22 de enero de 2019

Toda sensación no es percepción

Los comentarios que se hicieron a raíz del anterior post —los cuales agradezco— me han sugerido dos problemas que creo interesantes abordar. El primero de ellos está relacionado con lo siguiente. Decía —y tal y como se me recordaba en los comentarios— que, si bien tanto en la propiocepción como en la emoción y en el sentimiento hay algo que ‘pone’ el sujeto, un momento de carácter cognitivo, sí que es cierto —a mi modo de ver— que en el ámbito emocional este momento cognitivo tiene más peso que en la propiocepción (y que en la sensación en general); hasta no sé si atreverme a caracterizarlo como fundamental. La cuestión es cómo se hace presente en los procesos que podemos denominar afectivos (emocionales y sentimentales) este momento cognitivo. Lo que me ayuda a introducir el segundo problema que comentaba, a saber: cómo se articula ese momento cognitivo en el proceso de la sensación y de la propiocepción, y cuáles son sus consecuencias. Hoy tengo idea de ocuparme de esta cuestión, y en otro post del primero.

Antes de comenzar, considero imprescindible definir los conceptos, del modo más riguroso que pueda, de ‘sensación’ y ‘percepción’, pues creo que ahí está el meollo del asunto. Podríamos definir sensación como ese proceso mediante el cual un estímulo externo es captado por nuestros receptores sensibles, al cerebro mediante un código electro-químico mediante las correspondientes vías nerviosas. ¿Qué ocurre cuando esta información llega al cerebro? O también: ¿qué es lo que llega al cerebro? Esta información es llevada al cerebro por nuestro sistema nervioso, el cual la configura ofreciendo una determinada imagen (sonido, sabor…) ya elaborada. De modo que el resultado de todo ello no es sino unos resultados que ‘recortan’ todo ese entramado de relaciones y de información que está ante nosotros, recortes que tiene que ver con la significatividad que en un momento dado posea esa información que destaca (o hacemos que destaque) sobre un fondo. Todo este proceso más amplio es el que podemos denominar percepción. En la percepción hay un estímulo que es aprehendido por nuestros receptores fisiológicos, y son elaborados o encajados en el ámbito conceptual del individuo, identificando así lo aprehendido.

Como se puede pensar, esta capacidad de poder percibir adecuadamente es fundamental para la viabilidad evolutiva de las distintas especies, pues de ella depende que el individuo sea capaz de detectar un determinado peligro, o de atisbar cualquier posible banquete que deambule por delante de él. Vemos, pues, que, si bien en toda percepción hay una sensación, no necesariamente en toda sensación hay una percepción; seguramente, nuestros receptores están continuamente recibiendo información de la que habitualmente no somos conscientes (no podríamos, nos colapsaría); pero el caso es que no es así, sino que mucha información sensible es ‘desestimada’, no es procesada. Por nuestros ojos entra mucha más información de la que somos conscientes; lo mismo por nuestros oídos, receptores epidérmicos, etc. Creo que hay dos principales modos en que una información sensible se nos vuelve consciente, se convierte en percepción, modos que creo que son extensible a las especies animales en general: bien porque la propia índole del estímulo se nos imponga desestabilizando nuestro equilibrio homeostático, bien porque nosotros centremos en él la atención por el motivo que sea.

Y esto me lleva a la cuestión que quisiera plantear ahora, y es hasta qué punto puede haber ‘percepción’ sin haber concomitantemente ‘significado’. Si nos fijamos, en este proceso se pueden distinguir tres momentos: a) el estímulo que está ahí fuera y que determina nuestra sensación; b) la sensación; y c) la percepción. ¿Es una percepción aquella en que a la sensación no se le puede dotar de un significado? Este ‘dotar de significado’ lo digo en sentido amplio, pensando en que es algo que ocurre también en otros animales, cuando ven una presa por ejemplo; quizá más que hablar en términos de ‘significado’, habría que hablar en términos de significativo: el depredador identifica a la víctima porque es significativa para él en este sentido.

Pues bien, esta es una cuestión que analiza Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción de un modo brillante, a mi juicio. Él se distancia de dos posturas que quedan bien definidas en el marco del empirismo y del racionalismo. La tradición empirista fue recogida por la psicología asociacionista de comienzos del siglo XX, para la cual todo el proceso perceptivo podía ser explicado por los mecanismos neurales que le subyacían. Por el contrario, la tradición racionalista decía que lo percibido venía determinado por el sistema conceptual previo que poseía el individuo y que, de alguna manera, proyectaba sobre aquello que su sensibilidad recogía. Su postura fue una postura de compromiso entre ambas. Del racionalismo compartía que efectivamente nuestra experiencia pasada algo tenía que decir en nuestra percepción, pero no todo —y aquí estaba su crítica—: algo habría en la sensación que ‘despertara’ un determinado concepto en la mente a la luz del cual percibiera lo que correspondiera. En esto, pues, coincidía con el psicologismo de la época, pero se distanciaba de él en que éste no daba debida explicación a la formación de los conceptos y de las imágenes recortadas del entorno: si todo era información del mismo carácter, no podía explicarse que determinadas sensaciones adquirieran una relevancia (objeto de atención) frente a otras que se desestimaban (el fondo de la percepción).

Como digo, para él el proceso perceptivo era un equilibro entre ambas posturas, de modo que hay cierta circularidad entre la información bruta sentida, y el entramado de conceptos y de imágenes del individuo, de modo que en cada percepción no sería posible distinguir qué era antes, ya que ambos momentos (los datos sentidos del exterior y el mundo conceptual del individuo) se articulaban íntimamente. Dice Merleau-Ponty:

«La visión está ya habitada por un sentido que le da una función en el espectáculo del mundo, lo mismo que nuestra existencia. El quale puro solamente nos sería dado si el mundo fuese un espectáculo y el propio cuerpo  un mecanismo del que tomaría conocimiento una mente imparcial».

O sea, según Merleau-Ponty, efectivamente no es posible percibir, no es posible la percepción, si no aparece ese momento de significado (o de significatividad) que le otorga el individuo. Esto es algo que compartimos de alguna manera con el resto de especies: ¿qué es sino el medio que corresponde a cada una? La especie humana también tiene su medio, pero no se queda ahí, sino que su capacidad inteligente le permite desarrollar ese momento cognitivo mucho más allá, dando origen al mundo. Cada persona, en función de su horizonte de comprensión y ámbito de significados, adquiere su propio mundo (tal y como explicaba en otro post).

Resumiendo, podemos decir que, efectivamente, en toda percepción hay un momento cognitivo (cuyo origen sea bien una sensación externa, bien de una sensación interna o propiocepción). Pero este momento cognitivo puede llevarse a algo más, a una comprensión de aquello que estamos percibiendo y que modifica cómo nos encontramos a nosotros mismos, modifica nuestro tono vital en ese otro modo que distinguíamos de la propiocepción, entrando en el ámbito de lo afectivo (emocional y sentimental). No es lo mismo ‘tener frío’ que ‘sentirse helado’, y es una diferencia no de grado sino cualitativa. Intentaré aproximarme a ello en el siguiente post. No sé yo si se podría decir que no existe la sensación pura pues, en la medida en que necesariamente somos conscientes de ella es porque ya es significativa para nosotros, ya es percibida. Se trata, en definitiva, de un ‘sentir inteligente’.

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