16 de agosto de 2016

Estética filosófica (y ii)

Siguiendo el hilo del post anterior, y como decía, a mi modo de ver la reflexión kantiana sobre lo estético es sencillamente genial. En la Crítica del Juicio habla del genio; según yo lo veo (aunque no creo que él se refiriera a sí mismo) de alguna manera el mismo Kant se adapta perfectamente a ese rol. ¿Y por qué es genial Kant? Porque toca todos los palos: la definición específica de todo lo que tiene que ver con ello (juicio estético, belleza, sublime, sentimiento estético, fruición,…), la incardinación de lo bello en el seno de las facultades humanas (en concreto con la afectividad), así como el alcance del sentimiento estético incluso más allá del ámbito de lo estético (su enlace con lo ético y con lo racional…), en fin. Y las puertas que abre, ya no el juicio estético, sino la ‘capacidad de juzgar’, son diversas y cada cual más interesante.

Efectivamente, esta reflexión lleva aparejada una serie de cuestiones que están articuladas alrededor de una facultad humana con la que no estamos muy habituados a trabajar: la facultad afectiva, los sentimientos, las emociones,… Como decía García Morente, era preciso que la filosofía llegara a un momento determinado de madurez para poder superar su dependencia de la inteligencia y de la voluntad (de la verdad y de la bondad) y poder así atender específicamente al sentimiento (belleza), momento de especial importancia ya que ello nos permite aprehender la realidad y fundamentar filosóficamente dicha aprehensión de modos que hasta la fecha no se habían realizado, posibilitando así una respuesta diversa a la clásica a distintas cuestiones. ¿Qué cuestiones son esas?

Preguntémonos, por ejemplo: ¿con qué captamos la belleza de algo? No es ésta una pregunta baladí, sobre todo si intentamos ir más allá del inmediato ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ (respuestas que, por otra parte, nada tienen que ver con lo estético, por cierto). La tradición apunta a que la belleza de algo viene asociada a un sentimiento de fruición. ¿Qué quiere decir esto exactamente, qué es exactamente este sentimiento de fruición? ¿Cómo puedo saber si lo que siento ante cualquier cosa bella es exactamente un sentimiento de fruición o es otro tipo de sentimiento? Y si es así, ¿por qué no tengo un sentimiento de fruición ante ese objeto bello si otros sí lo tienen?

Además, ¿es una experiencia en la que sólo cabe lo afectivo?, ¿acaso no interviene también cierto ejercicio cognitivo ante cualquier objeto bello, sea natural o artístico? Esto tiene que ver con la distinción entre lo material y lo formal de cualquier objeto, esgrimiendo que lo estético debe ir desde el abandono del contenido material hacia la aprehensión de la dimensión formal, pero ¿podemos prescindir del contenido material del objeto y atender únicamente a su carácter formal, como es acostumbrado decir?, ¿cómo se hace eso? Cuando estoy delante de un objeto artístico, por ejemplo, ¿cómo hago para aprehender únicamente su dimensión formal?

Por su parte, ¿es cierto que hay cierta correlación entre la belleza y la verdad o bondad? ¿Qué enlace hay entre la belleza y un acto éticamente bueno por ejemplo, o un razonamiento cognoscitivamente verdadero, si es que la hay?: ¿tiene algo que ver la ciencia con la belleza?, ¿y el arte con la acción humana?, ¿y la ética con la fruición? ¿Hay algún tipo de relación entre las tres grandes facultades humanas, o este tipo de relación es más bien casuística o accidental?

