10 de agosto de 2016

Estética filosófica (i)

Por su propia índole, la disciplina de la filosofía que se conoce como estética es difícil de definir, o quizá mejor dicho, difícil de delimitar. Tradicionalmente —e incluso en la actualidad— el concepto de estética filosófica se ha asociado con cierta facilidad al ámbito del objeto artístico. Lo que me propongo con este post y el siguiente es explicar lo que entiendo que es esta disciplina, cuál debe ser su objeto de estudio y qué posibilidades tiene hoy en día.

Empecemos destacando una situación un tanto paradójica: por un lado podemos observar que a lo largo de la historia no toda la reflexión sobre el arte se ha denominado ‘estética’ como tal; y por el otro podemos observar también que no todo lo que se le asocia a ella (a la estética) pertenece al ámbito de lo artístico. Como se puede apreciar, se trata de una relación (entre estética, belleza y arte) un tanto complicada y confusa. A ello hay que añadir las complicaciones inherentes a su objeto de estudio. ¿Cómo sabemos que algo es bello? ¿Qué es exactamente la belleza? ¿Qué es una experiencia estética? ¿Qué tiene que ver la belleza con la fruición, o con el placer? ¿Hay belleza más allá de la belleza artística? ¿Qué hace que un objeto artístico sea artístico frente a otro que no es considerado como tal? ¿Es la belleza de algo una decisión de consenso,… o de mercado? Todas estas cuestiones no son para nada fáciles de responder. Porque es que todo lo relacionado con lo estético está rodeado de esa especie de no sé qué que nos comentaba madame de Lambert.

La reflexión sobre el arte ha existido prácticamente desde que se conoce la filosofía, allá en la Grecia antigua, aunque allí no se denominara específicamente como estética, reflexión que por otro lado se extendía a su vez a toda la naturaleza: la belleza no era un asunto meramente humano (artístico) sino también natural. La denominación de esta disciplina como estética hay que agradecérselo al racionalista Baumgarten (siglo XVIII), aunque todavía no se correspondía con la concepción que actualmente podemos tener de ella. Esto se lo debemos a Kant. Curiosamente, Kant utilizó primeramente este término en el contexto de su Crítica de la razón pura hablando de ‘estética trascendental’ en el marco establecido por Baumgarten, a saber, como el aspecto sensible —podríamos decir— del conocimiento (estética proviene del griego aisthesis, que tiene que ver con sensibilidad, percepción, etc.): frente al conocimiento racional estaba el conocimiento sensible, el cual si bien nos permitía aprehender la realidad de modo distinto al racional ofreciéndonos aspectos de aquella que se escapaban a éste, como racionalista que era siempre lo consideró como un tipo de conocimiento inferior al especulativo-conceptual, y que incluso lo ‘contaminaba’ de alguna manera. Baumgarten no quería quedarse en el ámbito de las pasiones tradicionales (inferiores) sino que pretendía fundamentar ese otro tipo de conocimiento sensible superior (asociado a las categorías de lo bello o de lo sublime) situándose en un estadio intermedio entre lo pasional y lo racional, aunque su reflexión no se encontraba lo suficientemente elaborada.

El sentido de estética evolucionó gracias a Kant y su tercera crítica, la Crítica del Juicio, en la cual consolida una tradición reciente (escocesa sobre todo, también francesa) sobre la crítica del gusto y la reflexión de la belleza. Gracias a Kant la tercera facultad humana adquirió un estatus parejo al de las otras dos (inteligencia y voluntad). La afectividad dejó de ser la hermana pequeña para pasar a ser una más de nuestras facultades.

De este modo, la reflexión kantiana giraba en torno a la belleza en general (natural y artística) y al correlato afectivo humano mediante el cual la podía aprehender. Y este segundo aspecto es fundamental.

Sin embargo, este sentido no acaba de ser todavía el que ha hecho fortuna hoy en día. Seguramente ha sido debido a la aportación de Hegel, quien ciñó la estética al ámbito de lo artístico. Si hasta entonces lo bello en tanto que objeto de la estética consideraba el arte pero también la naturaleza o la realidad, desde Hegel su ámbito específico pasó a ser el de lo artístico. Y por suerte o por desgracia, es ahora la línea dominante que se sigue de la mano de la fenomenología o de la filosofía analítica. Tanto es así que hablar de belleza natural en estos ámbitos —por ejemplo— parece un tanto anodino.

A mi modo de ver esto supone un riesgo, y ello en dos sentidos. Por un lado, porque efectivamente se limita un tanto arbitrariamente la estética a lo artístico, imposibilitando toda la riqueza que puede aportar su reflexión en el ámbito de la realidad o de la naturaleza. De hecho, muchas reflexiones estéticas aplicadas al arte se desvirtúan o pierden su validez cuando atendemos a la belleza natural, en tanto que ésta no es una ‘manufactura’ humana. ¿Acaso no hay belleza en la naturaleza, en la realidad, o incluso en otras actividades humanas como la ciencia, el deporte, la misma ética…? El segundo sentido al que me refería, es que si se le quita a la obra de arte su anclaje si no a la naturaleza por lo menos a la realidad, parece que se cae en un análisis pormenorizado de lo artístico y de su experimentación por parte del ser humano perdiendo una visión de conjunto, ya que es precisamente esa ausencia de arraigo en la realidad la que impide tomar la distancia necesaria para poder atisbar todas sus posibilidades (en mi opinión). Qué duda cabe de que es preciso y necesario analizar en profundidad la producción artística y su experiencia tanto por parte del artista como del espectador, pero creo que reducir lo estético a lo artístico limita y mucho las posibilidades de dicha experiencia, posibilidades que a mi modo de ver se encuentran perfectamente trazadas en la tercera crítica kantiana (por ejemplo) y que ponen de manifiesto si quiera indirectamente toda la responsabilidad que recae sobre el artista cuyo verdadero papel no es sino el de mediador y pedagogo (Schopenhauer), el de comunicar algo que sólo él puede percibir para que otros lo tengan a su disposición, la realidad en sus relaciones íntimas más allá de lo que los sentidos nos ofrecen en primera instancia (ejemplo de lo cual podría ser Rainer María Rilke, quien vivió en primera persona esta responsabilidad, sabedor de ella).

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