20 de marzo de 2019

La vida, ¿cuestión de biología o de tecnología… o de filosofía?

Si uno se plantea qué es la vida, de forma instantánea nos viene a la cabeza asociarlo a los seres vivos, como es evidente: por eso les denominamos vivos. Pero a la hora de definir qué es eso de la vida, la cosa se complica, y mucho. Podemos enfocar dicha definición desde una perspectiva biológica, pero también desde una física, o ética, o existencial, o espiritual, o social, o histórica, o tecnológica… Por su parte, también puede ser enfocada desde distintos problemas: imitar la vida artificialmente, insertar elementos genéticos en seres pre-existentes, o efectivamente originar (artificialmente) a la vida. Son cuestiones diferentes.

Cuando nos acercamos a ello desde el ámbito tecnológico, se puede acceder a una perspectiva en la que la diferencia entre lo vivo y lo inerte no está tan clara. De hecho, es común que distintos caracteres asociados a lo que cotidianamente entendemos como entes vivos, puedan ser adscritos a entidades que no suelen ser consideradas vivientes, sino más bien propias del ámbito tecnológico. Por ejemplo, hoy en día hay robots capaces de sintetizar energía, así como de reaccionar adecuadamente según los estímulos que reciben de su entorno gracias a sus eficientes sensores. Lo que de momento no pueden hacer todavía estos robots es reproducirse. Los robots pueden nutrirse y relacionarse con su entorno, pero (de momento) no pueden reproducirse. Quizá pueda ser esta la piedra de toque que distinga lo vivo de lo inerte. Pero tampoco es tan sencillo. Algunos científicos definen a los seres vivos como aquellos seres que pueden multiplicarse con herencia y variación, aunque para otros no acaba de ser una definición estricta por amplia ya que —en su opinión— los ácidos nucleicos serían seres vivos pues poseen esas capacidades de herencia y variación. Quizá sería más adecuado hablar de seres capaces de reproducirse y metabolizar, cajón en el que los ácidos nucleicos aislados ya no caben.

Si tomamos lo biológico desde abajo, es decir, desde sus manifestaciones más simples, la cosa tampoco está clara. En principio, todos los seres vivos cuentan con cadenas de ADN y ARN, macromoléculas con capacidad de reproducción. Tal y como nos explica el profesor Alfonseca en su libro sobre la evolución que acaba de publicar, hay unas macromoléculas sencillas de ARN, los viroides, que tienen capacidad de reproducirse, pero no aislada sino parasitariamente, alojadas en otras células. Éste es un motivo suficiente para que algunos científicos no consideren a las viroides como seres vivos. Por su parte, también estaría por ver si todo lo relacionado con la vida necesariamente está formado a base de carbono y agua, pues igual hay vida en otros planetas que no se fundamente en ellos.

Todo esto nos lleva a la consideración de que, si comúnmente podemos tener clara la idea de qué es la vida, «la verdad es que, a estas alturas, y en la frontera, no tenemos muy claro qué está vivo y qué no», nos dice Alfonseca.

Uno de los grandes problemas que planea el origen de la vida es la circularidad. Por un lado, una célula puede ser considerada como una fábrica química dirigida por proteínas; por otro, la síntesis de las proteínas depende de los ácidos nucleicos. ¿Qué fueron antes: las proteínas que dirigen a las células, o los ácidos nucleicos que dirigen a las proteínas? Antes este dilema, hubo muchas discusiones. Hubo una alternativa muy seria estableciendo como momento clave el ARN ribosómico, aunque algunos no se sumaron a dicha alternativa. Los estudios sobre génesis y construcciones de moléculas y nucleótidos de ADN se han multiplicado desde la segunda década del siglo XX. En 2003 se fabricó el primer ADN artificial, de un virus. Poco antes se sintetizó un ARN también vírico. Se implantaron moléculas de ADN en algunos individuos, para ver las consecuencias. Ahora bien: tras todos estos avances, que han sido enormes, nunca se ha logrado sintetizar seres vivos desde cero; siempre se ha partido de células pre-existentes. «Para poder decir que se ha fabricado vida, sería necesario diseñar ADN sintético e introducirlo en una membrana artificial, consiguiendo que se reproduzca. Hasta que no se consiga esto, el problema de la síntesis de vida en el laboratorio no se habrá resuelto».

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues que quizá por todo este embrollo, sería oportuno plantearse filosóficamente que se entiende por vida. Puede ser que esta afirmación despierte suspicacias, pero quizá despierte más suspicacias presuponer que la vida es un asunto estrictamente científico. ¿Lo es? Hoy por hoy, es evidente que la vida surgió en un momento de la historia de nuestro planeta. Es probable que sólo ocurriera en una única ocasión, en unas condiciones muy determinadas y específicas, que difícilmente podrían volver a repetirse. Es, por tanto, prácticamente imposible volver a reproducir aquellas condiciones. ¿Debe considerarse el origen de la vida como un hecho científico, si no puede ser reproducible? Sabido es que hace unas décadas hubo amagos de generar vida combinando ciertas sustancias en un medio adecuado, con energía eléctrica. Y, a pesar de aquellos esperanzadores resultados, hoy por hoy han resultado infructuosos. ¿Qué consecuencia cabe extraer de todo ello? Quizá que el origen de la vida, hasta donde yo sé, sea un problema insoluble. Incluso podría ser que generásemos vida sintéticamente, pero ello no quiere decir que podamos saber cómo se originó la vida en su día. Son dos problemas distintos, porque nunca podremos tener la evidencia de que las condiciones de nuestro laboratorio sean las mismas que se dieron entonces en la naturaleza. Por lo general, en torno a la vida podemos establecer dos grandes líneas de problemas: una, que tiene que ver con las condiciones que se han de dar para que pueda aparecer la vida en un entorno en el que antes no existía; y la otra, con las condiciones para que la vida, una vez haya comenzado a existir, pueda seguir existiendo.

Por lo general, la mayor parte de las investigaciones giran en torno al segundo problema; sobre el primero, con permiso de los experimentos de Miller que hemos comentado, se reducen a ciertas generalidades sobre la presencia de ciertas sustancias, y poco más. El caso es que se sabe muy poco. Seguramente, para el origen de la vida se debieron dar unas circunstancias muy estrictas, independientemente de que, una vez creada, tuviera una capacidad de adaptación sencillamente espectacular, posibilitando su propia existencia.

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