7 de febrero de 2017

La gata sobre la caja de cartón

Parafraseando la famosa obra de Tenessee Williams, que Paul Newman y Elizabeth Taylor llevaron a la gran pantalla, y tal y como decía en el anterior post de esta serie, no dejo de observar el comportamiento de mi gata (ya se comprenderá luego el porqué de este título). La verdad es que llevo bastante tiempo fijándome en el comportamiento de los animales en general (vaya por delante que no soy ningún etólogo, así que cualquier aportación en este sentido será de gran ayuda).
Cuando observo los animales, he de reconocer que lo primero que me nace es extrapolar sus comportamientos, antropomorfizarlos; qué duda cabe de que es preciso hacerse violencia a uno mismo para alcanzar una actitud fenomenológica. Hace no mucho reseñé un interesante libro de Alasdair MacIntyre (Animales racionales y dependientes) en el que le hacía precisamente esa crítica: que quizá proyectaba una motivación humana en los comportamientos de los animales que analizaba (en su caso, delfines). Él suponía la existencia de ciertas motivaciones (humanas, o cuanto menos análogas a las humanas) en determinados comportamientos de los delfines, cuando para que se den tales motivaciones entiendo que se debe dar simultáneamente la existencia de un ‘sentir inteligente’, y no de un ‘puro sentir’, siguiendo la terminología zubiriana que hasta ahora vengo utilizando. Desde este puro sentir, entiendo que no es posible regirse por motivaciones específicamente humanas.

El otro día tuvimos una sesión de trabajo en un grupo de investigación de mi facultad, y salió a la conversación un vídeo en el que aparecía cómo un chimpancé le daba un abrazo que parecía de despedida a la famosa primatóloga Jane Goodall:


Cuando uno ve un vídeo como éste, poco menos que le viene a la cabeza cómo es que ese chimpancé se comportó así. De hecho, en la reunión comentábamos qué sentiría el chimpancé en ese momento, o por qué hizo lo que hizo: ¿sería sencillamente una conducta imitativa que el chimpancé en cuestión —acostumbrado a la presencia humana— habría aprendido y copiado, o subyacía en esa conducta la añoranza o ese echar de menos fruto del cual surge la necesidad del abrazo de despedida? A nivel personal soy de la opinión de que, del hecho de que un animal (sobre todo de los más superiores) pueda imitar una conducta humana no se sigue necesariamente que su motivación sea cercana a la nuestra; opinión que conforme vamos descendiendo en la escala animal evidentemente se va haciendo más sólida. Pero por otro lado no puedo dejar de sorprenderme —la verdad— observando algunas acciones animales. Podemos atisbar cómo en distintos momentos que los animales pelean, corren, matan, huyen… pero también descansan, juguetean, se acarician... ¿Qué hay bajo esas conductas?

Como ya decía Frans de Waal en su Bien natural (hablo de memoria), aun en contra de su parecer afirmaba honestamente que todavía estamos muy lejos de poder demostrar la existencia de una conducta animal cercana a la humana. Pero que en los animales hay cierta conducta cognitiva es innegable. Ya no me refiero a la mera aprehensión sensible de su entorno para poder desenvolverse en él (supongo que hasta en los animales más sencillos eso se da), sino a cierta actividad cognitiva más elevada, como cierta capacidad de previsión: por ejemplo, un animal de presa sabe esperar su momento antes de saltar sobre su víctima, o sabe calibrar su trayectoria para atajar la de su víctima. O también la memoria: un gato sabe perfectamente dónde tiene que ir a comer en una casa; mi gata sabe muy bien dónde tiene su plato, y a quién tiene que acudir cuando lo tiene vacío. Sabe también que en invierno, a mediodía, ‘tiene que ir’ a la habitación donde tenemos la mesa de trabajo, para dormir la siesta encima de una caja de cartón de una impresora que compramos hace ya varios meses, y que no quitamos… ¡para que la gata se pueda subir a dormir!, porque a esa hora siempre da el sol. ¿Cómo sabe la gata cuál es el sitio más calentito de la casa? ¿Acaso hace un análisis de todos los sitios posibles, los va probando uno a uno, los valora, y escoge el más adecuado? Probablemente no; probablemente irá yendo accidentalmente a éste y a aquél, de un día para otro, hasta que se da cuenta de que en uno de todos ellos se está muy calentito; y tiene la capacidad (eso sí) de recordarlo. En verano ya no se pondrá ahí, pues hará demasiado calor. Bueno, ahora ya sabéis de dónde viene el título del post (y ya conocéis a mi gata, aunque en la foto no ha salido muy favorecida: en vivo es mucho más bonita).

