5 de abril de 2017

Si es que todo hablante tiene algo de genio

Estábamos rastreando en el anterior post de esta serie cómo se va fraguando en los últimos siglos (desde la época romántica) lo que con el paso del tiempo se convertirá en el concepto contemporáneo de hermenéutica. Ante la disparidad de interpretaciones ante un mismo texto, un primer paso metodológico consistía en someter a crítica esa primera comprensión que cada uno de nosotros alcanza al encontrarse con un texto, consecuencia de lo cual era a la vez una consideración histórico-filológica de dicho texto.

Lo que se plantea Gadamer a continuación es la posibilidad de que, dada la distancia no sólo cronológica sino cultural, social, etc. entre escritor y lector, exista una posibilidad efectiva de encuentro, de poder alcanzar auténticamente dicha comprensión. Los ya mencionados Spinoza y Chladenius parten de la base de que hay como una sintonía tácita, universal, en el pensar y en el decir entre las personas (tanto coetáneas como de distintas épocas), lo que facilita y mucho el esfuerzo hermenéutico. Es decir, hay una especie de connaturalidad lingüística o comprensiva entre todo el género humano, que favorece una interpretación adecuada de cualquier texto antiguo.

Pero Schleiermacher no pensaba así; en su opinión, el malentendido o la mala comprensión es mucho más común de lo que pudiéramos pensar. Tanto es así que incluso para él «la hermenéutica es el arte de evitar el malentendido». Y lo que hay que hacer es estar atento mediante una serie de reglas y prácticas que nos permiten superar ese malentendido. Un dato interesante es el hecho de que si el hecho de buscar una comprensión, implica que haya algo que sea comprensible, y que además sea comprensible por cualquiera. Esto quiere decir que en el propio esfuerzo de querer comprender hay implícita una referencia a algo verdadero (en caso contrario, nos quedaríamos con una primera impresión; pero no es así, queremos saber ‘de verdad’ lo que el autor quiso decir). No sólo hay, pues, un presupuesto de inteligibilidad, sino también un presupuesto de verdad, sin el cual la tarea hermenéutica se sobrevolaría a sí misma con difícil llegada a cualquier puerto (aunque no faltan autores que piensan así, para los cuales es imposible de entrada cualquier tipo de acuerdo hermenéutico). Y todo este proceso de comprensión, de superación de primeras impresiones o de malentendidos, para Schleiermacher era de todo menos sencillo.

Mientras para Spinoza el texto era un objeto que estaba ahí y que había que tratar, analizar, etc, Schleiermacher se situaba en otro orden de cosas: su metodología para empezar a trabajar era la de intentar situarse en el interior del autor original, en su modo de ser y en su modo de pensar, en sus entrañas, e intentar repetir el proceso de génesis de las propias ideas del autor. Si esto para Spinoza era un caso límite, para Schleiermacher era algo más normal, dando entrada así a una especie de hermenéutica psicológica (además de la filológica o gramatical): había que pensar como pensaba el autor y situarse en su cuadro de coordenadas, recrear su pensamiento y el proceso de la confección de su texto. Y esto suponía un giro muy importante, pues el texto ya no era algo que ‘estaba ahí’, no era un mero objeto de estudio, sino que se convertía en una realidad generada, en un brotar desde el interior del artista dando a luz su texto.

«Semejante descripción de la comprensión en aislado significa que el conjunto de ideas que intentamos comprender como discurso, o como texto, es comprendido no por referencia a su contenido objetivo sino como una construcción estética, como una obra de arte o un ‘pensamiento artístico’».

Schleiermacher era consciente de que no toda expresión (hablada o escrita) sigue un pensamiento estrictamente discursivo, sino que hay buena parte de ‘libre creación’; frente a la comunicación científica se sitúa no sólo la comunicación artística (poética) sino también la cotidiana. En toda conversación hay dosis de libre creación: no todos decimos lo mismo de la misma manera, ni incluso nosotros mismos decimos lo mismo en situaciones diversas; incluso cuando el otro no nos acaba de comprender, decimos lo mismo con otras palabras. Nuestro decir no es un decir lógico, racional, sino que es un decir si no aleatorio sí que libre, sujeto a reglas pero desbordándolas por exceso, creativamente. Nuestro decir es un decir creativo. Y este decir nuestro (en tanto que de libre creación) invita a la tarea comprensiva por parte el otro. Si el hablar tiene algo de construcción estética, tiene algo de arte, también lo tiene el comprender, porque «cada acto de comprender es para Schleiermacher la inversión de un acto de hablar, la reconstrucción de una construcción».

Esta cuestión es sumamente interesante: ¿cómo escogemos, por ejemplo, las palabras adecuadas para decir algo?, ¿por qué escogemos unas y no otras, aun en los casos más nimios? Si nos damos cuenta, es un proceso análogo al del artista cuando escoge los elementos para hacer su obra (colores, materiales, melodías, rimas…), pues del mismo modo que nadie le dice al artista qué obra ha de realizar ni qué elementos ha de considerar para plasmar su idea o su pensamiento, nadie nos dice a nosotros qué palabras hemos de escoger para expresar lo que queremos decir. Puede haber unas reglas generales (de dicción, de significado, de construcción), pero pierden su determinación en los casos concretos. En este sentido, todos tenemos algo de genio, ya que no seguimos (del todo) los patrones y las reglas porque para estos casos concretos no las hay (no las puede haber); al contrario, somos cada uno de nosotros los que ‘hacemos’ nuestras reglas, reglas que al final irán definiendo nuestros hábitos lingüísticos, nuestros modos de expresión… en definitiva nuestro estilo.

Y en la medida en que no hay reglas para el genio, la interpretación por el lado del espectador tampoco es algo determinado, sino que se convierte en un arte de adivinación para poder interpretar adecuadamente, para poder comprender, lo que supone a su vez una especie de co-genialidad. Esta posibilidad de comprensión adecuada (o de co-genialidad) descansa sobre una previa vinculación comunitaria que subyace, y que posibilita y sobre la que descansan todas las individualidades y particularidades concretas. Pues bien, esta especie de nexo común que subyace a todas las individualidades y que posibilita la comunicación (y la adivinación) es el punto de partida de Schleiermacher. Se produce como una tensión entre dos extremos: extrañeza y familiaridad, entre los cuales no está nada determinado, todo lo contrario, todo está sujeto al juego de lo que se dice y de lo que se adivina que se dice, juego en el que fácilmente uno puede errar.

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