13 de noviembre de 2018

El autismo como un problema de sensibilidad

Este post lo quiero dedicar a un tema que desconozco, pero que me ha parecido muy interesante, y que está muy relacionado con la sensibilidad, asunto de especial interés para un servidor. Ya distinguía en otro post que una cosa es la sensación y otra la percepción. Podríamos definir la percepción como el proceso según el cual dicha experiencia sensible adquiere un significado. No se trata sólo de recibir información, sino de configurarla adecuadamente de modo que nos sirva para nuestras vidas, una configuración que no sólo es cognitiva (dotar de sentido, de significado) —que también— sino que previamente es de carácter fisiológico. En este sentido, qué duda cabe de que un primer paso para poder percibir bien, consiste en una sensibilidad que funcione correctamente. A menudo es complejo hablar en términos de ‘normalidad’ en estos casos, pero bueno, creo que más o menos se pueden establecer ciertos márgenes holgados en el seno de los cuales se pueda hablar así.

El caso es que, con cierta frecuencia, no ocurre de esta manera, sino que los procesos perceptivos fisiológicos se salen de esa normalidad, generando ciertos problemas, como trastornos de aprendizaje, o incluso el autismo, tal y como nos explica O. Bogdashina (en un libro que descubrí gracias a una alumna: Percepción sensorial en el autismo y síndrome de Asperger; un libro interesante para los que tengan esta inquietud). Y esto me parece muy atractivo pues, conforme la investigación avanza, se van realizando averiguaciones en la línea de que ciertos trastornos tienen su origen no en procesos cognitivos, sino en problemas en su sensibilidad, en problemas fisiológicos.

Según parece, el autismo está relacionado de alguna manera con estos procesos defectuosos. Según testimonios de personas autistas, sus conductas rituales, extrañas para nosotros, responden a la necesidad de seguridad surgida al sentirse desubicados en un entorno que sus sentidos no acertaban a esclarecer. Estas formas de comportamiento obsesivas les ayudaban a situarse y a sentirse seguros. La línea de investigación que nos sugiere Bogdashina (entre otros) va en este sentido, en el de que sus sentidos fisiológicos no les proporcionan la información fiable del entorno que les rodea, ya que pueden estar dañados de alguna manera. Del mismo modo que nosotros confiamos plenamente en nuestros sentidos, ellos no pueden hacerlo; y, quizá, aquí esté la causa (o una de ellas) de su problema. Como digo, testimonios de personas autistas vienen a corroborar que una percepción anómala es uno de sus principales problemas.

Es importante notar que, la mayoría de autistas, no son conscientes de lo que les pasa hasta ya una avanzada edad. En un principio, cuando niños, no saben que su imagen del mundo es distinta, porque no tienen ningún parámetro con el que compararse. Con el tiempo comienzan a verse diferentes, pero no saben muy bien por qué. Sólo cuando poseen cierta edad (por lo general hacia el final de su adolescencia), empiezan a ‘darse cuenta’ de que sus percepciones son distintas a las de la mayoría de la gente. Si nos fijamos, no es fácil ser consciente de ello.

Cada uno nace con una forma de estar en el mundo, y percatarse de que su modo de hacerlo presenta alguna anomalía no debe ser un proceso fácil, pues supone un vuelco radical al modo en que uno está situado, creo yo.

Es sabido que las personas con autismo tienen problemas a la hora de reconocer personas y cosas; pero su problema no es primariamente éste, sino otras habilidades perceptivas más básicas, como puede ser dar significados a estímulos visuales o auditivos. Para poder comprender una palabra, antes tienes que poder procesar adecuadamente los sonidos. Pues bien, las personas autistas pueden tener problemas a este nivel: comprender una frase, realizar una acción, etc., supone la conjunción de muchas tareas más simples y sencillas, las cuales se han de coordinar debidamente, y a una velocidad adecuada que permita salvar el ritmo de entradas y salidas, de inputs y outputs; y las personas con autismo parecen no poseer estas habilidades que, en cualquier otra persona, se da por hecho. Ellos, por el contrario, suelen ejercer una percepción literal, es decir, perciben su entorno sin esas construcciones mentales mediante las cuales solemos percibir el mundo, sino que perciben todo ‘tal como es’: no configuran ni prefiguran, no distinguen entre primer plano y fondo, no filtran la información… sino que procesan toda la información que encuentran a su alrededor, vengan de donde vengan, lo cual a menudo les bloquea, o les irrita, generando conductas desafiantes o irascibles. Es por ello que tienden a procesar por partes, con retardo…

El reconocimiento de este hecho nos sitúa con respecto a ellos de un modo diferente, a saber: siendo conscientes de que el mundo de estas personas no es mundo equivocado, erróneo, sino un mundo diferente, del cual hay que hacerse cargo para poder tratarlos adecuadamente. No se trata de ‘llevarlos a nuestro terreno’ sino de hacernos nosotros con el suyo, que es totalmente distinto. Es decir, se trata de, partiendo de su situación, ayudarles a desarrollarse en la medida de sus posibilidades, según su configuración sensible del mundo. Porque entre ellos se entienden, comparten ese mundo que es tan ajeno a nosotros. Digamos que, desde el punto de vista autista, sus respuestas fisiológicas son adecuadas, aunque ciertamente diferentes y poco convencionales —digamos—, pero no por ello equivocadas. De lo que hay que ser conscientes es de que no podemos emplear con personas autistas métodos destinados a personas sin autismo.

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