30 de junio de 2015

Más allá de la fenomenología

La reflexión fenomenológica nos sitúa en un horizonte distinto a los otros dos grandes horizontes de la historia: el realista clásico y el idealista moderno; horizonte que debido a su carga de novedad genera no pocos problemas. Su gran aportación podría ser su afirmación de que en el acto perceptivo, no se trata de dos polos sueltos (sujeto y objeto) que en un momento dado se juntan, sino que de lo que se trata es de que los dos se deben mutuamente: el objeto se debe al sujeto que lo percibe, y el sujeto se debe al objeto que es percibido. Esta relación bidireccional es algo chocante, sobre todo en el segundo sentido: ¿cómo es que el sujeto se debe al objeto?, ¿cómo se va a deber el sujeto al objeto si el sujeto ya existe, si ya es, independientemente de lo que perciba y del percibir mismo?

No es ésta una pregunta fácil de responder. Hoy en día está asumido que el sujeto ‘construye’ la realidad en cuanto percibida; sí, reconoce que hay algo otro a él, pero que al conocerlo no todo es puesto por el objeto sino que él también pone (y mucho) en su percepción. Pero, ¿y en el otro sentido? ¿Qué tiene que ver la cosa para mi propia existencia? Esto es harina de otro costal. Y para comprenderlo entiendo que debemos situarnos en lo que es el núcleo profundo de la fenomenología, del que quisiera destacar dos aspectos: el primero, situado en el orden del ‘ser’, tiene que ver con qué es el ‘ser’ para la fenomenología; el segundo, situado en la relación sujeto-objeto, con su carácter específico.

Vamos con el primero. La fenomenología husserliana establece su punto de partida en la relación sujeto-objeto, de modo que tanto uno como otro (el sujeto y el objeto) alcanzan su esencia en dicha relación, y no fuera de ella. Y esto es clave: no se preocupan tanto de los dos polos de la relación fuera de dicha relación como en su seno. Es en ella (en la relación) donde ambos alcanzan su ser. Por lo que da a las cosas, la cosa ‘es’ en tanto que aprehendida, su ‘ser’ no es otra cosa que su aprehensión por parte del sujeto en la relación noético-noemática, aprehensión apoyada en su presentación ante el sujeto. Esta presentación no es sino lo que constituye el fenómeno; fenómeno que en primera instancia no es algo problemático para Husserl ya que es sencillamente todo aquello que se manifiesta en tanto que se manifiesta. De la cosa sólo le interesa a Husserl el fenómeno, esto es, lo percibido.

¿Y por lo que da al sujeto? Aquí está la cuestión: ¿ante quién o ante qué se manifiesta el fenómeno?, ¿quién o qué lo percibe? Husserl dirá: la conciencia. Conciencia que a su vez sólo es en la medida en que está percibiendo (recordemos lo que decía Ortega en referencia al pensamiento). La conciencia sin percibir no es; la conciencia sólo puede ser en tanto que percibiendo. Percibiendo… ¿qué? Pues percibiendo lo que puede percibir, a saber: el fenómeno. Éste es el acto fundamental fenomenológico, el acto noético-noemático: noético (noesis) por lo que da a la conciencia, noemático (noema) por lo que da a la cosa. Por eso dice Husserl que la relación noético-noemática constituye no sólo al ser de la cosa en tanto que objeto del conocimiento, sino que también constituye al ser de la persona en tanto que sujeto del conocimiento. Estamos hablando de una relación puramente cognoscitiva, de conciencia del sujeto a esencia del objeto.

Esto nos puede llevar a plantearnos algunos interrogantes. Por ejemplo, surge la cuestión de lo que sea el ser humano en tanto que ser vivo, con sus estructuras fisiológicas, biológicas, etc.; estructuras que son las que posibilitan el hecho de la conciencia. Esta cuestión en principio no preocupa al fenomenólogo. O también surge la cuestión de lo que supone que la fenomenología establezca la relación sujeto-objeto en términos intelectivos, en términos de conciencia. ¿Por qué sólo de conciencia? ¿Acaso es el único modo de relacionarse con la realidad, el intelectivo?

Esto último nos lleva al segundo aspecto que comentaba más arriba, al carácter de la relación sujeto-objeto. En primer lugar, para Husserl esta relación no es problemática ya que no es tanto una re-presentación de algo sino una presentación, que es distinto. Sin embargo, ¿en qué términos se da esta presentación? Como decía, en términos intelectivos. Y la pregunta es: ¿se agota toda la realidad en el hecho intelectivo? O dicho de otro modo: ¿la realidad sólo es aquello que puede ser inteligido? Y la misma cuestión pero planteada desde el ser humano: ¿agota por su parte la ‘conciencia’ todo lo que es el ser humano?, ¿es el ser humano conciencia únicamente, o es algo más? Estas cuestiones son muy importantes, y para la fenomenología son presupuesto de entrada que no es discutido, cuando es más que discutible.

No se puede negar la importancia de la reflexión fenomenológica, pero tal y como pone de manifiesto buena parte de la filosofía contemporánea, cabe preguntarse si es suficiente. La fenomenología no hace sino continuar toda una tradición filosófica occidental en la que se ha primado el ejercicio intelectivo. El ejercicio de la inteligencia supuso la ‘salvación’ del hombre allá en la Grecia antigua, permitiéndole superar la etapa mítica y preguntarse filosóficamente por las cosas. Pero, ¿el ser humano es sólo inteligencia? Acaso lo que hagamos si así pensamos no sea sino identificar nuestro pensar con el ser de las cosas, o lo que ellas sean (o nosotros) con su objetividad (o nuestra subjetividad); de modo que lo que no quepa en este esquema, esté destinado a ser abandonado u olvidado.

Hoy en día sabemos que no es así, sabemos que el ser humano no es sólo inteligencia, denuncia de estas décadas mediante la cual se busca establecer otros modos de relacionarse con lo real. La fenomenología husserliana ha iniciado una vía intentando ‘recuperar’ la realidad, vía que ha sido continuada por Heidegger y Ortega, pero que han intentado resolver según esquemas meramente intelectivos, entrando quizá en una vía de difícil salida. Si el ser de las cosas y de los hombres depende del conocer, la realidad de las cosas queda cercenada de partida, y aspectos que también forman parte de ella quedan abandonados en el silencio del olvido. Lo que hay que hacer ahora es elaborar y argumentar esos otros modos de acceso a lo real.

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