Si nos damos cuenta, todos estos interrogantes (supongo que podrían haber muchos más) nos abren a cuestiones que exceden el ámbito de lo artístico; si bien el arte tiene un puesto indiscutible en la reflexión estética, ésta es más amplia que aquél. Es por ello que creo que no es adecuado reducir lo estético a lo artístico, porque la mayoría de estos problemas permanecerían sin responder (otra cosa es que podamos analizar el fenómeno artístico para extrapolarlo a otros fenómenos, metodología que puede ser muy fecunda). No son pocos los autores partidarios de esta concepción más amplia de la estética, no sólo por entender que efectivamente es así (que le corresponde a lo estético ir más allá de lo artístico) sino también y quizás sobre todo por el hecho de que son estas consideraciones estéticas amplias las que poseen una mayor repercusión en nuestra misma existencia, en tanto que nos permiten apurar nuestras capacidades cognitivas y volitivas, e incluso extraer posibilidades a nuestra sensibilidad que probablemente permanecerían ajenas si se desconoce esta aplicación (como por ejemplo una apertura fundamentada a la contemplación o la mística). Me estoy refiriendo a un aprendizaje del uso de nuestras facultades que nos posibilite ir más allá de su uso cotidiano, permitiéndonos realizar ‘juicios reflexionantes’ (en términos kantianos) que, aunque yendo más allá de los límites de la razón, no dejen de estar por ello arraigados en la realidad; ello conlleva una consideración de nuestras facultades no como elementos independientes sino como un todo funcional cuya articulación gira en torno precisamente de nuestro auténtico vivir.

Lo estético va así asociado a una tarea, a una meta a conseguir para la cual el individuo debe primero ser consciente de la cuestión, y luego ponerse manos a la obra para educarse, educación en la que sin duda lo artístico juega un indudable papel pedagógico (como decía Schopenhauer). Porque lo artístico no es un fin en sí mismo, no es un deleite de los sentidos, sino que es un medio para formar en sentido amplio a un ser humano que tiene una vida que vivir y que no puede ser vivida plenamente si no lo hace desde el ejercicio pleno de todas sus facultades: no sólo desde la intelectiva o la volitiva sino también desde la afectiva. Esto enlazaría con el enfoque antropológico de Gehlen -por ejemplo- quien se acercaría a la estética desde una perspectiva evolutiva, en cuyos orígenes poseería una finalidad más orientativa-vital y que ofrecería un ingrediente más de nuestra trayectoria evolutiva convirtiéndose en nuestra actual capacidad estética.

Así, los sentimientos pasan a ser un elemento indispensable, tanto como los otros dos —ni más ni menos— junto con los que se posibilitará un despliegue pleno de una vida humana auténticamente vivida.

En este sentido lo estético no es una parcela cerrada, sino que lo que podamos crecer en este ámbito refluirá sin duda en los demás ámbitos de nuestra vida. Nuestras facultades no son parcelas estancas sino que se da entre ellas una especie de recubrimiento (Zubiri) según el cual, independientemente de que cada una tenga un ámbito específico de actuación, no se levantan barreras bien definidas entre ellas sino límites difusos que permiten que haya cierta permeabilidad en sus respectivos ejercicios.

Podemos hablar de así de un modo estético de aprehender la realidad, de pensar, de razonar, de actuar, de investigar, de hacer ciencia,… de vivir, porque la belleza no es algo estrictamente artístico sino patrimonio de toda la realidad (de la nuestra también), independientemente de cuál sea la facultad en que ésta se actualice. Ello no nos debe llevar a la precipitada conclusión de que lo estético sea necesariamente sinónimo de bondad y de verdad (ya que nos movemos en ámbitos de cierta inespecificidad); pero sí que parece que haya cierta relación entre ellos (como han puesto de manifiesto diversos autores), pero una relación articulada atmosféricamente, como por ósmosis, como cuando movemos el chocolate de una taza en la que unas capas van arrastrando inexorablemente a las demás pero no a la misma velocidad angular. Es ésta percepción la que nos debe llevar a la profundización de qué tipo de relación sea la que puede darse entre las tres facultades.

No son pocos los autores de todo tipo que hablan de esta permeabilidad entre áreas del saber, como por ejemplo grandes científicos que hablan de la belleza de un universo al que se acercan mediante ecuaciones matemáticas y conceptos físicos incomprensibles para el hombre de a pie, o de los grandes teóricos de la ética y de la educación, por ejemplo. La belleza, lo estético, se convierte así en un elemento tan imprescindible de consideración como la verdad y la bondad; y desde sus correlatos en el ser humano, el cultivo de la afectividad se torna tan imprescindible como el cultivo de un conocimiento riguroso y un actuar ético.

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