20 de enero de 2016

Y… ¿cuál es tu ‘tipo ideal’?

Ya hablé en otro post de lo que era un tipo ideal según Weber (y de lo que no era), así que para no hacerme pesado no me voy a repetir. Hablaba allí de cómo íbamos adquiriendo antes de que ni siquiera nos diéramos cuenta una cosmovisión del mundo y de la realidad, cómo nos íbamos forjando una opinión de nuestra sociedad y de los distintos grupos culturales próximos, debido en gran parte a las ideas que ya ‘flotaban’ en nuestro entorno cercano. Estas ideas muy bien podrían ser llamadas creencias (e incluso prejuicios), y de alguna manera es inevitable que las poseamos. A mi juicio todos las tenemos, consciente o inconscientemente.

Estas creencias sesgan indefectiblemente nuestra visión o nuestra relación con los demás y con la sociedad. Ante cualquier suceso o encuentro, partimos ya de un presupuesto de base. Ejemplos se podrían poner todos los que queramos. No se relaciona igual con la sociedad una persona cercana siempre a ambientes militares que otra cercana a círculos pacifistas (sin entrar a valorar las bondades de uno y de otro); tampoco quien se ha movido en entornos sociales más tradicionales que quien se ha movido en entornos sociales más alternativos; tampoco quien ha crecido en entornos religiosos que quien ha crecido en entornos beligerantes contra cualquier tipo de expresión religiosa; tampoco quien ha vivido en un entorno intelectual o artístico que quien ha vivido en un entorno laboral exigente; tampoco quien ha vivido en un entorno laboral autónomo que quien ha vivido en un entorno laboral público; etc. Los ejemplos son infinitos.

Sin entrar a valorar cada caso en concreto, supongo que esto no es ni bueno ni malo: sencillamente es así, y ya está. Donde yo creo que podría estar el problema es en el hecho de no ser consciente de esta situación, en no ser conscientes de que cada uno de nosotros (ya no a nivel social, sino incluso a nivel individual) tenemos nuestro particular ‘tipo ideal’, de lo que sea. Ya decía Xavier Zubiri que para él pensar «es justamente el pensar las posibilidades con que algo puede y debe de ser entendido, tanto en sí mismo como en función de la situación en que uno esté inserto en la vida. Desde este punto de vista el pensar no es unívoco». Consecuentemente, gran peso de nuestras diferencias y de nuestros malentendidos se suelen producir, no tanto por la dificultad propia del asunto de que se trate, sino porque estamos situados en diferentes perspectivas o en distintos cuadros de coordenadas, lo que nos dificulta sobremanera cualquier posibilidad de encuentro y entendimiento. Y esto no sólo porque opinemos cosas distintas ante un mismo tema (lo cual es muy legítimo), sino también porque a causa de este desencuentro damos el salto rápidamente a lo afectivo, y aflora un estado emocional elevado que complica bastante las cosas: al final no importa acceder a la verdad o a lo mejor, sino salirme yo con la mía.

Tenemos nuestras propias pautas de pensar, nuestro esquema de pensamiento personal según el cual y de forma cuasi-inmediata valoramos cualquier hecho social, ya se trate del ejército, de los antisistema, de la Iglesia, de la política, del fútbol, del mercado, de los anarquistas, de los inmigrantes,… Cada uno de nosotros se ha hecho una elaboración conceptual propia de cualquier cosa que podamos pensar, contando para ello con unos criterios específicos establecidos por su propia historia personal y su contextualización (amplia y específica) social, criterios que guían no sólo su comprensión de las cosas sino también sus pautas de actuación. Y lo tenemos tan grabado en nuestro interior que nos cuesta ser conscientes de ello, tanto que ni siquiera caemos en la cuenta de que lo que opinamos no es sobre el hecho más o menos objetivamente, sino que es nuestro tipo ideal sobre ese determinado hecho.

Creo que es interesante e importante que pensemos críticamente en nosotros mismos, en nuestras opiniones y en nuestras costumbres, en saber por qué pensamos lo que pensamos y en por qué hacemos lo que hacemos y nos comportamos como nos comportamos.

Mientras no seamos capaces de hacerlo, seguiremos viviendo en un sesgo (el nuestro) de la realidad de las cosas, y no dejaremos hueco para otros planteamientos de vida que no ‘quepan’ en nuestra visión sesgada y menguada: seguiremos viviendo en un mundo reducido, en el que nos parapetamos defendiéndonos a ultranza de todos y de todo, porque cualquier opinión diferente a la nuestra la seguiremos viviendo como una amenaza a nuestra estabilidad personal, a nuestros esquemas de vida confortables y seguros; en definitiva, una amenaza a nuestra forma de vivir pequeña y mezquina. Supongo que la vida le lleva a uno a darse cuenta de que ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, sino que en el fondo estamos todos ahí en una escala de grises, lejos del blanco o del negro.

El mismo Weber se hace eco de esto que comentamos cuando habla del carácter tanto hacia afuera como hacia adentro, de modo que «las acciones reales discurren en la gran mayoría de los casos sin que se tenga conciencia de su ‘significado pensado’ o en una vaga semi-inconsciencia del mismo. El agente ‘siente’ ese significado de una manera más imprecisa que si lo supiera o lo ‘tuviera claro’; en la mayoría de los casos actúa por impulsos o por costumbre. El significado de la acción sólo en algunas ocasiones se hace consciente como un significado racional o como un significado irracional». Y continúa: «en realidad, una acción con un significado claro y plenamente consciente es siempre un caso límite». 

No es que no tengamos que tener una opinión de las cosas (¡cómo no la vamos a tener!); de lo que se trata a mi modo de ver es de esforzarnos por poseer una mínima capacidad crítica sobre todo hacia nosotros mismos, desde donde podremos establecer una vía de diálogo abierta y productiva con el otro. Un ejercicio sano bien pudiera ser intentar vernos desde fuera, ver como si estuviéramos grabando con una cámara nuestro modo de comportarnos en nuestras conversaciones, o incluso en las discusiones que podamos mantener. ¿Cómo lo hacemos? No es una pregunta sencilla de responder. Es curioso cómo cuando uno alcanza esa distancia consigo mismo, cuando uno es capaz de verse como desde fuera, surge simultáneamente otro modo de ver a los demás. Cuando somos capaces de percibirnos desde esa alteridad, nos posibilitamos para entablar un diálogo enriquecedor; los demás dejan de verse como una amenaza, y comenzamos a verlos como alguien distinto a mí pero que poseen su propia historia personal y sus propias convicciones. No necesito imponer mi visión, no se trata de ‘o mi visión o la tuya’, sino de posibilitar un diálogo constructivo, una nueva relación basada en lazos de confianza y de respeto, porque lo importante no es ‘tener razón’ sino ‘vamos a construir algo juntos’.

Es más fácil destruir que construir; es más fácil descalificar que argumentar; es más fácil provocar el enfado que la serenidad; es más fácil rechazar que buscar el encuentro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario