21 de mayo de 2019

Las diferencias entre los mundos son diferentes

Comentaba en otro post una experiencia que podemos vivir todos, según la cual advertía que las emociones o sentimientos que aparecían en un momento dado se podían superponer, se podían dar en distintos planos superponibles en función de cuál fuera el grado de amplitud de nuestro mundo. Una consecuencia directa de nuestra inteligencia es la ‘apertura a un mundo’, entendiendo a éste en sentido fenomenológico. Fruto de la evolución, nuestra inteligencia posibilita esa mínima toma de distancia ante nuestro medio, lo cual permite que nuestro instinto pulsional se relaje y propicie una oquedad en cuyo seno pueda originarse dicha toma de distancia. La inteligencia humana surge cuando en unas determinadas estructuras fisiológicas (las nuestras) la legalidad instintiva ya no es suficiente para, desde su carácter tensional e impulsivo, determinar nuestra acción. La aparición de la inteligencia supone un modo radicalmente diverso de estar situados en la naturaleza, porque con ella podemos hablar en la relación con las cosas ya no de entorno y de medio, sino de mundo (de lo cual hablé en este post hace ya algunos años). La apertura a un mundo es algo específicamente humano. Pero si la apertura al mundo es propia de la especie humana, si todas las personas tenemos un mundo, no todos lo tenemos igual.

Podemos plantearnos cómo uno está situado en su medio, es decir, en su entorno ‘tamizado’ por las posibilidades de la sensibilidad humanas. Las aportaciones de Merleau-Ponty son en este sentido muy sugerentes. Este autor propone que nuestra relación con la realidad se ve caracterizada por el hecho de que esta relación nunca es ‘pura’, neutra, mecánica. Esto es algo que puede ser compartido con el resto de especies animales, en la medida en que el modo en que cada una se relaciona con una misma naturaleza, con un mismo entorno, depende de sus posibilidades de relación, de su sensibilidad fisiológica. Cada especie tiene su propio medio; decía William James que, atendiendo a la sensibilidad de cada especie, podemos ‘predecir’ cómo es su medio, con qué y con qué no se puede relacionar. Pero el caso humano va más allá, pues en su especificidad humana está relación con el entorno no se acaba en su transformación en un medio, sino que siempre estará mediatizada por un proyecto, por una estructura de comprensión la cual posee una doble dimensión: una colectiva, compartida intersubjetivamente, y una individual, singular, propia, tal y como nos explicaba Ortega y Gasset cuando nos decía que cada uno de nosotros éramos el resultado de unirnos a nosotros mismos con nuestra circunstancia.

Nosotros no seríamos capaces —sigue Merleau-Ponty— de relacionarnos con la realidad neutralmente, asépticamente… sino que de modo necesario (en esto consistiría precisamente nuestra especificidad humana) lo hacemos dotándole de un determinado significado. Entre las cosas y nosotros interponemos unas inquietudes, unos deseos, unos proyectos, un pasado… De hecho, nos genera violencia percibir las cosas sin imputarles esa carga de sentido; toda aprehensión de cualquier cosa, necesariamente se ve mediatizada por este cuadro categorial.

Que nuestra especificidad humana nos lleva a una apertura a un mundo, no implica —como decía— que todos nuestros mundos sean iguales, sino que cada uno de nosotros tiene su mundo. Y el hecho de que cada uno tenga su mundo, nos permite afirmar que hay diferencias entre los mundos de cada cual. Y esto es muy importante. ¿Por qué? Cuando cada uno habla de que tiene un mundo, y de que su mundo es diferente a otros mundos, implica que hay diferencias. No digo que sean totalmente distintos (pues en tanto que pertenecemos a la misma especie, y también en tanto que pertenecemos a los mismos entornos sociales, algo compartimos, ya que, en caso contrario, difícilmente podríamos sencillamente comunicarnos), sino que no son totalmente iguales. Y, si no son totalmente iguales, es porque hay diferencias entre ellos. Pero —y aquí es a donde iba— que existan diferencias entre ellos, no implica que todas las diferencias sean iguales, que quepa situarlas en el mismo plano, que sean todas del mismo carácter. Y esta distinción no es algo baladí, todo lo contrario: a mi modo de ver, es fundamental.

A mi modo de ver, estas diferencias pueden establecerse en torno a tres planos o categorías. Estaría la primera diferencia, que voy a considerar a parte, que tiene que ver con el hecho evidente de que cada uno de nosotros tiene su mundo y es diferente al mundo de cualquier otro, independientemente de que compartamos buena parte de él —como digo— sobre todo con los más próximos. Mi mundo es mío, pero no tan mío que me impida comunicarme o relacionarme con los demás; es un mundo compartido, pero no del todo, pues siempre habrá un resquicio personal e intransferible. Partiendo de aquí, creo que se pueden distinguir estos tres planos. En primer lugar, el hecho de que cada mundo particular posee una mayor o menor amplitud, una mayor o menor diversidad… Cada uno posee una mayor o menor posibilidad de apertura, lo cual revertirá en su mundo: vivirá en un mundo pequeño, o no, en un mundo amplio. En segundo lugar, el hecho de que cada mundo propio no es siempre el mismo, sino que se va modificando a lo largo de la vida, bien creciendo, bien menguando. Nuestra biografía, nuestros aprendizajes, nuestra historia, nuestras experiencias, irán provocando que nuestro mundo se vaya modificando, se vaya ensanchando más o menos… y ello en todos los niveles: académicos, profesionales, experienciales, vitales… Y, finalmente, y, en tercer lugar, el hecho de que cada mundo particular posee también un mayor o menor riqueza, o consistencia, en el sentido de que un determinado mundo se encuentre mayor o menormente arraigado en la realidad de las cosas. Frente a los ‘castillos en el aire’, se puede establecer un sentido de realidad, que nos ayuda a no ensoñarnos ilegítima o inapropiadamente, algo a lo que por desgracia estamos tan habituados. Es característica nuestra la imaginación, la fantasía, la creatividad… sólo que algunas veces podemos irnos demasiado arriba, perdiendo el mínimo arraigo con la realidad que tiene la verdadera creatividad. La riqueza tiene que ver con esto, con que este mundo no esté vacío, yermo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario