9 de abril de 2019

La maravilla de aprender a sentir (y ii)

Acabábamos el anterior post pensando sobre cómo aprendemos a ejercer nuestra sensibilidad. Pensemos por un momento en la maravilla que ocurre cuando los bebés vienen a la vida. Poseen una sensibilidad ‘en bruto’, recibiendo una información que no saben gestionar. Su desarrollo fisiológico va facultando a su organismo para sentir cada vez más y mejor, y sus órganos se van encontrando cada día que pasa en un estado cada vez con más posibilidades, cada vez más ávido de información, de estimulación, en orden a su sano desarrollo.

Todos nuestros sentidos están continuamente enviando la información que reciben al cerebro, y en él nos hacemos un ‘mapa’ del entorno. Sencillamente, es una cuestión de supervivencia: todas las personas (todos los animales) necesitamos poder reconocer las características de nuestro alrededor; percibir el mundo que nos rodea a través de los sistemas sensoriales y crearnos una representación del mismo que nos permita hacer valoraciones rápidas, detectar posibles peligros, identificar distintas posibilidades, etc. Nos encontramos ya en un segundo estadio: en el de la integración adecuada de toda la información que recibimos por nuestros sentidos, presuponiendo que estos ejercen ya su función correctamente. Y, como es fácil pensar, tampoco nacemos sabiendo hacer adecuadamente esta integración, sino que precisamos aprenderla. Este aprendizaje sigue diversas rutinas: saber seleccionar, de toda la información estimúlica disponible, aquella que nos sea útil o de interés; saber centrar la atención para evitar la dispersión, característica de edades o personalidades infantiles; optimizar la información necesaria en la percepción, desechando la sobrante; etc. Y es así como, poco a poco, vamos ‘tejiendo’ una representación del mundo, una imagen más o menos fiel.

El resultado de todo ello es (o debería ser) que nuestro mundo percibido se asemeje lo máximo posible a la realidad externa, y nos permita movernos en ella con solvencia y fiabilidad. Sería imposible hacer esto, poseer una imagen fiel del mundo real, sin que nuestro cerebro aprendiera exhaustivamente todos estos procesos. Si nos fijamos, esta imagen del mundo es el resultado de dos procesos, en alguna medida opuestos: de abajo arriba, y de arriba abajo. Por un lado, está la información que llega desde el exterior, a través de nuestros sentidos, hacia el cerebro; y por otro está la receptividad existente desde las estructuras neurales adquiridas. Ambos momentos están influidos por nuestros aprendizajes, contribuyendo a que podamos desenvolvernos con soltura y seguridad en nuestro entorno. Un desenvolvimiento que no es ‘puro’, que no es ideal, pues nunca tendremos una imagen del mundo perfectamente real, ni mucho menos. Un dato relevante es notar cómo todo esto que estoy comentando está mediatizado por el entorno en el que se dé, por el ambiente en el seno del cual puedan darse nuestras primeras experiencias.

Un ambiente que será percibido todavía sin saber muy bien qué es, ni qué valor tiene, mientras nuestras estructuras fisiológicas y cognitivas, todavía en período de formación, se van desarrollando a un ritmo frenético. De ahí su relevancia. Si éste propicia una integración desordenada, los sentidos procesarán la información desordenadamente, lo cual repercutirá negativamente en nuestra relación con el mundo y en nuestra socialización; tendremos una lectura distorsionada del entorno y de las situaciones, dificultando nuestras relaciones. Y viceversa.

Pero este aprendizaje dialógico no se da únicamente en el ámbito de lo fisiológico; de forma concomitante con él se da también un proceso mediante el cual los pequeños tienen que aprender el significado de aquella información que reciben, y que aún no saben interpretar: tienen que darle sentido. Pensemos por un momento la cantidad de información que le llega a un bebé diariamente: recibe infinidad de sonidos, colores, figuras, formas, gustos… sin que sepa todavía qué relevancia tienen para él, ni mucho menos qué significado poseen. Pero es éste un proceso que no se puede dilatar en el tiempo; con cierta premura, y paulatinamente, deberán ir dotando de significado a toda esa información.

Cuando hablo de significado no me refiero aquí a un significado conceptual; de lo que se trata es de otorgar un sentido a lo que acontece a su alrededor, sencillamente para poder integrarlo en sus vidas, y gestionarlo del modo adecuado. En estas edades tempranas, todo este tipo de aprendizaje, todo este dotar de sentido, se da todavía de modo preconceptual, de modo no consciente; preconceptual, pero significado, al fin y al cabo: no por el hecho de ser información pre-conceptual no consciente está ausente de significado, todo lo contrario. Seguramente se convertirá en uno de los aprendizajes que más relevancia pueda tener en su vida. ¿Por qué? Por dos motivos, básicamente: no sólo por el contenido de dichos aprendizajes, sino porque, junto con ese contenido, aparecerá el modo según el aprenderá a relacionarse con el mundo, interpretando la realidad, relacionándose con las personas… Fruto de sus experiencias y de la calidad de éstas, irá fraguando en él un horizonte de comprensión, desde el cual se relacionará con todo lo que le rodee.

Así, toda imagen creada dependerá de nuestros aprendizajes, de nuestra historia, de nuestra biografía. Cuando el cerebro recibe la información del exterior la procesa ‘a su modo’, y este modo suyo de procesarla revertirá en nuestro modo de ser conscientes de ese mundo exterior, es decir, en nuestra imagen del mundo. Una imagen del mundo que no estará libre de cierto desenfoque. Si dicha imagen será la que nos permita desenvolvernos con soltura y seguridad en el mundo, no será sin pagar un precio, como es precisamente generar a la vez esa ‘distorsión’ respecto del mundo real, pero que a nosotros ‘nos sirve’. Porque esa distorsión, si bien nos distancia de la realidad ‘pura’ de las cosas, nos permite movernos en unos márgenes razonables de seguridad, optimizando nuestros recursos y nuestros procesos, ahorrando esfuerzos en nuestra relación con el entorno, y permitiendo bien realizar otras tareas, bien no estar siempre en tensión procesando información. Ésta última opción es muy problemática para aquellas personas que no han vivido en un entorno lo suficientemente estable para poder crearse una imagen del mundo razonablemente estable, viviendo siempre con la ansiedad y angustia propiciadas por una falta de seguridad y confianza vital. Vivirán en un mundo distorsionado, con una actividad neural sobreexcitada para compensar precisamente la ausencia de una imagen del mundo lo suficientemente razonable para propiciar un despliegue vital sereno, armónico y sano.

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