12 de abril de 2017

Entre la satisfacción y la fruición

Imaginémonos un mismo acto realizado por un animal y por un ser humano. No sé, por ejemplo, levantarse e ir a beber. Visto desde fuera, y salvando todas las diferencias que pueda haber entre nuestros movimientos y los del animal (pongamos por caso un animal doméstico), en principio ocurre algo similar: nos levantamos de donde estuviéramos, caminamos hacia donde tenemos el agua, bebemos (cada uno a su modo) y luego volvemos a sentarnos. Además del desplazamiento que hemos hecho para buscar el agua, debemos tomar nota que tanto en nuestro caso como en el del animal ambos ‘sabíamos’ lo que teníamos que hacer, hasta incluso sabíamos (recordábamos) dónde estaba el agua. Esto pone de manifiesto que los animales también poseen cierta actividad cognitiva. Ya lo vimos. La cuestión importante aparece, a mi modo de ver, cuando analizamos ese acto ya no desde fuera sino desde dentro, es decir, desde la vivencia que cada uno de nosotros y el animal pudiéramos tener de lo que acabamos de hacer. ¿Son las cosas tan identificables en este caso?

Lo que pretendo a partir de aquí es acercarme a lo que sea este proceso interno de ‘toma de decisiones’, y que propicia en definitiva que los animales actúen de una determinada manera y no de otra. En un segundo momento, intentaré extrapolar ese proceso al caso humano. Creo que aquí está el meollo de cómo articular ese otro uso amplio de la razón más allá de su dimensión cognitiva, recuperando su dimensión sentiente, estética…, dimensión que tiene mucho peso en nuestro día a día, tanto como para poder afirmar con la neurociencia actual que lo emocional posee un rol más que relevante en nuestros procesos fisiológicos de toma de decisiones; tanto como para afirmar que, cuando se ha tomado una decisión, normalmente el discernimiento racional ya ha llegado tarde, y a lo sumo lo que hace es buscar razones para justificar la decisión previamente adoptada… no se sabe muy bien cómo, aunque con gran papel de lo emocional, como digo.

En definitiva, la cuestión es tratar de saber cómo toma la decisión un animal, por qué hace lo que hace en un momento determinado. Pienso que en su modo de actuar posee especial relevancia la recuperación del equilibrio homeostático perdido. En el ejemplo que acabo de poner, esta  pérdida de dicho equilibrio viene dada por la sensación de sed. Y es en la búsqueda de restaurar dicho desequilibrio que realiza un acto y no otro. El ‘chivato’ de control que actúa como regulador sería el de la satisfacción. El principal motivo para la acción de cualquier animal, para hacer lo que hace, entiendo que es satisfacer su estado homeostático perdido. ¿Será el único? Yo creo que sí, aunque a su luz es difícil (por lo menos para mí) dar explicación a todas aquellas acciones que realiza un animal y que no tienen que ver exclusivamente con su supervivencia o con la necesidad. Los animales también juegan entre ellos a veces, también se acarician… ¿Responde todo ello a este proceso homeostático? No lo sé decir con exactitud, aunque a mi modo de ver creo que sí.

Una segunda cuestión gira en torno a cómo sabe el animal lo que tiene que hacer. El animal tiene sed, siente en un momento determinado una carencia, una necesidad. ¿Cómo sabe que lo que tiene que hacer para satisfacer dicha necesidad es beber, y no ponerse a la sombra, por ejemplo? ¿Es consciente de que tiene sed? Entiendo que no. ¿Cómo sabe ante esa sensación, que lo que tiene que hacer es beber? Supongo que lo tendrá escrito en sus instintos. Salvando todas las distancias, yo creo que un animal obedece a sus leyes fisiológicas (instintos) de un modo similar que la materia obedece a sus leyes físicas. ¿Se plantean los granos de arena, cuando los dejamos caer, que han de adoptar una forma cónica? Entiendo que no. Pues salvando todas las distancias, creo que ocurre algo similar en el caso de los animales. Quizá esto se vea de modo más palmario si nos fijamos en animales más inferiores dentro de la escala animal; por ejemplo, en una hormiga, o en uno de esos gusanos tipo bola… o incluso en una planta. Creo que en ellos se ve más claramente que su comportamiento es meramente reactivo a una serie de estímulos, y que ‘no piensan’. En el caso de los animales más superiores es más complicado, por la holgura que poseen en su conducta. Pero a pesar de esa holgura, ¿escapan a este tipo de procesos? Yo creo que no, y que la diferencia es más cuantitativa que cualitativa.

Como ya comenté en otro post al hilo de una idea de Edith Stein, los instintos actúan en los animales a modo de leyes pero sin parecer que son leyes, con esa flexibilidad que les permite precisamente la holgura en su comportamiento posibilitada por sus estructuras fisiológicas. Pero no por ello dejan de estar sometidos a leyes.

Y a pesar de esa holgura, creo que es razonable pensar que se mueven en los mismos parámetros; es decir, la holgura les permite un abanico mayor de opciones al realizar una acción, pero siempre dentro de lo que venimos denominando formalidad de realidad. Cuando realizan una determinada acción, no se trata de una decisión voluntaria, sino que mediante esa opción alcanzan un estado de satisfacción, algo así como una especie de estado de resonancia entre la realidad de su situación y él mismo. Yo creo que actúan como decía en el anterior post, sin saber muy bien (sin ser conscientes) de lo que están haciendo y de por qué lo están haciendo; simplemente lo hacen y ya está. Por su parte, esta satisfacción también tiene un correlato en el ser humano, que suele conocerse como fruición: la acción humana tiene como finalidad alcanzar la fruición (una categoría afectiva muy compleja y profunda, que no conviene conceptuar precipitadamente). Lo que ocurre es que en el caso humano, esta fruición suele estar velada o cubierta por lo que podemos denominar la sobre-naturaleza humana, la cual puede respetar ese proceso fruitivo fisiológico mediante su actividad cultural o por el contrario lo puede ahogar mediante una construcción ajena a su propia realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario