16 de mayo de 2017

La hermenéutica según Schleiermacher

No es éste uno de los posts más entretenidos de esta serie. Quizá sea uno de los más técnicos. Si leer a Gadamer no es especialmente fácil (supongo que como a tantos grandes autores), en este caso su lectura se complica por el asunto que trata. Un asunto que, por otro lado, tiene su interés porque acaba de presentarnos uno de los primeros planteamientos hermenéuticos serios, como fue el de Friedrich Schleiermacher (complementando lo que vimos en el post anterior). Si Schleiermacher pensaba dar un paso más a partir de Spinoza, efectivamente lo dio, sin duda, aunque con ello no acabara de resolver el problema hermenéutico, muy a su pesar. Vimos cómo Schleiermacher fundamentaba su proyecto hermenéutico, no en esa especie de capacidad comprensiva tácita que posee todo ser humano en tanto que ser humano (al modo de Spinoza), sino en la posibilidad de poder recrear de alguna manera el sentido según el cual un determinado texto fue escrito por su autor. Lejos de considerar al texto un objeto que está ahí y al cual nos podemos acercar, entendía que era preciso ir un poco más allá, acudiendo a su proceso genético, es decir, a cómo dicho texto surgió desde el interior de su autor. Para ello era preciso hacerse con el autor, intentar salir del propio contexto para hacerse con el suyo, con su modo de pensar, con su cosmovisión, con su imagen del ser humano… para así, de esta manera, realizar una auténtica re-construcción de lo que el autor quiso efectivamente decir.

La cuestión que surge de modo inmediato es: pero, ¿acaso es esto posible?, ¿cómo podemos meternos en la cabeza de otra persona?, ¿cómo podemos comprender una situación histórica pasada, o la psicología que acompañó a un individuo al redactar un texto?, ¿cómo podemos salir de nosotros mismos y asumir la sensibilidad de otra persona? Para Schleiermacher esto no dejaba de tener cierto carácter de misterio, pero no tanto como dificultad insalvable como por oportunidad de apelar a otro orden de cosas más allá de lo lingüístico o racional, como es el orden del sentimiento o de la intuición, ya que ellos nos permitirían esa comprensión «inmediata, simpatética y congenial: la hermenéutica es justamente arte y no un procedimiento mecánico».

Según nos dice Gadamer, en su opinión Kant y Fichte (en el seno del racionalismo) se situaban en un orden de cosas diverso, aunque con un mismo objetivo: de lo que se trataba era de llegar a una comprensión que respondiera a la verdadera intención del autor, solo que en este caso dicho objetivo quedaba enmarcado en un contexto más conceptual, más racional, más cognitivo. Se debía partir de los conceptos que él empleó para, desde la mejor situación del intérprete, más avanzada en conocimientos de todo tipo, más madura por estar situada después en esa gran línea evolutiva de la humanidad regida por el progreso, poder interpretarlos mejor que el propio autor, gracias a todo ese conocimiento de más del cual el autor evidentemente no había podido disponer. De este modo, cuanto mejor situado esté el intérprete mayor posibilidad de éxito tendrá, en el sentido de que podrá interpretar un texto a la luz de un conocimiento adquirido que permanecía inalcanzable el autor, y por tanto con más posibilidades de extraer su ‘verdadero’ mensaje’. De hecho, el intérprete (bien preparado) siempre debería estar mejor situado que el propio autor.

Es de esta postura más científica de la que se separa Schleiermacher (junto con el romanticismo en general), para quien lo importante no es tanto el contenido cognitivo como su expresión misma. Independientemente de las normas de la expresión, lo relevante es el proceso de creación libre (en el marco de esas normas). El medio de expresión (el lenguaje, las técnicas artísticas) no son sino el medio en el que se produce esa libre creación, convirtiéndose las creaciones en ‘fenómenos puros de la expresión’. De hecho, una idea similar se tiene de la historia, un drama que va aconteciendo: «el verdadero sentido histórico —dice Schleiermacher— se eleva por encima de la historia. Todos los fenómenos están ahí tan sólo como milagros sagrados, que orientan la consideración hacia el espíritu que los ha producido en su juego» (idea que no puede dejar de recordarnos a Hegel).

Pero el problema sigue sin estar resuelto: ¿cómo hacer para reconstruir lo que ha hecho otra persona?, ¿cómo realizar esa re-construcción, aunque sea desde esa co-genialidad artística? Es más: ¿hasta qué punto una reconstrucción podrá equipararse a la construcción original? Como hemos comentado, para ello tendría que abarcar el mundo del autor, su forma de pensar, todos los detalles posibles, incluso quizá más detalles de los que era consciente el mismo autor. Para Schleiermacher, comprender es reconstruir la producción original, y ello pasa por comprender a un autor mejor de lo que él mismo se habría comprendido. Y a su vez todo ello pasa por hacerse uno mismo genio, como el productor original.

Consecuentemente, no se trata tanto de comprender el texto, sino de alcanzar lo que tuvo el autor en mente cuando originó dicho texto, seguramente que en gran medida de modo inconsciente. El autor utilizó sus recursos sintácticos y estilísticos (reglas gramaticales, frases perifrásticas, etc.) seguramente de modo inconsciente, tal y como nosotros usamos nuestro lenguaje en gran medida. Las elecciones de los términos que utilizaba probablemente ni se le pasaron por la cabeza; o probablemente no, sino seguramente, ya que en el caso de que lo hubiera hecho, en el caso de que hubiera reflexionado sobre su propia creación, habría abandonado el rol de genio para adoptar el de lector, lector de su propia obra.

Schleiermacher pretendía así llegar al meollo de la tarea hermenéutica. Ahora bien: ya sea de modo más racional, ya sea de modo más intuitivo como el suyo, sigue en pie la cuestión: ¿es suficiente esta metodología para resolver en toda su profundidad el problema hermenéutico? ¿Qué quiere decir esto de ‘comprender al autor mejor de lo que se comprendió él mismo? ¿No puede ser que esta regla metódica dé pábulo a las fantasías más arbitrarias y con poca raigambre hermenéutica? ¿Puede el intérprete superar al maestro? Quizá el punto fuerte de Schleiermacher fuera no tanto su idea de la comprensión (llamada a ser superada) sino su superación del punto de vista tradicional, más acrítico y dogmático, tan presente hasta la época. Sin embargo, él abrió la vía para este nuevo modo de enfocar la hermenéutica, cuyo correlato directo fue la recepción de la tradición, hecho que Gadamer articula alrededor de lo que denomina la conciencia histórica. Desde este nuevo modo de situarse ante la historia, su interpretación se comenzó a convertir en una tarea más crítica o científica (en el mejor de los sentidos) liberando de todo interés dogmático su interpretación y la lectura de los acontecimientos (tanto en la historia, como en los textos clásicos y en la misma Biblia). De hecho, ésta era el verdadero foco de interés para él, pero la problematicidad de su pensamiento le supuso una barrera para avanzar en dicha concepción histórica del mundo, testigo que pronto fue recogido.

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