12 de enero de 2016

Cómo comunicamos lo que no sabemos que comunicamos

Hasta ahora hemos insistido en todos esos procesos no conscientes mediante los cuales también contribuimos y de modo importante en el comportamiento de nuestros hijos. ¿Cómo es eso, cómo es que se dan fácticamente dichos procesos? Para empezar a aclararlo, entiendo que es importante hablar de un tema del que se ha hablado mucho, aunque quizá sea menos común su aplicación: me refiero a la comunicación no verbal. Como digo, no me gustaría tanto detenerme en ella (hay infinidad de videos y de textos que la explican mucho mejor que yo) como en analizar su repercusión en los procesos educativos, verdadero leitmotiv de esta serie de posts, y que veremos en el próximo.

¿De qué estamos hablando cuando hablamos de comunicación no verbal? Efectivamente, cuando nos comunicamos no sólo emitimos un mensaje; transmitimos mucho más. La cuestión es: ¿qué es eso que transmitimos de más? Es obvio que lo que se transmite es un mensaje, pero no se transmite un mensaje únicamente sino también un cómo, esto es un determinado esquema modal que acompaña inevitablemente a dicho mensaje, y lo modula tan significativamente que incluso puede lograr que un determinado contenido adquiera dos sentidos diametralmente opuestos. No se trata de lo que decimos (o no se trata sólo de lo que decimos) sino, en este contexto, de cómo lo decimos. En dicho esquema modal intervienen invariablemente gestos, expresiones, miradas, actitudes,… articulados mediante la posición de las manos, el tipo de mirada, la expresión corporal, el tono de voz,… Es difícil ofrecer ejemplos escritos de todo ello, porque por su propia índole todos estos elementos escapan al lenguaje escrito; lo ideal sería un taller pero claro, no es viable.

En todo esto hay dos peligros: el del muro y el del ciego. El del muro consiste en la típica reacción del que… ya se lo sabe todo, como que estas cosas no van con él porque ya está de vuelta: "Sí, claro; ¿qué me vas a decir a mí? Ya sé de qué me hablas, ya". Yo creo que todos pecamos un poco de ser muros, pero sobre todo pecamos de ciegos. El ciego es aquel que no es capaz de ver en él mismo todos estos procedimientos no verbales, bien por no estar preocupado en este sentido, bien por no estar entrenado —que quizá sea lo más común—. Por esto último es recomendable recurrir a alguien con cierta experiencia y que sepa observar y explicarnos todos estos procedimientos no verbales para hacernos caer en la cuenta de cómo, desde nuestra no consciencia, los empleamos continuamente. Ya una vez hemos comenzado en esa dinámica, ya podemos hacer una especie de gestión autónoma, pero empezar desde cero es complicado.

En definitiva, la idea nuclear a la que quiero llegar es que cuando comunicamos, no sólo decimos lo que pensamos, no sólo decimos lo que queremos decir, sino que decimos cómo nos encontramos en ese momento, decimos qué es lo que sentimos, expresamos nuestras valoraciones de lo que acontece… en definitiva nos decimos a nosotros mismos: comunicamos lo que somos. Mostramos como dos imágenes de nosotros mismos: cómo estamos realmente y cómo decimos que estamos.

La comunicación no es únicamente transmitir un mensaje. En la comunicación no sólo transmitimos lo que pensamos; transmitimos lo que somos. Y ello implica transmitir sentimientos, actitudes, opiniones, prejuicios,… Como consecuencia de toda esa información de más, el mensaje puede cambiar radicalmente; de hecho lo hace. Y un contenido que a lo mejor es adecuado, dicho con un esquema modal desafortunado puede convertir el mensaje en no funcional. Y lo que es más importante: lo común es que toda este proceso se desarrolle de manera no consciente; que no nos damos ni cuenta, vamos.

Hay escuelas psicológicas que trabajan mucho este campo, el de la comunicación no verbal. Se dice que en este sentido afectivo, se ofrece más información por lo no verbal que por lo verbal. Lo que ocurre es que no estamos habituados a captar esta dimensión comunicativa salvo en circunstancias más extremas, cuando ya las emociones nos desbordan; e incluso en no pocas ocasiones ni aun entonces.

Si yo hablo de cómo me siento, digo más con mi cuerpo que con mis palabras, aunque lo esté intentando decir con total fidelidad.

Lo no verbal, pues, no tiene tanto que ver con lo que pensamos sino con nuestro yo más íntimo y profundo, con cómo somos y cómo nos sentimos, que básicamente tiene que ver con nuestro mundo afectivo. Y como ya vimos en anteriores posts nuestra educación afectiva es muy importante en nuestras vidas ya que de nuestras emociones y sentimientos van a depender muchas de las cosas que hagamos y de las decisiones que tomemos. Pero aún hay un tercer factor que me gustaría destacar y que influye y mucho en todo este proceso: el de nuestra situación personal sobre todo cuando somos pequeños, clave de bóveda de todo nuestro aprendizaje emocional y posterior comportamiento tendencial.

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