15 de febrero de 2017

La consciencia animal

Finalizaba el anterior post preguntándome cómo percibía el animal su entorno, aquello que le rodeaba, aquello que le afectaba, aquello que le sucedía, aquello que hacía... Si nos damos cuenta, cuando nosotros percibimos algo, no deja de afectarnos (igual que acontece con cualquier ser vivo), pero el caso es que nosotros lo percibimos no sólo como algo que nos afecta sino a la vez como algo otro, como algo que es claramente distinto de nosotros mismos (es lo que hemos denominado formalidad de realidad). ¿Lo percibe igual el animal? Ya intuimos que no, pues ellos tal y como dijimos perciben según la formalidad de estimulidad. Pero, ¿qué quiere decir exactamente esto? Pues que no perciben las cosas percibiendo a la vez que eso que les afecta es algo otro, algo distinto de ellos mismos. ¿Cómo lo perciben entonces? Pensar sobre cómo puede ser eso es algo que a nosotros no deja de generarnos cierta violencia; es cierto, nos genera violencia el no ver algo como diferente de nosotros a la vez que lo percibimos, pero yo creo que ese es el modo en que un animal percibe su entorno. Es lo que Zubiri trata de decir cuando afirma que el animal percibe aquello que le afecta no como ‘algo otro’ sino como un ‘mero estímulo’. El animal no posee esa capacidad de distanciamiento, de abstracción, de alteridad.

La cuestión es explicar cómo es esa forma de percepción, forma de percepción de la cual —como digo— a nosotros nos genera violencia hacernos una idea. Yo me lo imagino como algo similar a cuando estamos ante un sonámbulo: el sonámbulo deambula por ahí, y responde a ciertos estímulos sin acabar de ser consciente ni de los estímulos ni de lo que hace, simplemente reacciona y ya está, reacciona como de modo inconsciente, reacciona como sin darse cuenta de lo que tiene delante, como sin darse cuenta (de hecho creo que no se da) de que está siendo afectado o estimulado por algo. Vaya por delante que todo esto lo podemos pensar por analogía, ya que nunca podremos saber efectivamente cómo es el interior del animal, ni como siente. Consecuentemente, hay que ser prudentes con nuestras afirmaciones ya que hay que analizar hasta qué punto es lícito interpretar lo que les ocurre a los animales atendiendo a las manifestaciones externas de sus procesos internos, estableciendo el paralelismo con lo que nosotros pensamos que nos ocurriría interiormente cuando tenemos manifestaciones similares. Pero bueno, no tenemos otro modo de reflexionar sobre el asunto, creo yo.

Otra aproximación que se me ocurre es el análisis de alguno de toda esa cantidad de actos que hacemos cotidianamente de forma inconsciente, como por ejemplo cuando andamos, o cuando bebemos un vaso de agua… o cuando golpeamos una pelota de tenis con una raqueta. Analicemos este último caso. Desde el momento en que sale la pelota de la raqueta del rival, nosotros ya sabemos (sin saber muy bien cómo) que queremos devolver la pelota liftada y en paralelo (en una ¿decisión? que habrá durado escasos milisegundos); pero el caso es que al hilo de esta decisión ¿consciente?, en nuestro cuerpo se han sucedido una cantidad innumerable de movimientos, músculos tensionados, articulaciones en movimiento, previsión de trayectorias, mantenimiento de nuestro equilibrio, colocación exacta de la raqueta para adecuarla al golpe que queremos dar,… en fin, toda una gran actidad de actos o de mini-actos que ocurren —digamos— mecánicamente (una vez hemos aprendido a jugar al tenis, claro). Todos estos movimientos han sido ejecutados —creo yo— desde la total inconsciencia: ya digo, éramos vagamente conscientes de que queríamos golpear la pelota liftada y en paralelo, pero de todo lo que ha realizado nuestro cuerpo para materializar dicho golpe, no nos hemos enterado.

Esto que analizamos, como digo se puede extender a tantos y tantos actos cotidianos que hacemos sin darnos cuenta (beber un vaso de agua, caminar por una vereda, reaccionar ante un susto, recuperar el equilibrio cuando tropezamos,…). En estas situaciones sucede como si nuestro cuerpo funcionara sólo, sin necesitar que se le diga lo que tiene que hacer porque ya lo sabe. Pues bien, a mi modo de ver, esa inconsciencia que nosotros tenemos en algunos casos, es el tipo de inconsciencia en la que el animal desarrolla su vida. La diferencia radical es que todo ese bagaje de movimientos al animal le es dado de modo natural, por el simple hecho de nacer, y en el caso del ser humano algunos le son dados también pero tiene la opción de 'aprender' nuevos movimientos para ejecutarlos a su vez en un futuro de modo inconsciente (como aprender a golpear bien la pelota; de hecho, decimos que lo hemos aprendido cuando ya no necesitamos 'pensar' cómo la hemos de golpear, sino cuando lo hacemos mecánicamente).

La vida animal se compone de todos los movimientos que pueda hacer, unos detrás de otros, intentando satisfacer ciertas necesidades sin acabar de ser consciente ni de que las tiene ni de que las está satisfaciendo.

El animal, pues, realiza mecánicamente todos sus movimientos, sin acabar de ser consciente de que los está realizando (sin acabar de ser consciente al modo humano). Cuando aprehende el estímulo, se modifica el estado tónico del animal el cual trata de restablecer, pero sin que necesariamente haya una presencia consciente del estímulo en la respuesta; entiendo que tras el estímulo se sucede la respuesta sin que el animal sepa por qué, sencillamente lo hace y ya está, como un proceso mecánico. En nuestro caso sí que mantenemos actualizado o consciente aquello que nos ha estimulado: de alguna manera, en nuestros actos volitivos se mantienen 'vivos' los estímulos iniciales, los arrastramos, los mantenemos presentes (me abrigo porque tengo frío y sé que tengo frío y por eso me sigo abrigando hasta que me siento caliente). Quizá sea por esto que Ortega diga que los animales no tienen sensación subjetiva de 'necesidad', aunque su respuesta a estímulos sea de alguna manera necesaria; biológicamente es así (el animal tiene necesidades que no puede dejar de satisfacer: comer, calentarse, sobrevivir,...) pero subjetivamente no lo entiende así.

Y aquí está el intríngulis de la cuestión: en acercarnos a ese proceso según el cual un mismo acontecimiento objetivo (sensación de hambre, por ejemplo) es vivido subjetivamente de modo diverso en el caso de un animal y de un ser humano. Un proceso que no deja de ser un todo unitario aunque dividido en tres momentos (suscitación, modificación tónica y respuesta) en ambos casos, bajo ambas formalidades.

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