11 de mayo de 2015

Explicar lo inexplicable

En la sesión de hoy hemos seguido con la lectura de Eichmann en Jerusalén. Arendt continúa el libro comentando la evolución de las distintas ‘soluciones’ que desde el mando alemán se pretendían dar al ‘problema’ judío. La primera de estas soluciones, antes del comienzo de la guerra, fue la emigración forzosa, esto es, la expulsión. En ella Eichmann, como buen gestor que era, demostró ser muy eficiente; circunstancia que utilizó en el juicio para aducir que gracias a él se habían salvado muchos judíos (aunque en aquel entonces aún no se sabía nada de la que más tarde sería denominada solución final).

Según parece, en aquellos primeros compases los nacionalsocialistas simpatizaban con la actitud pro-sionista, ante la cual los judíos asimilacionistas eran mal vistos (tanto por los nazis como por los mismos judíos pro-sionistas). Los judíos sionistas contactaron con las autoridades nazis por entender que era una buena ocasión para poder emigrar a Palestina. Hubo enviados que desde allí viajaron a Alemania, para recabar ayuda y fondos para la que entonces era una inmigración ilegal, pues como sabemos Palestina estaba en manos de Inglaterra, el que entonces era considerado el verdadero enemigo. Démonos cuenta de que estamos mucho antes de que los sucesos tomaran el desgraciado cariz que tomaron, y en ese momento el enemigo no era tanto el que oprimía al pueblo judío en algún país sino quien les prohibía la entrada a la tierra prometida.

Esta ‘sana’ relación cambió a partir de 1939. Las autoridades judías vieron en Eichmann una modificación radical en su forma de comportarse, unida sin duda a su ascenso provocado por la nueva circunstancia. No se tardó mucho en ver que la solución de la expulsión no iba a ser viable, básicamente por dos motivos: a) en tiempos de guerra aumentaban las dificultades para trasladar gente de un país a otro, como es lógico; b) conforme Alemania se iba anexionando territorios, el número de personas judías aumentaba exponencialmente. Y aunque hasta 1941 Hitler permitió la emigración, la segunda solución estaba ya presente: la concentración. Si hasta el comienzo de la guerra el gobierno alemán aún guardaba las formas, tras septiembre de 1939 éstas se radicalizaron.

Cuando Eichmann ocupó su cargo, se encontró en la tesitura de que la emigración forzosa era la solución oficial pero que ya empezaba a no ser viable materialmente. Ideó tres posibles soluciones. La primera era conocida como la idea de Nisko, que consistía en enviar a la población judía a territorios anexionados en el este europeo. Por ejemplo Polonia, en donde se podría crear una especie de Estado judío autónomo. La segunda fue el proyecto Madagascar, que consistía en hacer lo propio en esta isla africana. Ambas ideas fracasaron. La tercera solución pasaba por concentrarlos en una ciudad checoeslovaca, Theresienstadt, pero pronto se vio que era una ciudad muy pequeña y consecuentemente que el proyecto era inviable (para el cual incluso se había evacuado a la propia población checoeslovaca). Mientras se intentaban materializar estas posibilidades (en las que Eichmann puso interés, esto es cierto) el tiempo pasaba, la guerra continuaba, y en 1941 se abrió el frente ruso. Con la complicación que ello supuso, la ‘gestión’ de los campos de concentración al uso se hizo difícil; el paso a la tercera solución fue ya inminente: la ‘solución final’, el exterminio.

No hay que dar ninguna explicación de lo terrible de esta solución. Pero analizando cuál era la mentalidad alemana de entonces, uno va atando cabos, y va comprendiendo (en la medida en que esto pueda ser comprensible) por qué ocurrió. Nos encontramos en una situación en la que la ignominia de la sociedad judía era un hecho. Sí, era un hecho. Lo que había que hacer era intentar dar salida al problema generado por este hecho. A la inviabilidad de las dos primeras soluciones, se unía una circunstancia no menos terrible: la consideración de la eutanasia en la sociedad alemana. La solución final no surgió de la nada. La eutanasia era ya una realidad en el estado alemán, y se aplicaba tanto a personas terminales como a enfermos mentales. Según parece, se dio ‘muerte digna’ a unas cincuenta mil personas. Ante críticas de la propia población alemana, dejaron de practicarse estas ‘muertes dignas’ a personas nativas para comenzar a aplicarlas a la población judía. Los campos de concentración no daban a basto para admitir a todos los vagones que llegaban repletos de personas. No podían enviarlos a otros sitios, no podían mantenerlos,… Al final lo que ocurrió fue que los mismos que construyeron las instalaciones para los enfermos mentales, construyeron las cámaras de gas en los campos de concentración. Y el caso es que esta mentalidad eutanásica estaba firmemente asentada en no pocos sectores de la sociedad. Para la propia población alemana morir gaseada era un modo de no caer en manos del enemigo en una posible derrota: el führer, en su bondad, tenía previsto una muerte sin dolor en el caso de que la guerra no terminara victoriosa. Testimonios hay de ello.

Visto cómo acabó todo, parece que las dos primera soluciones fueran más ‘llevaderas’. Aunque lógicamente eran preferibles a la tercera, no podemos dejarnos llevar por las apariencias, pues suponen una humillación brutal sobre la población judía, o la gitana,… Y el caso es que esto era lo ‘normal’ ya no sólo en el gobierno alemán, sino en buena parte de la sociedad (fueron muy pocos los que se opusieron desde el principio a Hitler y se mantuvieron en su postura; Arendt habla de unos cien mil, entre los que estaba Karl Jaspers). Y es sorprendente cómo esa brutalidad pudiera ser considerada como lo normal. Quizá el problema comenzó en el momento en que se dictó la primera ley (todavía en tiempos de paz) relegando a los judíos a ser ciudadanos de segunda. Eso fue aceptado, y ese fue el primer paso.

Si unimos este tipo de decisiones a la euforia provocada por un estado exitoso y poderoso, se llega a una degeneración moral que ya en su desenfreno puede derivar hacia cualquier cosa. ¿Dónde acaba lo correcto socialmente aceptado, dónde acaba lo ‘normal’ y dónde comienza lo ético? Cuando vives emborrachado de poder, cuando no das ningún valor a la vida de nadie y crees que puedes disponer de todo y de todos con absoluta impunidad, cuando se agacha la mirada temerosa ante tu presencia, cuando miran temblorosos tu figura… ¿no cambia tu modo de entender la vida?, ¿no cambian tus parámetros?,... Lo ético ya no era matar o no matar, sino causar el menor sufrimiento posible ante el ya inevitable asesinato. ¿Cómo no deformar la realidad, cómo no dejarse arrastrar por la vorágine de los excesos y del despotismo? ¿Cómo ser capaz de mantener la cabeza alta y el criterio adecuado ante tanta barbarie? Y el caso es que la mayoría de los que así pensaban eran gente normal, gente normal…

No sé por qué pero veo cierto paralelismo con la vorágine de excesos cometidos en nuestra historia reciente por tantos y tantos ejecutivos y políticos de nuestro querido país, que ante el exceso y el desenfreno económico y financiero cayeron en el pozo de la corrupción y del fraude. ¿Dónde acaba lo ‘normal’ y comienza lo ético?

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