5 de marzo de 2019

Desde la preestructura heideggeriana de la comprensión

Con este post comenzamos el segundo apartado en que estaba dividida la segunda gran parte de este libro. Recordemos que, si bien la primera parte estaba dedicada a la cuestión de la verdad desde la experiencia del arte, esta segunda la dedicaba Gadamer a la extensión de esta verdad analizada desde la experiencia artística, a la comprensión de las ciencias del espíritu. Para ello, una vez expuestos unos preliminares históricos en el primer apartado (la filosofía romántica, Dilthey, y Heidegger principalmente, también Yorck), pasa ya a fundamentar una teoría de la experiencia hermenéutica como tal en este segundo. Recordemos que aún quedará una gran tercera parte que Gadamer la dedica al lenguaje y a su relevancia ontológica en el ámbito hermenéutico.

Nuestro autor comienza distanciándose de la postura heideggeriana, en el sentido de que —según Gadamer— Heidegger se centra en la hermenéutica y crítica histórica para fundamentar la preestructura de la comprensión, pero desde un punto de vista fundamentalmente ontológico, cuando en lo que Gadamer insiste es en el carácter histórico de esa comprensión, en la historicidad de la comprensión. Sí, Heidegger alude al carácter tempóreo del ser, pero a su juicio desplaza más el peso hacia el ser que hacia su carácter tempóreo.

Sin embargo, desplazar el peso hacia este carácter tempóreo e histórico del fenómeno de la comprensión no deja de presentar algún problema. El más importante quizá sea que este carácter histórico de la comprensión pueda dar lugar a un círculo que fácilmente podría ser caracterizado de ‘vicioso’. Si todo queda en un mero devenir histórico, ¿qué nos puede asegurar que no estamos dando vueltas siempre a comprensiones incorrectas? Para nuestro autor no necesariamente tiene que ser así, ya que puede pertenecer al uso normal de la comprensión su corrección y depuración de adaptaciones inadecuadas, correcciones y adaptaciones que se dan de modo evidente a lo largo del decurso temporal. El círculo no necesariamente es un círculo vicioso en la medida en que es característico de la hermenéutica este proceso correctivo y depurador, y que va dirigido hacia un comprender cada vez más originario.

La cuestión estriba en cómo saber que efectivamente se avanza hacia ese sentido más originario. Y aquí Gadamer realiza unas reflexiones interesantes, recogiendo el testigo dejado por Heidegger, pues lo importante no es tanto manifestar que nos encontramos ante un proceso circular como destacar el carácter positivo de esa circularidad. El círculo hermenéutico no está ausente de cierto carácter circular, pero esta circularidad no está cerrada en sí misma de modo vicioso, sino que está abierta a algo que la trasciende, de modo ‘virtuoso’, podríamos decir. Ahora bien, para garantizar esta positividad ontológica, este carácter progresivo, hay que esquivar dos enemigos poderosos, a saber: el de las meras ocurrencias y el de las ideas populares que se encuentren en boga en una determinada época.

Esto de las meras ocurrencias posee una dimensión mucho más profunda de la que en primera instancia pudiéramos imaginar. No sólo se refiere a aquello que primeramente nos viene a la cabeza en un determinado momento, sino sobre todo a aquellos hábitos de pensamiento que poseemos y que ya nos pre-dirigen a la comprensión de un determinado texto en el sentido que esos hábitos nos determinan.

Es inevitable que todos proyectemos ya ciertas intenciones o pre-comprensiones ante un texto: no podemos sino leer el texto a la luz de determinadas expectativas que ya poseemos de modo más o menos consciente, base desde las cuales efectivamente realizamos nuestra comprensión. Lo destacable aquí es el hecho de ser consciente de esta situación nuestra. Porque será este ‘ser consciente’ el que nos permita ir identificando nuestras expectativas previas para ir corrigiéndolas si así fuera preciso (y que usualmente suele serlo). A menudo ocurre que comprendemos cosas que se refieren a nuestras expectativas, y no tanto que se refieren a las cosas mismas. «Elaborar los proyectos correctos y adecuados a las cosas, que como proyectos son anticipaciones que deben confirmarse ‘en las cosas’, tal es la tarea constante de la comprensión». La comprensión comienza de modo auténtico cuando estas opiniones previas no son meramente arbitrarias, sino cuando ya las hemos comenzado a acrisolar. Y ésta es la primera tarea de todo aquel que intente comprender: examinar sus propias opiniones previas y ver si son legítimas o infundadas. Si ante un texto introducimos acríticamente nuestros modos de pensar y nuestros hábitos cognitivos, difícilmente alcanzaremos el texto; probablemente lo que haremos sea escucharnos a nosotros mismos.

