Hay una cuestión que me parece especialmente espinosa, a
saber: el origen de la filosofía analítica y su entronque con el neopositivismo. ¿Por qué se produce esta
conexión tan íntima? Hace ya unos meses leí un artículo que, aunque su principal tema no era éste sino que se centraba más en la figura
de uno de estos filósofos analíticos, en muy poco espacio realizó una
exposición que me pareció estupenda.
El origen de todo este proceso se apoyaría en tres momentos: en el sensismo del siglo XVI, en el empirismo de los siglos XVII-XVIII y en el no menos importante asociacionismo del XIX. Su consecuencia fue la deriva en unas teorías gnoseológicas apoyadas eminentemente en la metodología científica: es el positivismo. El punto de partida positivista era que de todo aquello que el hombre pueda calificar como real debe de haber tenido noticia mediante la experiencia sensible. Aquí surge una primera cuestión de si el positivismo es equiparable o confundible con el materialismo. Partimos del hecho de que sólo se puede tener experiencia sensible de realidades materiales pero, ¿implica ello que todo conocimiento se origine necesariamente en la experiencia sensible? Los materialistas (y en general los positivistas, la verdad) dirán que sí, pero también hay grandes pensadores que no piensan así, como el mismo Kant para quien se puede tener un conocimiento de diversa índole que, aunque no sea eminentemente científico no por eso deja de ser conocimiento. Pero el caso es que hacia ahí —hacia el materialismo— es hacia donde ha tendido esta actitud positivista.
Ante la actitud positiva-materialista hay que poner de
manifiesto un hecho que en principio parece inconcuso. Sí que es cierto que toda
noticia de cualquier cosa parte de ‘lo positivo’; pero no es menos cierto que
esta noticia positiva es ‘fenómeno’, y que es común considerar que no contiene
toda la realidad de lo aprehendido; o sea, que la realidad de la cosa es más
que lo aprehendido fenoménicamente, que la realidad de la cosa es más que la
cosa en tanto que objeto, precisamente todo aquello que no podemos aprehender
de ella, pero que no por no poder conocerlo dejamos de afirmar su existencia.
Ello apunta a una dimensión allende (el noúmeno
kantiano).
Ante las voces críticas que se puedan alzar en contra de
esta afirmación, cabría objetar que si no fuera así ¿por qué el ser humano no
se iba a contentar con lo dado?, ¿por qué el esfuerzo científico por escudriñar
todo aquello que se esconde tras el fenómeno positivo? Cada vez se va hacia lo
más y más profundo, intentando alcanzar así lo que se conoce como la esencia de
las cosas; y si no se tuviera dicha convicción, no tendría mayor sentido el
mismo ejercicio de la ciencia. Por otro lado, en este camino hacia lo profundo
de la realidad no todo es dato empírico, sino que también hay mucha
construcción teórica desde un uso crítico de la razón. ¿Qué otra cosa si no es
el racionalismo crítico de Popper?
Pero bueno: es en este marco en el que hay que situar a los
miembros del Círculo de Viena (con el
que el mismo Popper mantuvo relación aunque rápidamente se distanció). En dicho
Círculo se estableció una línea diversa que debía seguir todo enunciado para
poder ser catalogado como científico: bien describiendo la observación directa
de los hechos; bien describiendo algo a nivel teórico pero que, de modo lógico
(o sea, siguiendo los silogismos de la lógica), pudiéramos retrotraerlo a
fenómenos del primer tipo.
De estos dos tipos de enunciados, los primeros son
científicos claramente; sin embargo establecer la ‘cientificidad’ de los
segundos es un poco más complicado. Pero es fundamental, porque si no se puede
retrotraer un enunciado ‘teórico’ a sus fundamentos empíricos o de experiencia
positiva, tal enunciado no es científico, y no puede pasar a integrar el grueso
del conocimiento científico. Éste es el origen del análisis lógico dentro del positivismo en general. Yo puedo
realizar una teoría de la que no tenga experiencia física; y si la puedo
retrotraer mediante un proceso lógico a una experiencia anterior físicamente
probada, dicha teoría es científica. Se entremezclan de algún modo la experiencia
científica tradicional con el análisis lógico de los enunciados. De aquí surge
la famosa idea de que lo relevante no es tanto lo que ‘yo pueda conocer’, como
lo que ‘yo pueda decir’; o sea, decir hipótesis que yo pueda contrastar
empíricamente o retrotraer lógicamente hasta una teoría científica ya
contrastada.
Pues bien, este análisis lógico fue el principal objetivo de la filosofía analítica. En ella
lo que se analizaba lógicamente no eran tanto los enunciados científicos como los sistemas léxicos (formales) de los lenguajes empleados por distintos grupos humanos. ¿Con qué
finalidad? Con la finalidad de comprobar hasta qué punto era legítimo afirmar si esos enunciados encontraban algún tipo de arraigo en la realidad
(positiva) o no.
El principal problema advino en el conflicto de todo aquel conjunto de significados que por su propia índole era difícilmente contrastable con la realidad mediante una experiencia positiva: los contenidos morales, religiosos, artísticos, filosóficos... Aquellos lenguajes que tenían su correlato en la experiencia positiva de la realidad eran denominados lenguajes significativos. Todo lenguaje que no fuera significativo, carecería de sentido para el ser humano. Este ‘carecer de sentido’ implicaba que se trataba de algo ilusorio, irreal,… que enmarcado en un ámbito beligerante contra lo moral y lo religioso imponía a todo el que utilizara enunciados de este tipo un rasgo alienante en tanto que le hacía vivir en una realidad ilusoria, cautiva de lo emocional e irracional.
Por otro lado se pre-anunciaba también el problema de si es el uso científico de la razón el único válido para conocer la realidad. Vaya por delante que, como ya se puso de manifiesto a partir de Popper, es complicado hablar de un ejercicio puro de la ciencia, ya que se comenzaban a barajar otros elementos que a modo de impurezas contaminaban ese ejercicio científico ideal. Poco a poco y de forma paralela, comenzaron a ponerse de manifiesto otros modos diversos de usar la razón, usos más poiéticos o estéticos desde los cuales posibilitar un encuentro con lo real generador de un conocimiento que ciertamente no era científico, pero no por ello dejaba también de ser conocimiento. Pero esto ya es otro tema.
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