29 de septiembre de 2018

Little Manhattan

Ayer vimos una bonita película, un cuentecito: “Little Manhattan”, en la que un niño, hijo de un matrimonio a punto de divorciarse, se enamora por primera vez de una ‘vieja’ amiga de la guardería, a la que no veía desde entonces. En la película se narra en off los pensamientos del niño, sus conversaciones internas, intentando adivinar qué es lo que pensaba su amada Rosemary sobre él.

El niño, un tanto desorientado en estas cosas del amor, pidió consejo a su padre el cual, viendo su historia presente, no se veía con mucho ánimo de aconsejarle. Tan sólo compartió con él que, en su caso, habían tenido mucho peso las cosas no dichas. Lo no dicho no se olvida, se enquista. Su hijo le preguntó por qué no le decía esas cosas a su madre, a lo que el padre contestó con un ‘no lo sé’. Y su hijo le preguntó también: “y esto, ¿qué tiene que ver conmigo?”, a lo que el padre contestó con otro ‘no lo sé’. Pero el caso es que sí tenía que ver. Y ahí la película dio un giro, que no paso a contar.

Pensando sobre el tema, nos dimos cuenta de que las cosas no dichas se enquistan, sí; pero las dichas pero no atendidas, también. ¡Cuántas cosas dichas caen también en el olvido, porque el otro no las atiende! El otro las oye, está presente… pero en el fondo no lo está.


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