23 de julio de 2019

Sentido común o sensus communis

Como decía en otro post, leí unas palabras de un biólogo que me dieron que pensar. Él la dijo en referencia a lo complicado que es hacer ciencia con todas las connotaciones semánticas que tienen determinados conceptos en el lenguaje cotidiano, lo cual es cierto. Pero el caso es que creo que su afirmación puede dar pie a una reflexión interesante. La frase decía: «ya desde mis primeros años abandoné la idea de que las hipótesis científicas han de conformarse a las exigencias del sentido común». Como digo, esta frase seguramente sea cierta; pero creo que, tal y como la explicaba él, no se hace eco de una misma problemática pero en sentido opuesto. Porque, a mi modo de ver, no es menos cierta cuando desde la ciencia se hace una crítica a los no iniciados a la misma, dando por hecho que el modo en que ellos utilizan los conceptos es el adecuado, el correcto. Digo esto pensando en qué pueda significar para un científico como Hogben el concepto de ‘sentido común’, concepto para nada fácil de definir, sobre todo desde la filosofía, que es desde donde yo hago la crítica.

A mi modo de ver, el sentido común esconde una doble acepción, que se oponen entre sí. La primera tiene que ver, tal y como la entiende Hogben, con una aproximación más cotidiana, con el modo habitual de ver las cosas, con aquello que es comúnmente vivido en un determinado grupo o contexto. En este sentido, está muy vinculado con todo lo que forma parte de la tradición, es decir, con aquello que se suele entender como ‘lo normal’ en un grupo determinado, y que, por lo general suele ser bien aceptado. Entraría aquí todo aquello que es aceptado sin discusión, porque es lo correcto, lo admitido, lo válido, sin mayor sentido crítico; de modo que todo lo que sea nuevo y extraño es en principio acogido con cierto recelo.

Todos participamos de algún modo de este sentido común. Y esto ocurre no sólo en el ámbito social, ámbito en el que quizá esto que digo sea más normal, sino también por ejemplo, en el científico: ciertamente, a las nuevas ideas científicas les ocurren problemas de este calibre; será necesario que anden un largo y esforzado camino no sólo para ser aceptadas y establecerse (cuando esto proceda, evidentemente), sino sobre todo para que pasen a engrosar las filas de un nuevo sentido común. Quizá esta fase de resistencia, por otra parte, pueda ayudar a filtrar aquellas teorías que no tengan tanta validez de las otras que sí, aunque evidentemente no se trate de un criterio definitivo.

Éste sería el modo más habitual de entender el sentido común: aquello que forma parte del bagaje ‘normal’ de un determinado grupo, y que está formado por lo que el grueso de los individuos asumen como el modo adecuado de hacer e interpretar las cosas. Pero no es el único. Y quien se detiene en él, deja por recorrer un camino ciertamente interesante.

Me estoy refiriendo a una acepción que es más corriente en el ámbito de la filosofía, y que posee un calado mucho mayor que esa mera opinión compartida en una determinada época, o un sano pensar o valorar la realidad; tiene que ver con lo que conocido como sensus communis, y que viene a ser como el correlato de un sentido de realidad que va más allá de una aprehensión lógico-cognitiva de la misma, y que propicia de algún modo que esa aprehensión sea más cercana a ella. El sensus communis es un sentido antropológicamente compartido —decía Kant¬—, y que posibilita de alguna manera no sólo que la infinidad de subjetividades que pueblan la faz de la Tierra puedan entenderse entre sí, sino sobre todo que cada una de ellas pueda relacionarse adecuadamente con su entorno.

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