15 de enero de 2019

Sentir nuestro cuerpo: ¿propiocepción o sentimiento?

Ya en otro post distinguía los diversos modos que tenemos las personas de sentir, lo cual estaba directamente relacionado con los modos en que nuestra fisiología puede ser afectada. Básicamente, lo que venía a decir es que podemos tener dos grandes tipos de sensaciones: bien externas a nosotros (cuando vemos algo, oímos algo, etc.), bien internas; y estas últimas podrían ser de dos tipos: el primero sería más sensible (por decirlo así), relacionado con la noticia que podamos tener de cualquier circunstancia de nuestro cuerpo (como un dolor de estómago, frío, sed…) o también la noticia que podamos tener sencillamente de cualquier parte del mismo en situaciones normales (de modo que, con los ojos cerrados, sabemos dónde están nuestras extremidades porque las sentimos, si estamos de pie o sentados, etc.); y el segundo sería de carácter más sentimental, relacionado con nuestro estado afectivo (por decirlo así también), con nuestro tono vital o estado tónico, con cómo nos encontramos.

Desde Aristóteles, esa especie de radares naturales que son los sentidos fisiológicos han sido tradicionalmente establecidos en cinco, como es sabido: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Hoy en día la cosa se ha completado añadiendo algunos más, relacionados precisamente con la propiocepción: sistema vestibular, cenestesia, termocepción, nocicepción… Hay diversas clasificaciones al respecto, e incluso para algunos la cenestesia sería específicamente la propiocepción (yo he preferido tomarla en un sentido más general). Los sentimientos, como digo, corresponderían a una propiocepción, pero de distinta índole, una percepción de nuestro tono vital, de nuestro estado de ánimo… no a un dolor de rodilla, o a tener hambre. De este modo se podría distinguir: la sensación externa, la sensación interna o propiocepción, el estado tónico o sentimiento. Esto que creo que todos podemos compartir, no ha sido temáticamente objeto de la filosofía hasta hace más bien poco.

Hoy en día es más frecuente atender al cuerpo, pero sólo a partir del siglo XX, más o menos. Y ello ha tenido consecuencias muy interesantes. Ortega y Gasset, por ejemplo, utilizaba un término concreto (que no ha hecho fortuna, por otro lado) para poner de manifiesto ese modo experiencial que poseemos de sentir nuestro cuerpo (propiocepción): él hablaba del intracuerpo. Una cosa es atender a nuestro cuerpo como un objeto más, desde fuera, como observamos cualquier otro cuerpo, y otra cosa muy distinta es atender a nuestro cuerpo desde dentro, sintiéndolo, experienciándolo, desde esa propiocepción que estamos hablando. Según palabras textuales suyas:

«Por lo pronto, lo que yo he llamado en mis cursos universitarios el intracuerpo no tiene color ni forma bien definida, como el extracuerpo; no es, en efecto, un objeto visual. En cambio, está constituido por sensaciones de movimiento o táctiles de las vísceras y los músculos, por la impresión de las dilataciones y contracciones de los vasos, por las menudas percepciones del curso de la sangre en las venas y arterias, por las sensaciones de dolor y placer, etc., etc.».

No es fácil experienciar así a nuestro cuerpo. Es más, hasta que a uno no le hacen caer en la cuenta, sencillamente no solemos planteárnoslo, hasta que se nos impone porque tenemos algún dolor. Si no nos duele nada, no solemos detenernos a experienciar nuestro cuerpo. Y creo que es una vivencia muy interesante detenernos algunos momentos en nuestra ajetreada vida, cerrar los ojos y, sencillamente, sentirnos, percibir las sensaciones que nos llegan de las distintas partes del cuerpo. Sentir nuestras articulaciones, nuestra respiración, los latidos de nuestro corazón…

Por su parte, nos damos cuenta a la vez que eso que percibimos propioceptivamente no es exactamente un sentimiento. Ese ‘sentir nuestro cuerpo’ no es lo que solemos entender por un sentimiento, aunque un sentimiento también sea de algún modo sentir nuestro cuerpo. Es algo diferente. ¿Y qué es lo que distingue exactamente la propiocepción de un sentimiento? A mi modo de ver la propiocepción, igual que la sensación externa, está fuertemente determinada por aquello que percibe. Sabemos que nunca será una sensación pura, sino que, como ya vimos, en toda sensación hay una buena dosis de configuración por parte del sujeto; pero, aun así, en lo sentido tiene mucho peso aquello que se siente, el objeto sentido, sea externo o interno. Un sentimiento también es de alguna manera una propiocepción, pero, a mi modo de ver, una propiocepción diversa, en la que lo percibido es algo como un modo de sentirse, un modo de percibir un estado anímico, un tono vital: nos sentimos alegres, defraudados… Independientemente de que este sentimiento tenga una causa concreta que lo propicie (una noticia afortunada o desafortunada, no viene al caso) la consciencia que tenemos de nuestro estado anímico es algo global, holístico en referencia ya no tanto a nuestro cuerpo fisiológicamente considerado, sino a nuestro estado anímico. En la propiocepción sentimos nuestro cuerpo, en el sentimiento sentimos cómo nos encontramos afectivamente.

Creo que hay una diferencia más entre la propiocepción y los sentimientos, que se puede apreciar atendiendo a su génesis. Y es que —a mi modo de ver— creo que en el origen del sentimiento (y de la emoción) suele estar presente cierta componente cognitiva. Lo que quiero decir con ello, es que el proceso de la propiocepción es más directo, en el que no interviene la cognición, salvo para ser conscientes de ello una vez se ha producido. Sin embargo, en el sentimiento creo que se produce una combinación entre aquello que hemos percibido (y que le da origen al mismo, cualquier suceso o situación) y la lectura o la interpretación que le damos a ello. Así, en una emoción (en primera instancia) y en un sentimiento (en segunda) hay una dimensión propioceptiva que es la que nos ‘informa’ de nuestro estado tónico, sí, pero en dicho estado no actúan únicamente nuestros receptores automáticos, sino también la elaboración cognitiva, generándose un diálogo entre la corteza cerebral y el núcleo amigdalino. En la sensación y en la propiocepción, en principio, poco puede influir la elaboración cognitiva; en la emoción y en el sentimiento creo que sí. Por eso, una misma situación puede despertar distintos sentimientos en distintos individuos, porque hay que añadir al hecho acaecido en sí la interpretación cognitiva de cada uno, lo que abocará a su vez en la respectiva ‘interpretación afectiva’.

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