Y esta es la tarea: no escucharnos a nosotros mismos sino al autor, verdadera tarea que supone auto-analizarnos constantemente para no poner en boca del autor aquello que nosotros pensamos, aquello que nosotros decimos que dice. ¿Cómo traer a la consciencia todo ese bagaje de comprensiones previas que por lo común nos suelen pasar inadvertidas? Agudamente, Gadamer nos hace saber que una comprensión inadecuada de un texto (a causa de nuestros errores de precomprensión) no puede por lo general mantenerse demasiado tiempo si continuamos ‘enfrentándonos’ al texto, porque llevaría probablemente a perder el sentido del conjunto. En la medida en que estamos frente al texto durante más tiempo y más intensamente, más le damos oportunidad al texto para que nos diga lo que nos tiene que decir, más fuerza va cobrando el propio texto, en detrimento de lo que nosotros ‘ponemos’. Cuanto más tiempo estemos ante el texto, más en evidencia se pondrán nuestras comprensiones previas porque chocarán inevitablemente con el mismo texto. Ahora bien, este proceso no es fácil; por ejemplo, esta pérdida se ofrecerá más fácilmente a aquél que esté abierto a ‘dejarse decir’ por el texto, a aquel que ofrezca menos resistencia a modificar sus expectativas, a modificar su forma de pensar (o cuanto menos a no pretender decididamente decir al autor lo que piensa). Me parece fantástica esta expresión: ‘dejarse decir’.

O sea: es precisa una actitud de apertura, un ‘estar abierto’ a las opiniones del autor. Porque hay que ser conscientes de que no todo lo opinable por parte del lector ‘cabe’ en el texto, no se puede ‘pasar de largo’ por todo lo que dice el autor; incluso en ese caso, las expectativas del lector se verán defraudadas ya que no podrán sostenerse en el discurso del autor (pues a la postre no era lo que él quería decir). Es por ello que cabe hablar de cierta objetividad en la tarea hermenéutica, ya que en ella no todo vale, en ella no podemos olvidarnos del autor para escucharnos únicamente a nosotros mismos en su texto; al final, el texto y lo que con él quiera decirnos el autor se nos impondrá, a no ser que cerremos obstinadamente nuestro entendimiento. Si no del todo, seguramente en gran medida.

El espíritu de apertura, pues, es fundamental, siempre desde la consciencia de que la neutralidad pura no es factible, de que no podemos anularnos a nosotros mismos, sino a lo sumo identificar nuestras anticipaciones. Sólo entonces podremos dialogar auténticamente con el texto, en el seno de nuestra finitud e ‘impureza’ hermenéutica. «Una comprensión llevada a cabo desde una conciencia metódica intentará siempre no llevar a término directamente sus anticipaciones sino más bien hacerlas conscientes para poder controlarlas y ganar así una comprensión correcta desde las cosas mismas».

Esta tarea de descentramiento a menudo es mal comprendida, pues parece que uno tenga que dejar de pensar sus convicciones para aprender a pensar como el otro, pero no es esta la idea. De lo que se trata es de intentar poner entre paréntesis todo aquello que nos impida una verdadera comprensión del texto desde sí mismo. Esto ocurre sobre todo en nuestra postura ante la tradición, ante la cual es común poseer ciertos prejuicios cuya no identificación nos hace sordos a lo positivo que ella nos puede aportar (Heidegger). Y sólo poniendo de manifiesto el papel de los prejuicios en todo proceso 
comprensivo se alcanza el problema hermenéutico en toda su radicalidad.

Esto es algo que ocurre palmariamente en el pensamiento ilustrado. De hecho, es en esta época cuando el concepto de prejuicio alcanza el matiz peyorativo que hoy en día prevalece. Gadamer se plantea por qué no puede haber prejuicios positivos, que ayuden a realizar una comprensión adecuada. Evidentemente no es ésta la acepción común, más cercana a la de ‘juicio no fundamentando racionalmente’; desde la ilustración se acepta que únicamente el juicio metodológicamente fundamentado es digno de tal consideración. Tanto es así que parece que no quepa otro tipo de juicio válido que aquel que no haya sido fundamentado racionalmente; de ahí el matiz negativo de todo otro tipo de juicio. Pero no tiene por qué ser así. ¿O sí?

No hay comentarios:

Publicar un comentario