Por otro lado, me da la impresión de que la gata no tiene emociones intermedias —por decirlo así—. Pasa de un estado de plena actividad a otro de plena serenidad (de esa serenidad tan envidiable que poseen los gatos). Pasa del todo a la nada, de la nada al todo. Nosotros, en cambio, poseemos un repertorio emocional más amplio. Es curioso fijarse en cómo se van sucediendo los estados emocionales en una persona, por ejemplo, cuando deja de reírse al contarle un chiste: no lo hace de golpe, sino que la carcajada va dando paso progresivamente a una risa sonora, una risa suave, una sonrisa, una leve mueca… hasta llegar a la expresión normal del rostro. Si a un gato le contáramos un chiste, pasaría directamente de la carcajada a la expresión serena y afable, sin los estados intermedios.

También me llama la atención cómo va de un sitio a otro de la casa. Va andando, de repente se para y se lame la pata, mira a su alrededor, ve algo en el suelo y lo husmea, le da con la pata, mira de repente hacia algún sitio, mantiene la atención, luego sigue andando como si nada, comienza a trotar, vuelve a andar,... hasta que se queda adormecida en algún sitio de la casa; adormecida, pero a la vez atenta, pues ante cualquier ruido que le hago (adrede) levanta la oreja y abre el ojo, y si no es importante no hace nada más; si lo es, entonces ya levanta la cabeza o se incorpora. En general, me parece que posee una sucesión de movimientos como sin demasiado orden ni concierto, simplemente se suceden uno detrás de otro, como cuando cae una piedra rodando por una ladera.

La sensación que me queda es que esta sucesión de movimientos está regida básicamente por lo que la gata percibe del exterior, percepción que tras el procesamiento de sus estructuras propias da origen a diversas reacciones. Parece como que es regida por los fenómenos externos, pero no directamente por ellos sino de forma mediata a través de sus estructuras fisiológicas. Los fenómenos externos le rigen, pero no al modo en que rigen a una piedra que cae, por ejemplo. Da la impresión de que los animales no se comportan según la necesidad impuesta según las leyes mecánicas de la naturaleza (poseen cierta holgura en su respuesta), pero por el otro lado parece que de alguna manera se deban a algún tipo de leyes (que esa holgura no sea lo suficientemente amplia para caracterizarlos como libres). Supongo que a este tipo de leyes a los cuales obedecen los animales de modo más o menos flexibles no son sino los instintos.

Parece que los comportamientos animales se rijan por unas leyes (los instintos) sin esa determinación propia de las leyes del mundo físico. Poseen en su comportamiento cierta holgura, pero esa holgura no deja de estar determinada por su instinto. Sus actos no están determinados únicamente desde fuera (como sí ocurre en las cosas materiales: una fuerza mecánica, la gravedad,…), sino que su movimiento nace también como desde dentro. El animal se debe a causas externas (si se cae por un precipicio cae exactamente igual que una piedra), pero lo específico suyo es su capacidad de movimiento desde dentro. Pero aunque esto sea así, no acaba de llevar aparejada una plena libertad, porque no deja de verse dicho movimiento como sujeto a ciertas leyes, aunque no sometido a una legalidad estrictamente mecánica; ese movimiento desde dentro no depende de causas externas (o no depende únicamente de causas externas) sino también de procesos internos (que constituyen lo específicamente animal), aunque como digo esos procesos internos no dejan de percibirse también como sometidos a ciertas leyes. Pese a esa ley instintiva que les rige, el movimiento del animal parece no atenerse a regla alguna; como dice Edith Stein, «el animal se ofrece a nuestra vista como arrastrado y empujado desde fuera, pero no arrastrado y empujado mecánicamente, como cualquier cuerpo, sino afectado interiormente, de una manera invisible, y reaccionando desde dentro a esa excitación».

Pero nos queda detenernos en otro aspecto de esta cuestión, como es sobre la reflexión de cómo percibe el animal esa excitación: ¿cómo se percibe el animal a sí mismo, cómo percibe lo que le acontece, cómo percibe sus acciones? Hasta ahora no nos hemos quedado más que en una descripción externa de su comportamiento, e intentar comprenderlo. Pero para alcanzar una auténtica comprensión de nuestro ‘proceso sentiente’, y cómo éste ‘se monta’ sobre el animal, creo que es preciso intentar aproximarse a ello. Claro, todo esto lo podemos saber por analogía, por extrapolación, nunca por experiencia directa (evidentemente), lo que nos obliga a ser cautos, pero no a renunciar a la empresa a causa de su dificultad.

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