10 de mayo de 2017

La belleza de una sucesión matemática (y iii)

Hemos visto esa analogía que se da en el modo de desarrollarse la realidad, tanto matemática en la sucesión de Fibonacci como inanimada y orgánica en la naturaleza, lo cual nos ofrece una vía interesantísima para poder articular la aprehensión de la belleza. Efectivamente, el número φ nos permite enlazar con la belleza que podemos aprehender en la naturaleza y en el objeto artístico.

Qué duda cabe que a lo largo de la historia la naturaleza es algo que ha producido una experiencia estética a innumerables personas, por no decir a todas. ¿Quién no se ha sentido subyugado alguna vez por un amanecer, por una tormenta, por un valle nevado, incluso por una sencilla hoguera…? La cuestión es por qué nos sentimos subyugados por dichos fenómenos. ¿Qué es lo que despierta en nosotros dicha atracción?, ¿por qué nos sobrecoge? Yo creo que la repuesta a tal pregunta habría que ir a buscarla en dos direcciones: por un lado en las imágenes que presenciamos; y por el otro —que creo que es el más importante, estéticamente hablando— en los procesos mediante los cuales se generan dichas imágenes o mejor dicho, los efectos en nosotros de la aprehensión de esos procesos. Me explico.

La belleza de la naturaleza no es únicamente plástica, sino también y sobre todo procesual, funcional. La naturaleza no es algo estático, sino que está en continuo devenir. Todo, hasta lo que podamos considerar como más inamovible, hasta la montaña más sólida y grande, se encuentra en proceso de cambio, en proceso de fluctuación. En la naturaleza vemos cómo distintas estructuras se están generando continuamente, estructuras armónicas cuya finalidad primaria no era la de ser bellas, sino la de ser funcionales; esto es, la de mantenerse en la existencia, la de sencillamente poder llegar a existir y mantenerse en su existir. En este sentido, la belleza que pudieran albergar todas estas estructuras (ya digo, animadas o inanimadas) es algo secundario. Y aquí está también su gran misterio: si todas estas estructuras responden a una necesidad de existencia, cómo es que el modo en que han logrado dicho objetivo de subsistencia es un modo bello. Una humilde concha, o una imponente galaxia, o una sencilla flor, o la rítmica disposición de las hojas en un tallo, etc., no responden primariamente a un motivo bello sino a uno estrictamente funcional; y lo misterioso es que el modo de resolver esa funcionalidad no es sino un modo bello.

Ante cualquier fenómeno de la naturaleza, bien podemos quedarnos en esa primera impresión que nos ofrece, bien podemos hacer otra cosa. ¿Qué? Pues podemos intentar ir más allá atendiendo a todo aquello que lo subyace y que está a la base de su génesis, por decirlo así. Más allá de lo que en primera instancia nos ofrece (el paisaje, la flor, el insecto), podemos trascenderlo para atender a su proceso formativo, al modo en que se dicha estructura ha venido a la existencia, al modo en canaliza todo su ser. Si somos capaces de adoptar esta actitud, inevitablemente nos lleva a apreciar otro tipo de belleza más penetrante y más honda de la Naturaleza, un tipo de belleza que subyace a aquella que se ve a primera vista, y que se manifiesta en ella. No se trata de desentenderse de la imagen inicial sino de, conservándola de algún modo, ir más allá de ella para atender a ese fenómeno desde esa doble dimensión: la imagen que se nos ofrece y que se nos manifiesta, y el proceso mediante el cual se ha dado la génesis de ese fenómeno cuyo resultado es el que se nos manifiesta.

La belleza que se nos manifiesta en la Naturaleza no es un fin en sí mismo, sino que es el resultado de los procesos mediante los cuales la materia y los seres animados resolvieron sencillamente el problema de existir.

Podemos afirmar que la belleza no brota tanto de la figura sino del proceso generante, o de la aprehensión de dicho proceso generante; la belleza es el resultado de esa fuerza genética que desde el fondo de su ser provoca que la realidad se manifieste en esas estructuras, en las que con unos recursos limitados es capaz de alcanzar la máxima eficiencia. Es por esto que la auténtica belleza no reside en la imagen, en la figura, sino en la tensión que dicha imagen y figura nos provoca hacia lo profundo, hacia esos procesos que las constituyen. La figura bella, antes que ser bella es manifestación de su proceso genético. Y ello es lo que nos provoca la auténtica fruición estética: no tanto la aprehensión de una imagen estática como el de un proceso que la trasciende y que la conforma. La aprehensión de dicho fenómeno nos provoca un sentimiento interior y profundo de fruición, mucho más profundo que los sentimientos al uso, de otro nivel, resultado de la aprehensión dinámica de dicho fenómeno, porque el sentimiento generado no deja de ser también dinámico. La belleza no está tanto en el objeto bello en sí como en el efecto que provoca en nosotros su aprehensión.

Y a ello es a lo que tiende cualquier artista con su obra de arte. A generar en nosotros esa tensión que, trascendiendo el mismo objeto artístico, nos catapulte más allá de él, y de algún modo nos permita trascenderlo hacia los ámbitos más profundos de la realidad. Una obra de arte no es un fin en sí misma, sino que los medios expresivos de los que dispone están al servicio de esa realidad más valiosa que pretende transmitir. Si la obra de arte pretende quedarse en sí misma, se desvirtúa y cae en una especie de virtuosismo egocéntrico que finalmente provocará el desdén del espectador. La obra de arte es palabra que revela, dintel que invita a ser traspasado y que nos permite adentrarnos en un ámbito ignoto, ámbito que permanece velado para aquel que se queda en el mero deleite superficial de los sentidos.

En fin, a mi modo de ver, esa afinidad entre la realidad y la vida, y nuestra aprehensión, nos produce una honda fruición estética, en tanto que nos permite profundizar en los estratos de lo real yendo más allá de aquello que se nos manifiesta primariamente; afinidad que es la que de alguna manera propicia también el objeto artístico. Quizá haya algo de todo ello en la sucesión de Fibonacci.

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