comportamiento de un animal como el gato, y mucho menos el del hombre mismo, pueda tratarse con éxito de este modo»; se abre así la puerta a la diferencia entre actividad refleja (instintiva) y voluntaria (libre). Para el espiritualista la conducta humana nunca podrá ser reducida a puro mecanicismo, mientras que para el mecanicista es cuestión de tiempo poder demostrarlo. Hogben es de la opinión de que la conducta de la materia viva nunca podrá ser predecible del todo, tal y como acontece en la materia inerte (sin entrar en el ámbito de la indeterminación). Nos dice: «hay, sin embargo, excelentes razones y no basadas en ninguna idea introspectiva, sino en el estudio del comportamiento, para pensar que por mucho que uniformicemos las condiciones externas del momento de aplicación del excitante jamás podremos predecir, sólo por esto, lo que exactamente ocurrirá al utilizar ciertos tipos de estímulos». No sé si servirá, pero se me ocurre poner el ejemplo de cómo va creciendo una planta; sí, sabemos que se dirige hacia la luz, pero ¿podemos predecir con toda exactitud cuál va a ser la trayectoria que van a seguir sus ramas cuando crezcan, e incluso qué ramas le van a salir y en qué lugar exacto? Por ello se preguntará Bergson si, mientras que el comportamiento de la materia inorgánica se expresa mediante ecuaciones, puede ocurrir lo propio con el comportamiento de la materia viva: «¿el estado de un cuerpo vivo encuentra su explicación completa en el estado inmediatamente anterior?».

Esta dificultad Hogben la explica apelando a que, en la conducta de todo ser vivo, se dan procesos de aprendizaje, y consecuentemente, también se da la existencia de algún tipo de memoria; procesos que, evidentemente, no necesariamente se han de dar en el ámbito de la consciencia, pero sí en el caso de la materia viva (también se dice que los materiales tienen memoria en su comportamiento, pero creo que es evidente que denominarla así es una analogía). Podría pensarse entonces que, si se conociera la historia de cada individuo, y se conocieran sus procesos de aprendizaje, entonces sí que podría predecirse su conducta, pues únicamente habría que aplicar dicho conocimiento a la circunstancia presente. En la opinión de este autor, parece que tampoco es así del todo, pues toda especie animal posee cierta holgura de comportamiento, más amplia conforme ascendemos en la escala evolutiva, de modo que nunca está confinado a seguir únicamente ‘esta’ conducta, sino que hay un juego de posibilidades de comportamiento, siempre dentro de un marco del que no puede salirse (en lo que coincide con Gehlen).

También podría decirse que, en definitiva, los procesos de aprendizaje y de memoria poseen su correlato neural (en el caso de animales, no en el de los vegetales), procesos que, en definitiva, se deben a fenómenos de carácter físico-químico. Aquí no entra Hogben, quizá porque en su época este tipo de fenómenos todavía estaba muy poco estudiado. Ello nos abre con el gran misterio de la conciencia, con el hecho de cómo, mediante procesos en principio mecánicos y, por tanto, predecibles, surgen conductas que para nada lo son. ¿Sería posible, en el caso humano, si se supieran todos los factores que han contribuido a que sea como es, y se conocieran todas las variables de una determinada situación prever con total determinación su conducta? Para algunos así es y, como decía, es cuestión de tiempo que podamos conseguir este tipo de conocimiento. Para otros, quizá haya que buscar leyes de comportamiento específicas a este nuevo estadio.

3 comentarios:

  1. Creo que la EPIGENÉTICA dará explicaciones bastante satisfactorias a estas cuestiones.Gracias por la exposición.!!

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