14 de agosto de 2018

Ética de la vida pública y/o de la vida privada

Desde un punto de vista ético, hoy en día se da en nuestras sociedades una situación paradójica, a saber: por un lado, ante los abusos que cotidianamente vemos que se producen a nuestro alrededor (corrupción, violencia, segregación…), hay una respuesta unánime de condena y rechazo; por el otro, cuando se habla en términos de una ética que pueda ser socialmente aceptada incluso a nivel individual, y desde la cual aquella condena y aquel rechazo puedan ser legitimados, tampoco suele tener muy buena recepción, todo lo contrario. Efectivamente, hablar hoy en día de ética puede provocar distintas reacciones (simplificándolo mucho): una mirada displicente e irónica, una sonrisa cínica, unos ‘oídos sordos’ sin mayor contemplación… pero también una preocupación honesta y profunda, preocupación dirigida hacia el análisis de esa separación establecida entre la ética de la vida pública (en la que mayormente se suele coincidir, cuanto menos en algunas cuestiones especialmente destacables) y la ética de la vida privada (en la que suele prevalecer una dimensión meramente subjetiva, personal). ¿Es viable intentar fundamentar una moral, que sea capaz de aunar esas dos dimensiones, la pública y la privada, la institucional y la ciudadana? ¿Puede darse una vida pública ética, sin su correlato en las biografías personales de los individuos?

Como nos dice la profesora Adela Cortina en su Ética sin moral, echando un vistazo a nuestro alrededor y al panorama filosófico de nuestro momento, se puede observar con facilidad que «no soplan vientos favorables para quienes pretendan embarcarse en la tarea de fundamentar lo moral». Pero quizá sea la existencia de estos vientos desfavorables la que solicite de modo ineludible el emprendimiento de dicha tarea, como hace ella misma. El análisis que realiza Cortina de la situación actual me ha parecido muy sugerente e instructivo. Esta autora tiene el don de una pluma fácil, la cual la hace comprensible sin gran dificultad, sin por ello dejar de transmitir contenidos más que interesantes y de calado.

Efectivamente, hablar hoy en día de ‘fundamentar la moral’ o, mejor todavía, de ‘fundamentar…’ algo, lo que sea, de entrada, genera animadversión. Esta pretensión es enseguida utilizada por distintos adalides para calificar de dogmáticos, retrógrados, u otras denominaciones que omito aquí transcribir, a aquellos que la buscan. Quizá subyazca a esa actitud una mala comprensión de lo que sea una fundamentación. Pero bueno, no quisiera entrar en esta cuestión, sino limitarme a dibujar someramente el mapa de las corrientes filosóficas actuales, para leerlas a la luz de la posibilidad de dicha fundamentación moral, siguiendo la obra citada. Hoy en día coexisten distintos enfoques filosóficos con una clara repercusión en la dimensión moral: cientificismo, racionalismo crítico, pragmatismo, posmodernidad, pre-modernidad…

Quizá ese abismo abierto entre las dimensiones pública y privada sea consecuencia principal de esa corriente conocida como cientificista la cual, no sólo niega cualquier fundamentación de lo moral, sino que niega cualquier otro tipo de conocimiento (válido) que no siga la metodología científica. En el origen de esta corriente se encuentra la separación clara entre ‘hechos’ y ‘valores’; es decir: entre lo que ocurre o lo que es, y lo que debe ser. Como es sabido, esta distinción en el mundo clásico carecía de sentido debido a las cosmovisiones predominantes; cosmovisiones que fueron desestimadas por el mundo moderno, sustituyéndolas por las suyas propias.

Mientras las valoraciones siempre implican una dosis de subjetividad —se dice— los hechos son totalmente objetivos (como si esto fuera posible). Éste es el motivo de que esta corriente reserve a la metodología científica cualquier posibilidad de conocimiento racional y objetivo, frente a la irracionalidad y subjetividad del mundo moral (entre otros).

Este proceso no es casual, ni mucho menos. En un mundo (el actual) en el que las cosmovisiones fuertes (al estilo clásico) ya no tienen cabida, no es viable una visión del mundo ‘con contenido’, con lo cual se llega a una situación de pluralismo axiológico que hoy está presente de modo evidente, lo cual en sí mismo no es algo negativo; lo negativo es —a mi modo de ver— deslizarse por esa suave pendiente que te lleva del pluralismo tolerante, comprometido y respetuoso a ese ‘todo da igual’, y de éste al ‘nada importa’ salvo lo que me importa a mí. Que quizá sea una imagen más real de la situación actual.

Y ya nada importa valorativamente hablando porque, del mismo modo que ‘lo científico’ se considera racional, ‘lo moral’ se considera irracional y, por tanto, no es lugar apropiado para un saber legítimo. Este tránsito está propiciado o posibilitado por un cambio sustancial en la consideración de la razón la cual, gracias al crecimiento indiscutible de la ciencia en los últimos siglos, y a su omnipresencia tecnológica en todos los ámbitos de la vida humana, se ha ido convirtiendo paulatinamente en una razón de medios, en una razón instrumental —que diría Weber—, en detrimento de otro tipo de razón, o mejor, de otro uso de la razón: del uso práctico, o del uso axiológico.

Ante esta situación cabe preguntarse si, efectivamente, lo moral es tan subjetivo como se pretende desde esta postura, si lo moral es tan irracional como se nos quiere hacer ver, dependiente en gran medida de las pasiones humanas del momento. Y cabe preguntárselo porque, incluso en el mismo seno del ámbito cientificista, hay situaciones o actuaciones que son totalmente inadmisibles desde el punto de vista moral (como no podía ser de otra manera, entiendo yo). Efectivamente, más allá de la subjetividad de los individuos, hay acciones cuya valoración moral es compartida universalmente, como pudieran ser el uso del terror para el dominio, el daño del ecosistema, el abuso infantil (¡y adulto!) de cualquier tipo… Sin entrar en la discusión casuística de estos ejemplos, creo que es cierto que hay cuestiones en las que no cabe una discusión sobre si nos parecen más razonables o no, más éticas o no: son condenables sin discusión. ¿Cómo puede ser esto, si lo moral es de entrada… algo irracional?

«En tanto la ética no agregue nada a nuestro conocimiento en ningún sentido —como quiere Wittgenstein—, en tanto sea a lo sumo ‘una tendencia sumamente respetable del espíritu humano’, de la que cabe hablar en primera persona, pero ayuna de racionalidad, quedará legitimada la tajante separación que en las democracias liberales se produce entre una vida pública, que queda en manos de los expertos en la racionalidad teleológica, y una vida privada, sujeta a las decisiones privadas de conciencia. Imposible criticar la vida pública desde lo moral; imposible criticar desde el conocimiento racional el ámbito de las decisiones, irracional y subjetivo».

A juicio de la autora, mientras expresiones como ‘esto es justo’ o ‘esto es bueno’ (y sus opuestas) no puedan ser sustituidas por ‘esto me parece bien’ o ‘esto me agrada a mí’, «mientras unas formas de vida sigan pareciéndonos más humanas que otras, seguirá habiendo una dimensión del hombre, de su conciencia, de su lenguaje, que merecerá por su especificidad el nombre de ‘moral’». Una moral, por otra parte, que será necesaria para legitimar a un derecho y una política que, sin ella, quedarían abandonadas en manos de unos tecnócratas que serán los que nos digan —en definitiva— lo que es bueno y es malo, y que nosotros acataremos porque… es lo políticamente correcto.

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