5 de mayo de 2015

Pero... ¿nos engañan los sentidos o no?

El giro que supuso el pensamiento moderno fue crucial en la historia ya no de la filosofía, sino de toda disciplina humana. Los grandes puntos de inflexión que se dan en la historia no suelen ser exclusivos ni de la ciencia, ni de la filosofía, ni del arte,… sino que están todos conectados; así ocurrió cuando la nuova scienza moderna, y así ocurrió también con el cambio de paradigma que vivimos a comienzos del siglo XX.

No se trata de realizar aquí una exposición del modernismo (o del idealismo modernista), sino de destacar su gran relevancia. Su punto de partida, como comentaba en el anterior post, fue el cuestionamiento de la cosmovisión clásica y medieval, en la que el ser humano no alcanzaba a poseer la relevancia que sí que poseyó el hombre moderno; y ello en todos los ámbitos: social, económico, científico,… y filosófico. El más famoso representante filosófico, como todos sabemos, fue Descartes con su duda metódica (quien por cierto no partía de cero sino que su pensamiento se apoyaba en el de otros filósofos tardo-medievales, aunque eso es cuestión aparte).

Su punto de partida fue la duda de si aquello que percibíamos era real o no. Esto, leído así, no puede parecer sino chocante; o incluso absurdo. ¿Cómo voy, por ejemplo, a dudar de que los cuadrados marcados con la A y con la B sean de distinto color?


No tiene sentido, ¿verdad? Sin embargo, la duda cartesiana para nada era tan absurda como parecía. Lo que sí que hay que hacer es huir de las posiciones polarizadas, y situarse adecuadamente. Lo importante aquí es la actitud crítica para elaborar un sistema filosófico amparado en certezas, y no en opiniones ni en pseudo-certezas. Y lo que nos hace ver Descartes es que normalmente damos por ciertas muchas cosas que quizás no lo sean. En primer lugar, respecto a los acontecimientos (aunque de ello hablaremos más adelante); y en segundo lugar, respecto a las cosas que percibimos.

Lógicamente, esto de ‘cuestionar’ lo que nos proporcionan los sentidos puede extrañar a más de uno. Pero Descartes era de todo menos tonto: ¿qué nos quería decir con ello? No se trata de dudar de todo lo que percibimos comúnmente; ¿cómo podríamos vivir si así lo hiciéramos? No es eso. De lo que sí se trata es de que intentemos adoptar una postura crítica sobre aquello que conocemos (o que pretendemos conocer) conscientes de que nuestros sentidos o nuestras interpretaciones nos pueden engañar, mostrándonos algo que no se corresponda con la realidad de las cosas.

Un claro ejemplo es el paso tan manido del geocentrismo al heliocentrismo. El heliocentrismo supuso un cambio radical con amplias repercusiones en tanto que supuso un empuje importante para superar la cosmovisión medieval. ¿Somos capaces de imaginarnos lo que supuso para la gente de entonces? No es fácil. No es fácil ponerse en la situación de una persona o una sociedad a la que de repente le dicen que la Tierra no es el centro del Universo, que no todo gira alrededor de ella. Y lógicamente no (sólo) por su relevancia en la astronomía, sino porque se daba un vuelco a todas las creencias (en el sentido social o cotidiano, no necesariamente religiosas) y a lo que para ellos era el orden del mundo.

Y en concreto, en el aspecto que estábamos comentando, es verdad que decir que el Sol no gira alrededor de la Tierra va en contra de nuestros sentidos, porque realmente parece que es así. Y hasta que no se inventaron herramientas (lentes) que nos permitían ir más allá de nuestros sentidos fisiológicos, difícilmente podíamos haber sido conscientes de ello. ¿Cómo podemos pedir a la gente de entonces que, cuando le decían que la Tierra era redonda, no pensara que los que estaban boca abajo se iban a caer? Ahora no podemos sino esbozar una sonrisa. Pero el caso es que estas creencias que ahora nos parecen infantiles o risibles, formaban parte de la cosmovisión de toda una civilización (y no pensemos que nosotros escapamos a ellas; sin duda también tenemos una cosmovisión que está llamada a ser superada por las generaciones futuras, que nos mirarán con displicencia).

Pero bueno, lo que quería destacar es que se puso de manifiesto que todo aquello ‘seguro’ ya no era tan seguro. ¿Qué gira alrededor de qué? ¿Podemos estar seguros de que lo que vemos es tal como lo vemos, o nuestros sentidos nos engañan? ¿De qué podemos, en definitiva, estar seguros? Había que buscar la certeza en otro sitio, pues ya no estaba claro que lo que nuestros sentidos nos ofrecen sea algo indudablemente cierto. De aquí nació el famoso cogito cartesiano, cuyas posibilidades aún hoy en día estamos averiguando.

Por cierto: los cuadrados A y B ¿eran de distinto o del mismo color?

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