2 de octubre de 2018

Ventana cognitiva de la percepción de la realidad: cierto o falso

Una idea cada vez más extendida es que el mundo real y el mundo percibido son dos mundos diferentes. Una cosa es el mundo —se dice— y otra nuestra imagen mental de él. Una cosa es la información que recibimos de aquello que conforma nuestro entorno por las ‘antenas’ receptivas de nuestro organismo, y otra cosa es aquello que es ‘construido’ o ‘elaborado’ en nuestro cerebro y que, a la postre, es con lo que nos manejamos en la vida. Efectivamente, podemos pensar qué estamos aprehendiendo cuando observamos un paisaje, cuando olemos pan recién hecho, cuando escuchamos una melodía… ¿Existe todo eso alrededor nuestro? ¿Y si no fuera así? ¿Y si el cielo no fuera azul, o el pan recién hecho no desprendiera ningún olor… y todo ello no fueran sino ‘imaginaciones’ nuestras? A mi modo de ver, en todo ello no deja de haber cierta verdad; la cuestión estriba —según lo entiendo— en si es verdad del todo o no; y, si no es cierto del todo, en qué sentido podemos afirmar que lo es. ¿Son los sentidos fisiológicos nuestra puerta de acceso al mundo, o no? Y si es así, ¿a qué mundo?

Como es sabido, la información que llega a nuestro cerebro no es la realidad tal cual, sino que es una imagen de la misma, más o menos fiel. A través de las vías nerviosas llegan al cerebro impulsos de información, la cual no siempre es fiable, tal y como ya intuía Descartes. Una vez allí, el cerebro se encarga de transformar dichos impulsos en imágenes, en sonidos, en olores… en las zonas corticales correspondientes, hasta que somos capaces de configurar todo ello en un todo unitario, en las zonas de transición del neocórtex al hipocampo, así como en éste mismo. Todo ello da lugar al proceso denominado percepción.

La percepción es un proceso ciertamente complejo, que incluye en su seno múltiples acciones fisiológicas y mentales de diversa índole, hasta en los casos más ‘simples’ (como pueda ser estar viendo una botella, o escuchando una canción). Es un proceso activo, en el que ‘ya’ desde el primero momento se produce una participación activa por nuestra parte ‘seleccionando’ aquella información que va a ser relevante para nosotros, y desechando el resto de la información disponible en una determinada situación, o cuanto menos relegándola a un segundo plano, a un fondo perceptivo. Este fenómeno ya es un simple dato de supervivencia —podríamos decir— ya que seríamos incapaces de procesar toda la información que se encuentra a nuestro alrededor; lo que solemos hacer es desechar o relegar toda esa información ‘sobrante’ a un segundo plano, para procesar aquello que, de alguna manera, consideramos importante para nosotros (igual que hace cualquier ser vivo) en esa situación concreta. Lo cual hace surgir una pregunta interesante: ¿cómo sabemos lo que es relevante para nosotros en una determinada situación? Si esto se piensa no tanto desde un enfoque más cultural o racional, sino más biológico o animal, la cuestión es de verdadero interés.

Evidentemente, este proceso no es arbitrario, sino que depende y mucho de nuestras experiencias pasadas, las cuales determinan fuertemente aquello que vamos a percibir (e incluso lo que vamos a recordar y cómo vamos a hacerlo). Nuestra percepción del exterior posee la limitación propia de nuestros sentidos fisiológicos, los cuales nos abren determinadas ventanas de aprehensión fuera de las cuales no podemos adquirir ninguna noticia. Por ejemplo, podemos ver dentro de una fracción limitada del espectro lumínico, pero no tenemos receptores para, por ejemplo, los rayos X, y consecuentemente no podemos ser conscientes de cuando están incidiendo sobre nosotros, con el consecuente daño a nuestro organismo. Pero esa percepción del exterior no sólo posee la limitación de nuestros sentidos, sino que también está limitada por nuestras experiencias previas, de las cuales hemos aprendido aquello que nos es útil o no, aquello que es preferible percibir y aquello que no. Si un antílope que está viviendo en el río se queda mirando el árbol que hay detrás del león que tiene enfrente, y no se fija en el león, creo que tiene sus días contados; el antílope ‘sabe’ que tiene que atender al león, y dejar el árbol para más tarde.

Efectivamente, nuestras experiencias limitan también la percepción de la realidad. Esto podría parecer como un falseamiento, pero creo que no es del todo así ya que, por un lado, nos permite focalizar nuestra atención en lo que consideremos relevante y, por el otro, nos permite ahorrar mucha energía mecanizando conductas, creando así un ámbito en el que nos sintamos confiados y seguros. Es éste un ámbito que se va creando poco a poco, mediante un diálogo entre nosotros mismos y la realidad que nos rodea; gracias a nuestras experiencias, vamos creando un ámbito en el que nuestra memoria y nuestra capacidad de previsión, imaginación, etc., se conjugan con lo que percibimos de nuestro entorno, de manera que vamos generando una imagen del mundo (la nuestra) la cual nos sirve para desplegarnos en la vida existencialmente. Si tenemos esa imagen es porque es la que nos sirve; si no, tendríamos otra.

Siempre hay algo ‘nuestro’ en la percepción, tanto a nivel fisiológico como cognitivo. Nuestra sensibilidad fisiológica no funciona en todos por igual, si bien nuestras facultades (en principio) son las mismas para todos. Todos tenemos un sistema ocular igual, pero no todos vemos lo mismo en una determinada situación. Y este filtro se produce tanto a nivel fisiológico —como digo— como también a nivel cognitivo en cuanto ‘elaboración de la información recibida’.

Pero el hecho de que cada uno tenga su imagen del mundo, no implica que sea una imagen ausente de realidad, o una imagen meramente arbitraria. Hay un primer motivo evidente, como es que, si fuera ése el caso, el individuo en cuestión no sería viable como ser vivo. Si su imagen del mundo no tuviera un correlato con la realidad de las cosas, sencillamente no podría mantenerse en la vida: si un ciervo no fuera capaz de percibir la presencia del guepardo, pues poca vida le quedará; si un águila no identificara bien las perspectivas y los obstáculos, pues difícilmente podría cazar a la liebre, o se estamparía con cierta facilidad con cualquier árbol. Y también hay un segundo motivo como es que, a pesar de que cada uno de nosotros posee su imagen del mundo, estas imágenes no son ‘tan’ subjetivas como para impedir la comunicación con los demás, todo lo contrario: es precisamente ese correlato con lo real lo que nos permite comunicarnos, entendernos, manejar las cosas de modo coherente entre todos, más allá de mi elaboración personal.

Pero esto no siempre ocurre así. Se dan casos en los que nuestras percepciones no siempre son un correlato de la realidad. En estos casos, se suele hablar de dos fenómenos: las ilusiones, en cuanto a que se dan errores en alguno de los momentos de todos estos procesos; y las alucinaciones, las cuales tienen que ver más con elaboraciones alejadas de la realidad. Si nos fijamos, adjudicar los significados adecuados a los estímulos sensibles es complicado; un proceso complejo que no es sino el que cada uno de nosotros ha tenido que hacer en los primeros meses y años de vida, sencillamente para aprender a desenvolvernos en nuestro entorno. Las personas que poseen su sensibilidad en buenas condiciones, todos sus sentidos les ayudan a generar esa configuración global de su entorno, la cual les permite desenvolverse existencialmente. Y, lo interesante, es que cada sentido nos ofrece no sólo una parcela concreta de la realidad (aquella que puede percibir) sino también un modo diferente de estar situado en ella, y que influye y mucho en nuestras vidas.

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